Es lo Cotidiano

Muertos por la paz

Flor Bosco

Muertos por la paz

 

Alguna vez escuché que cada año deberíamos revisar, en todos los ámbitos, el lustro que antecedía nuestro momento presente con la finalidad de comprobar si nuestra situación era mejor o peor que la actual, idealmente debería ser uno más feliz, poseer más abundancia y por supuesto tener más amor y menos odios.

Remontándome entonces al 2008, veo que comencé a dar clases de yoga a universitarios y esta actividad se convirtió en uno de mis grandes amores, al ver cómo se transforman algunos jóvenes al practicar esta disciplina.

Fue también el año de los retornos: A mi gran pasión, el arte marcial, después de interrumpir por 7 años los 12 de práctica constante; a mi costumbre de pasar el día entero en mi taller, en silencio, acompañada de tantos objetos llenos de memorias.

Se alejaron y ahuyenté a buenos amigos, del mismo modo se acercaron otras personas a enriquecer mi vida. Llegaron abundantes canas que aún me rehúso a mostrar y más kilos que mañana perderé. El periodo de reafirmar el futuro que me alcanzó, porque hace veinte años me visualizaba sola y pensé que mi misión consistía en trabajar para una soledad feliz, aún pienso que fue la mejor decisión, al descubrirme disfrutando del silencio que me procuro.

El año que termina tiene mi número favorito desde niña y ahora también es el más significativo, porque el día 13, justo en el último mes del calendario, murió mi padre hace cuatro años. Aún no nacía mi querido Sandro, el perro que habría de acompañarme en esta gran pérdida.

Éste fue el año de la paradoja al sentirme niña y anciana al mismo tiempo; de darle la bienvenida, sin pendientes, a mi propia muerte y las ganas de seguir haciendo. Durante este lustro se me concedió crear con la misma emoción de los primeros días.

El año de comprender que los dones que se me han otorgado debo desarrollarlos para darle sentido a la vida, de experimentar lo que tantas veces he leído, a saber: que la felicidad no tiene nada que ver con lo que acontece afuera, sino en cómo recibimos aquello que llega y dejamos ir eso que se va; que es cuestión de desear poco, y lo poco que se desea desearlo poco, en palabras de San Francisco de Asís que ahora cobran sentido para mí.

Se cierra el lustro con la muerte del sobrinito más pequeño de la familia, al que yo llamaba Cri crí. Enterarnos de que tenía leucemia en marzo, y su lenta despedida hasta noviembre, es un profundo túnel que habrá que transitar hasta descubrir la luz que esconde.

Las personas que se mueren dejan regalos, algunos inmediatos y muy evidentes, como el gusto de mi padre por la vida. El otro está próximo a manifestarse de parte de Adrián mi sobrino.

En el 2013 los amores y los odios se apaciguaron, tuvieron menos protagonismo, manteniendo un equilibrio que quizá raye en la tibieza o en la indiferencia, pero murieron por mi paz.

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