martes. 23.04.2024
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UN RATITO DE TENMEALLÁ

Muros fronterizos

Alejandro García

Muros fronterizos

 

Bastardo no es el que no conoce a su padre, sino el que no conoce sus referencias. De todas las ovejas negras, es la más patética y la que menos se merece que la lloren.
Yasmina Khadra

 

No es fácil reseñar este libro, está rodeado de luchas políticas y discursivas. Desde 1948 en que se propuso la división del Mandato Británico de Palestina en dos Estados e Israel se proclamó independiente y peleó con los árabes por el territorio, el problema palestino se ha convertido en un continuo vaivén de muertos y heridos, con la diferencia de que Israel  parece tener la sartén por el mango.

La escritura tampoco ha sido un ejercicio fácil para Yasmina Khadra, no una mujer, sino Mohammed Moulesseoul, ex comandante del ejército argelino. Cuando dio a conocer su identidad provocó un escándalo y lo que se veía como la denuncia de una mujer valiente, pasó a ser el acto cobarde de un hombre que mordía la mano del amo. También ha sido controvertido el hecho de que escriba en francés, la lengua colonizadora. Sus novelas, críticas de los integrismos musulmanes en el poder, han levantado opiniones encontradas. Los acontecimientos de los últimos meses parecen dar la razón a Khadra; sin embargo, el exilio ha sido su camino, primero en México y ahora en Francia.

El atentado (Madrid, 2007, Alianza, 271 pp) está enclavado en la tormenta entre israelíes y palestinos. Tel Aviv. El doctor Amín Jaafari, después de una terrible explosión, pasa el día atendiendo a las víctimas de un atentado. En un restaurante un kamikaze ha producido 19 muertos, 4 amputaciones, 33 heridos en condición crítica, 40 que se han ido a sus casas, dice un informante. El paquete incluye a un grupo de escolares. Pasadas las 10 de la noche, después de soportar algunos retenes, llega a su casa y encuentra que su mujer no ha regresado de Kafr Kanna, a donde ha ido a visitar a su abuela. El cansancio lo vence. Horas después es despertado por el inspector Naveed, amigo suyo. Urge se presente en el hospital. No se trata de una cirugía de urgencia. Amín tiene que identificar el cadáver de su esposa. Ha sido quien se ha sacrificado por la causa palestina o agredido al pueblo israelí.

Afloran las desventajas de Amín quien, igual que su esposa (¿qué la llevó a esa decisión si parecía feliz?, ¿dónde surgió ese muro fronterizo?) es palestino nacionalizado israelí. Tiene que enfrentarse a la pena, al desconcierto, él está seguro de que ella estuvo en la hora y en el lugar equivocados, y resistir los interrogatorios judiciales y las agresiones y segregaciones de quienes se sienten traicionados y lo ven como agente del enemigo, a él que goza de mayores privilegios que muchos judíos.

Amín, acompañado de su colega Kim y de discreta protección de Naveed, sus dos ángeles guardianes, emprende la búsqueda de la señal que no entendió. Reconstruye. Una carta que vino de Belén, donde ella confiesa su razón. No se resigna, busca los elementos que rodean el misterio y que empiezan a dar luz. Recuerda palabras: “¿Por qué estás triste, amor mío?”, le pregunté. “No me gusta dejarte solo, cielo”, me confesó. “Tres días pasan pronto”, le dije. “Para mí, es una eternidad”, me contestó” (p. 181). Encuentra una fotografía de ella con el primo Adel, el silencioso enrolador. Llega a Jerusalén, emprende las primeras escaramuzas en Belén. Lo llevarán del rechazo a la violencia franca cuando se acerca a la mezquita y al imán. Es éste el que lo tipifica como una oveja negra.

También irá a Yenín, a buscar el secreto, en parte mordido por lo celos. La explicación siempre es dura, al margen del romance, el llamado de la patria, la afirmación de una felicidad no compartida: Un islamista es un militante político. Su única ambición es instauran un Estado teocrático en su país y gozar plenamente de su soberanía y de su independencia… Nosotros no somos islamistas o integristas (…) Somos hijos de un pueblo expoliado y  humillado que luchan con los medios de que disponen para recuperar su patria y su dignidad, ni más ni menos (pp. 168-169).

En esa ciudad asediada, ya de por sí del otro lado del muro, el que construyen los israelíes, no sólo estará muy cerca de la muerte, sino que se dará cuenta de que siempre hubo una frontera entre él y Sihem.

Amín regresa al origen, pasa unos días en vida tribal, con el patriarca, pero Wisam condujo un coche bomba contra un puesto israelí y en represalia el complejo familiar es destruido.

Amín abre y cierra la novela con la reseña de un atentado contra un jeque. Allí muere. Así cierra el círculo y los dos bandos han ejercido violencia contra su otra mitad, hito versus hito.

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