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54 MUJERES [XI]

Campamento de Brujas (‘He olvidado lo que solía ser’) • José Luis Justes Amador

José Luis Justes Amador
54 Mujeres 'Campamento de brujas'
54 Mujeres 'Campamento de brujas'
Campamento de Brujas (‘He olvidado lo que solía ser’) • José Luis Justes Amador

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Más que peligro u hostilidad, lo que encontramos con mayor frecuencia era asombro. «¿Qué están haciendo aquí?» y «¿Por qué quieren oírnos?»

 


Mientras que las calles se llenaron últimamente de consignas como “somos las hijas de las brujas que no pudieron quemar”, sigue habiendo un país en el que a algunas mujeres se las ataca y asesina acusándolas de brujas. No como metáfora, sino con el mismo convencimiento y daño con que lo hacían hace siglos los inquisidores. El país es Ghana. Mientras que muchas jóvenes en infinitas manifestaciones reivindicaban durante los últimos días su derecho a volver a casa “borrachas y solas” sin sufrir ataque alguno, sigue habiendo un país en que el gobierno debe encerrar a mujeres en campamentos, semejantes a los de los refugiados, para protegerlas y evitar que sean atacadas o asesinadas por sus vecinos e, incluso, por sus propios familiares. El país es Ghana. Mientras hay mujeres que se ofenden, con toda la razón del mundo, porque cuando se pide un refresco y una bebida con alcohol, el machismo estructural hace que el mesero sirva el refresco a la mujer sin siquiera preguntar, hay un país en el que a mujeres se las lincha y quema por ser las brujas causantes de una mala cosecha o de la sequía. El país es Ghana.
 

 


 

La solución que el gobierno de aquel país aplica desde hace tiempo es la de encerrar para su protección a aquellas mujeres acusadas de brujas, en campos conocidos con el nombre general de Campos de brujas, denominación que además da nombre al disco recopilatorio (Witch Camp atribuido como autor, “He olvidado lo que solía ser” como título) aparecido hace apenas unos días, el 12 de marzo, bajo el sello Six Degrees.

Frente a otras recopilaciones de eso que a falta de mejor nombre hemos dado en llamar “world music” –véanse las infames de Putumayo o los grupos de música “exótica” empacados para el consumo alterturístico occidental-, Witch Camp destaca sobre todo por el respeto, un respeto que llega al extremo de mantener el anonimato de todas las cantantes que participan en el disco, y de ofrecer sólo los descorazonados títulos en inglés, intentando que haya los menos filtros intelectuales o culturales posibles en la experiencia musical.
 


 

Ian Brennan, encargado de la grabación, y Marilena Delli Umuhoza, que complementa la labor con el registro documental y fotográfico, ya habían realizado una labor semejante de recopilación con, por ejemplo, el blues de los homeless de Oakland, los albinos de Tanzania, supervivientes de las purgas de los Jemeres Rojos o prisioneros de Ruanda, además de haber grabado al Fra Fra trio, un grupo musical para funerales también ghanés, el equivalente sonoro y serio del meme de los portadores de ataúd.

Como quieren sus productores, lo mejor es entrar a este disco teniendo una idea de las circunstancias en las que fue grabado, y escuchar las anónimas canciones (resultado de la selección de más de diez horas registradas en tres campamentos de brujas). Por eso el primer tema, significativamente titulado “Debo construir una nueva casa”, asombra con su poliritmia y una voz que repite una y otra vez un mismo tema vocal que, en apenas un minuto y diez segundos, abre el oído a una experiencia totalmente nueva.

Llama la atención en este primer corte y en el resto del disco que, a pesar de representar la música realizada por un colectivo muy concreto, todas las canciones son apenas una base rítmica, la mayoría realizadas con elementos poco convencionales, seleccionados de entre lo que se puede encontrar en los campamentos, y una voz individual o instrumentales. De entre estas últimas destaca “Wizard Drum”, que ofrece una simple pista sobre la que bailar alguna de las repetitivas variaciones circulares propias de la danza de África Occidental.

“Love” y “Amor, por favor”, tal vez los únicos títulos “alegres” de todo el disco, son la excepción a esas anónimas individualidades. Ambas interpretaciones, aunque sea arriesgado usar esa palabra para estas grabaciones, son canciones de llamada-respuesta, en las que la solista y el coro establecen una sinergia vocal, a veces, y coral o rítmica en otras. El espectador se sumerge en una celebración, quizá de la tristeza, repleta de cantos, gritos y palmadas que hace llegar, o al menos imaginar, algo de esperanza en medio de las condiciones inhumanas de los campos.

El resto de títulos, aunque no sepamos nada de lo que dice la canción, son significativos por sí mismos. “El oído me alejó de casa”, “Voltee donde voltee, lo único que veo es dolor”, “Cuando estaba enferma no vinisteis a visitarme” o, por no agotar los ejemplos, “Abandonada (forzada a una vida de prostitución)” ofrecen, con los menos filtros posibles, no sólo el sufrimiento de todo un colectivo que algunos cifran en más de diez mil mujeres, sino una nueva sensación musical, muy semejante a lo que sería el afrofunk o el afropop pero sin los adornos, o al folklore sin medio de lucimiento alguno.

Witch Camp ofrece, como lo que Brennan hizo, tanto con la música de los Apalaches como con la del delta del Mississippi, una música lejana en circunstancias y en tradición, pero que al capturar un momento de intensidad espiritual traspasa esas fronteras hasta dejar al oyente sumido en un descubrimiento que sólo se puede contemplar y disfrutar. Un disfrute cruzado siempre por las circunstancias dolorosas que lo hicieron posible.

Los dos últimos cortes, en un álbum magistralmente secuenciado, resumen perfectamente el sentido del disco. “No hay promesas en este mundo”, cercana en lo rítmico al tuareg blues tan de moda, es un canto desgarrado, con una base apenas percusiva y polirítimica que transmite, con la desnudez del blues más original, la desesperanza de las brujas encerradas, y abre el camino al último corte del disco. “Abandonada para vivir como un animal” presenta tal vez el corte más calmado –el más desesperadamente calmado- del disco con una guitarra repitiendo, como un drone, la misma frase una y otra vez hasta que se convierte, con el único truco de estudio de todo el disco, en una canción mágicamente sobrenatural, tras un silencio de casi un minuto a mitad de una extraña canción que parece venir, no ya desde los campos, sino desde la tumba de alguna de las brujas a la que sí pudieron quemar.

PD: Ian Brennan, homónimo –aunque no tengan nada que ver- del guionista de Glee, no sólo se dedica a la etnomúsica: ha trabajado con una larguísima y variada lista de artistas occidentales reconocidos como Ramblin' Jack Elliott, Kyp Malone, Flea, Tinariwen, Lucinda Williams, David Hidalgo, John Doe, Bill Frisell, the Dirty Dozen Brass Band o, entre muchos otros, Jonathan Richman.

PD2: Las páginas de Wikipedia en inglés y en español sobre Ghana no hacen ni una sola mención a los “campamentos de brujas”.



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