miércoles. 24.04.2024
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54 MUJERES, LA SERIE [XLIX]

Annette Peacock (Experimentación y belleza) • José Luis Justes Amador

José Luis Justes Amador
Annete Peacock, i'm the one, portada del álbum
Annete Peacock, i'm the one, portada del álbum
Annette Peacock (Experimentación y belleza) • José Luis Justes Amador

 


Todos esos batallones de teóricos dedicados a la hagiografía
de Madonna “La Transgresora” deberían dedicar al menos
la milésima parte de sus esfuerzos a pioneras como Annette Peacock.

Diego Manrique


 

Ella misma explicó en una entrevista por qué no es una artista que esté o haya estado en el candelero. “Me parece que he estado en el sitio correcto en el tiempo correcto, pero luego resulta que lo he estado veinte o cuarenta años antes”. En casi cualquier otro artista sonaría a boutade o falsa humildad, pero en el caso de Annette es una afirmación acertadísima. Su música puede sonar a veces a folk, a veces a música de cámara, a veces a free jazz, a veces a jazz desnudado hasta sus elementos más íntimos; pero siempre original y venida de un lugar en el tiempo que aún no existe. Por avanzada resulta tan intemporal. Tan avanzada resulta que tiene una de las pocas composiciones que comienzan con una coma “, Ever 2 B Gotten”.

Una de sus fotografías más icónicas, la de la portada que le dedicó “The Wire” cuando era una revista adelantada también a su tiempo, la muestra con su espalda volteada a la cámara, como si estuviera viendo un futuro que nosotros todavía no conocemos o, peor, como si en nuestro presente ya hubiera estado antes que nosotros. El perfil de su cuerpo apenas se aprecia, como si fuera un fantasma o en realidad no estuviera aquí. Su discografía también es así. Esporádica, apenas visible, etérea, fantasmal.

A Peacock se acercaron, entre otros pocos, Timothy Leary —de quien fue confidente y compañera de viaje en los primeros intentos de viaje lisérgico–, Salvador Dalí —para quien posó en la serie de “hologramas” (también lo hizo Alice Cooper)–, el saxofonista Albert Ayler —a quien acompañó antes ni siquiera de grabar su primer disco como pianista de apoyo–, Paul Bley —que se convirtió con el paso del tiempo en el mejor intérprete de la obra de Annette– o Gary Peacock, genio del contrabajo, que se convertiría en su primer marido.

Aunque de sus conocidos, el que probablemente más influyó en su irresumible trabajo —que un crítico resumió como “jazz, classical, free-flowing poetic folk and arcane electronic experimentation”– fue Robert Moog, quien le donó, uno los primeros prototipos del sintetizador que le debe el nombre. Ella  misma retocó el prototipo para hacer que comenzara a funcionar con el sonido de su voz. El descubrimiento de la electrónica dio a sus composiciones (nombre más acertado que canciones para su obra) una atmósfera todavía más etérea y alejada de su tiempo.

El título de unos de sus discos fundamentales (“The perfect release”, el lanzamiento perfecto) resume su obra en la que no hay ni un solo error, ni una sola concesión a la industria. Desde el primero, que no primerizo, “I’m the one”, hasta el más reciente, “An acrobat’s heart”. Como puede verse con estos tres ejemplos Annette resume —como todos los grandes artistas– en su propia obra, en los títulos de su propia obra, su concepción del arte y de su arte.

La obra de Peacock es un viaje constante entre lo conocido y lo desconocido, como si nos adentráramos en un territorio al mismo tiempo familiar y extraño, para el que la única guía es la voz de Peacock. Esta sensación se encuentra perfectamente resumida en una de las composiciones de su primer disco que es, además, una de las pocas versiones que ha grabado. Escuchar por primera vez su lectura del “Love me tender” que popularizaría Elvis es reconocer las fronteras que siempre son movibles y que llevan, precisamente, al otro lado, a un lugar que nadie puede descubrir hasta que no es guiado.

“I’m the one” es, probablemente, su obra fundamental, aunque decir esto sea injusto en una obra perfecta, redonda, sin fisuras. Aunque el disco —reeditado desde hace unos años– que cosechó más elogios de la crítica que ventas sea “X Dreams”, una obra elogiada por Bowie y en la que el juego en géneros, en los dos sentidos de la palabra, hace de éste la obra central de su obra. Desde la desesperada primera canción “My mama never taught how to cock” a la explícita “Real & defined androgins”, todo ello envuelto en algo que suena a jazz del futuro con una formación clásica pero con el flotante sonido del Moog traspasándolo todo.  Entre ambos disco había pasado la friolera cantidad de seis años, en los que componía y giraba como vocalista de otros conjuntos de jazz.

Justo cuando la crítica la elogiaba y parecía que era su regreso a los candeleros, Peacock podía haberse repetido. Aunque eso hubiera ido en contra de sus propios principios. Y entregó un estremecedoramente bello “An acrobat’s heart” junto al Cikada String Quartet en el que sus composiciones se ven arropadas por cuerdas que contrapuntean perfectamente su voz y los pocos, aunque exquisitamente colocados, los detalles electrónicos que puntúan el disco. “Espero que no sea un éxito póstumo. Porque no tengo otros veinte o cuarenta años para esperar. Espero haber estado en el momento correcto esta vez”, declaró en una de las escasísimas entrevistas que dio para acompañar ese lanzamiento.

PD: lo peor de seguirle la pista a Annette Peacock es que la mayoría de su obra como compositora no han sido grabadas por ella misma, sino que están desperdigadas en discos de otros. Composiciones que van de la violentamente frejazzera “Blood” grabada por un Jaco Pastorius en plenitud de condiciones, a dos discos completos dedicados a su obra: el significativamente titulado “Annette”, con Bley y Peacock (Gary, no ella) y “Nothing ever was, anyway. Music of Annette Peacock” con Gary Peacock de nuevo, acompañado de Marilyn Crispell y Paul Motian.



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