sábado. 20.04.2024
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ENTREVISTA

"Si muchos te leen o escuchan, el problema se multiplica"

Enrique R. Soriano Valencia es una rara avis de nuestro entorno, que ha llevado su puntilloso interés por el correcto hablar y escribir, primero a la formación profesional –es licenciado en Letras- y luego hasta convertirlo en venturosa forma de vida, al grado de vivir esencialmente de asesorar, impartir cursos y cuidar rigurosamente ediciones de trascendencia.  Además publica en este medio periodístico su columna semanal 'Chispitas de lenguaje'. Aquí, una entrevista con él.

"Si muchos te leen o escuchan, el problema se multiplica"

Pregunta: Lleva usted muchos años impartiendo cursos sobre ortografía y redacción y ha recibido un premio estatal. ¿Se considera experto en el tema?

Respuesta: No, en absoluto. Nuestro idioma es tan amplio que difícilmente creo que alguien podría asegurar que lo domina en su totalidad, como para llamarse experto. Creo, sinceramente, que sigo siendo un aprendiz de brujo, para usar una metáfora. Incluso, hay preguntas de mis lectores que me obligan a hacer investigaciones profundas.

Con tantos años de impartir cursos, ¿no podría llamarse así?

Es cierto que conozco muchos recovecos del idioma y los participantes de mis cursos se sorprenden cuando se los comparto. Pero eso no me hace experto. Los sherpas, que son los guías de quienes se internan en el Himalaya para subir el Éverest; no se consideran expertos y son altamente respetuosos de la montaña.

Pero ellos con esa actitud resguardan su vida. ¿A usted también le va la vida en el idioma?

De alguna forma sí. Debo ser muy cuidadoso porque muchas personas confían en mí, en lo que escribo e imparto. Todos los que somos escuchados o leídos influimos en los demás. Decía Mao Tse Tung,  el líder de la Revolución China en la etapa armada, que cuando uno escribe para sí mismo, el problema se limita a un afectado; pero si da uno a leer su texto a otra persona, la influencia se duplica y si muchos lo leen o escuchan, el problema se multiplica. Por ejemplo, muchas personas escriben inadecuadamente con mayúscula los meses y los días, porque en múltiples lugares públicos –como carteles, menús o documentos– lo ven así. Con una vez que se fijen en ello, su influencia perdurará. Entonces, el mal se ha multiplicado.

Entonces, ¿por qué se permite eso?

Por una parte, no soy autoridad para sancionar ese tipo de documentos. Por la otra, tampoco existe una norma que dote al Estado para tomar cartas en el asunto. Hay muchos casos como éste en nuestras leyes. Por ejemplo, la Constitución prevé que los niños tienen el derecho de estudiar y enuncia la obligatoriedad de los padres para cumplir con ese derecho. Sin embargo, en ninguna norma se prevé una sanción para el padre que deja de observar ese ordenamiento. No hay sanciones, más que las de convivencia, para quien comente faltas ortográficas. Tampoco sería sano llegar a niveles de aplicar sanciones administrativas. Quizá los legisladores debían considerar algún novedoso mecanismo de supervisión. En los lejanos tiempos de José López Portillo algo se intentó con la integración de la Comisión para la Defensa del Idioma. Pero no llegó a más. En el siguiente sexenio murió el esfuerzo. Por eso no se ha encontrado una fórmula para intervenir adecuadamente, de no ser a través de la educación... y ya ve, muchos maestros presentan deficiencias formativas y pedagógicas.

¿Tan importante es el lenguaje como para hacerlo una preocupación nacional?

El lenguaje sirve para entender la realidad. Cuando recordamos, lo hacemos con imágenes. Pero cuando reflexionamos, analizamos o tratamos de entender una realidad lo hacemos con conceptos. Por eso no es extraño observar a mucha gente que cuando razona lo hace en voz alta. El lenguaje sirve para razonar y entender la realidad.

Los conceptos surgen del lenguaje. Pongamos por caso el concepto mesa. Es cierto que todos hemos visto una mesa y nos hemos formado una idea de ella. Pero mediante el nombre ‘mesa’, se ha acuñado el concepto en nuestra mente y rebasa la simple imagen. Si a una persona se le solicita definir ese concepto, normalmente dirá que es una superficie basada en cuatro patas. Sin embargo, si muestra una columna corta con una superficie más amplia que el diámetro de la columna y con un mantel y objetos encima, también la identificará como mesa, a pesar de no ajustarse a la definición. ¿A qué se debe? Precisamente a que existe ya en su mente el concepto más allá de la definición o de la imagen. Cierto es que la experiencia de usar las superficies para asentar objetos (en función de mesa) nos ha llevado a ampliar el concepto. Sin embargo, cuando se trata de explicar, hacer entender a otra persona algo que no está siendo testigo, el lenguaje llama a recurrir a los conceptos para entender y acercarse a la realidad.

Algo no implícito en la pregunta pero que resulta sumamente importante, es identificar que si el lenguaje y su referencia con la realidad genera conceptos; y éstos son demandados en una charla por el lenguaje, lleva a concluir que quien tenga un lenguaje pobre también tendrá una idea limitada de la realidad. A mayor lenguaje, mayores instrumentos de análisis, reflexión y conceptualización de la realidad. Justamente por eso el lenguaje científico permite entender mejor los fenómenos de su objeto de estudio. Buena parte de la física cuántica es una ciencia de discusión. Muchos de sus postulados están tardando en comprobarse porque la discusión y reflexión los concluye antes de poder concretarlos en la realidad.

¿En qué medida cree que el lenguaje que utilizamos en México determina nuestra percepción y concepción de la realidad?

En México tenemos lenguaje pobre. Eso se debe a que el nivel de lectura en México es gravemente bajo. A esto se suma una deficiente formación académica. Y, finalmente, a que la sociedad tampoco facilita la discusión y el enriquecimiento del léxico. En el primer punto, basta con identificar los tirajes de los libros. Los llamados best sellers tienen tirajes de 25 mil ejemplares. Eso para una población de 130 millones de habitantes es francamente ridículo. Las ediciones comunes ­­—las más aventuradas— son de 5 mil ejemplares. Ahora observemos las conversaciones cotidianas: el lenguaje es raquítico, entre palabras como ‘güey’ y ‘qué onda’ se llevan toda una conversación. Uno de los libros de Preparatoria Abierta de la SEP (Metodología del Aprendizaje) asegura que hemos reducido a 250 palabras, cuando el diccionario oficial tiene más de 100 mil definiciones (eso sin contar derivados admitidos). ¿Cómo entonces entender la realidad con un lenguaje tan pobre? Desde luego, una limitante en lenguaje como éste impide entender las condiciones de mercado, ahora tan complejo por la situación económica mundial. Si fuéramos capaces de entender e interpretar correctamente lo que dicen los economistas, sería más sencillo ponernos de acuerdo en la forma de actuar. Eso fortalecería nuestra economía. En otros tiempos, los gobernantes de países europeos llamaban a la gente a consumir algo para equilibrar su mercado y la gente lo hacía. Todos entendían que eso favorecería la economía nacional y, por tanto, los bolsillos de cada uno. Pero si no entendemos nuestra realidad, por la falta de un lenguaje comprensible, por más que el gobierno o la oposición declaren en los medios que se debe hacer tal o cual cosa, la gente no participará. Nuestra economía está en riesgo por lo incapaces para actuar. Ninguna medida económica (o de cualquier índole) podrá ser efectiva sin actores con conciencia. Nuestro paupérrimo lenguaje está determinando una realidad lastimosa.

Y si fuera al revés, es decir, ¿en qué medida la realidad determina nuestro lenguaje como mexicanos?

Lenguaje y realidad se corresponden. Uno no existe sin el otro. La necesidad del hombre primitivo de clarificar a otro lo que su percepción había captado para beneficio del grupo, requirió de conceptuar a partir de los sonidos asociados a los elementos de la realidad. México vive una realidad diferente a la de otros países (su tradición cultural, sus condiciones económicas y de desarrollo, así lo determinan). Es evidente que ello también ha llevado a tener un lenguaje singular y por tanto a tener una visión de la realidad diferente (que finalmente se expresa en el tipo de cultura).

Veamos ejemplos de cómo construye el lenguaje nuestra realidad. Nuestros antecedentes indígenas influyeron e influyen al idioma general. Pongamos por caso la palabra ‘machote’. Ésta puede ser percibida de dos formas: como el aumentativo de macho, que sería de ascendencia española. Pero también usamos en México ‘machote’ para identificar un formato por rellenar. Eso se debe a que en el náhuatl existe la palabra machotl, que significa guía, forma de proceder o conducirse. Su similitud fonética ha hecho que las pronunciemos igual, a pesar de los orígenes distintos. Los antecedentes históricos han hecho que tengamos un español diferente al de otros países. Si alguien llama ‘machote’ a un formulario fuera de nuestro país provocará carcajadas. Hay otros muchos casos como cuate, tiznada, tianguis, mitote, etc. Nuestra realidad nos obliga a usar esas palabras y con ello recreamos una realidad. En muchos lugares, si no recurrimos a estas voces o vocablos y llamamos las cosas por el término del diccionario, no nos entienden; no llega el mensaje. De nada sirve, entonces, comunicarnos, si no se cumple satisfactoriamente el proceso. Eso nos obliga a adecuarnos a la realidad circundante.

«Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», aseveró hace tiempo Ludwig Wittgenstein. ¿De qué manera considera que se ve reflejada esta afirmación en México? ¿Qué limitantes tiene el mexicano, con sus coterráneos y con el mundo entero, debido a sus diversos usos lingüísticos?

No conozco lo que nunca pronuncio y, por tanto, no puedo formarme una realidad conceptual de lo desconocido. Si cuento con muchas palabras podré entender la realidad, mi entorno, con mejor precisión. Por ejemplo, si asisto a una conferencia de un español y al final me dice «No he querido ser pejiguera con lo que os he comentado» y desconozco la palabra ‘pejiguera’, no me enteraré de lo que me pretendió decir. Mi lenguaje limitó la comprensión de la realidad. Esta palabra aparece en el diccionario oficial, el de la Real Academia Española. Debería ser parte de nuestra habla. Significa: «Cosa que sin traernos gran provecho nos pone en problemas y dificultades». Es decir, que el conferencista se refirió a que no quiso complicar el mundo, sino ha pretendido explicarnos una parte de él. Al decirlo, reconoce que su exposición ha sido compleja (sea por el tema o por el lenguaje) y dificultosa para algunos.

Los mexicanos —también por un problema histórico que arranca con Miguel Alemán— tenemos la impresión que el mundo se cuece aparte del nuestro, sin afectarnos o sin influencia de nosotros hacia el resto. Nada más equivocado. No comprenderemos a otros pueblos —particularmente su forma de visualizar la realidad— si no somos capaces de dominar adecuadamente el idioma, de enriquecer nuestra habla y reconocer otros giros extraños a nosotros.

Actualmente, por fortuna, nuestro idioma no acusa grandes diferencias con los otros países de habla hispana. Aún existe la posibilidad de entendernos con los más de 500 millones de hispanohablantes. Con cualquier hispanohablante compartimos el 80 por ciento de vocablos. Sólo un 20 por ciento tiene significados enriquecidos (como la palabra ‘coger’ que todos la entienden, pero aquí en Hispanoamérica se ha sumado una intención sexual) o voces totalmente locales. Pero no es suficiente entendernos. Para hermanarnos debemos comprendernos (con sus dos acepciones) y eso nos obliga a tener un lenguaje mucho más amplio y diverso para captar los diversos usos y sentidos de las palabras. Al conocer y entender la dinámica del idioma, nuestro criterio se amplía y eso nos facilita admitir y reconocer otros sentidos.

¿Cuáles manifestaciones culturales, lingüísticamente hablando, consideras más representativas en México?

Existen en nuestro país más de un tipo de habla singular, de idiolecto. El albur es uno de ésos.  Se trata de un caló tepiteño (de Tepito, barrio muy popular de la Ciudad de México) que es un verdadero alarde de habilidad. Una muy rica mezcla de fonemas, eufemismos, anfibología, polisemias y modificaciones realmente únicas. No sé si los haya en otras partes del país. Pero ese tipo de manejo del idioma merece un estudio filológico.

Quien domina el albur puede ver muchas visiones de la realidad. Esta modalidad de lenguaje siempre es un combate verbal. Quien lo domina es capaz de comprender la intención del oponente y al mismo tiempo de armonizarla, para defenderse del ataque verbal y envestir. Eso da una capacidad en las conexiones cerebrales, sinápticas, única. Por desgracia ese tipo de capacidades se desperdician y se pierden por no contar con fomento, apoyo o comprensión a este tipo de manifestaciones culturales muy nuestras que deberían perdurar. Eso ayudaría a muchos a enriquecer su visión.

El lenguaje nos permite conocer el mundo, según afirma uste; pero también devela muchos aspectos del nuestro, de nuestra cosmovisión como nación, ¿qué expresan los usos lingüísticos que se estilan en nuestro país?

Revelan un país con un futuro incierto. Programas y voluntades políticas van y vienen. El país sigue igual, no cambia. Nuestra cultura es más de supervivencia que de visión futura. En buena medida el lenguaje contribuye a ello. Difícilmente los sectores que usan elementalmente el idioma, reconocen o identifican los tiempos verbales. Les cuesta mucho identificar qué acción en un enunciado está en futuro o pasado. Bajo esa condición es muy difícil formular en su pensamiento una idea de futuro a largo plazo y, por tanto, sólida para un desarrollo común.

Las grandes culturas han tenido una visión de sí mismas a futuro, que les ha permitido alcanzar el éxito. Sin ir muy lejos, la mexicana, en menos de 150 años, gracias a la visión adquirida cuando se toparon con Tula en su peregrinación, formuló una visión exitosa de sí misma. Su concepto fue la toltequidad. Para ellos, ser o parecer tolteca era sinónimo de calidad. Pero ese vocablo lo hicieron tan suyo y concepto rector de su proceder, que les permitió en un tiempo récord lograr un desarrollo que ninguna cultura en el mundo ha registrado en tan poco tiempo. Egipcios, griegos y romanos tardaron muchos siglos en adoptar las culturas que les influyeron. Pero eso se logró en los antiguos mexicanos en un tiempo impresionantemente breve. Enriquecieron su concepto de vida mediante, entre otros factores, gracias a un vocabulario incorporado (porque el desierto no los dotó de ello). Las palabras clave, como toltequidad, Quinto Sol y responsables del Universo, les hicieron ahorrar un tiempo fabuloso y en breve ser el grupo dominante y más desarrollado de toda América.

Entonces, ¿el idioma es responsable de las condiciones en que vivimos?

No es el determinante, pero contribuye con ello. Con mayores habilidades de razonamiento, con el instrumento más valioso, la palabra, podríamos tener un país, una democracia, una filosofía y una visión de futuro envidiable. Ya lo demostramos una vez como raza. Lo podríamos hacer una segunda ocasión. Únicamente falta darnos cuenta de uno de los puntos medulares, y dar al idioma la proyección o atención que merece.