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Asuntos de la mafia

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Asuntos de la mafia

Debe darse crédito a la efectiva interpretación que hace Benicio del Toro en esta cinta sobre la figura de Pablo Escobar Gaviria, el capo di tutti capi en lo que respecta al tráfico de cocaína. Y más teniendo en cuenta la acartonada creación hecha por el propio actor norteamericano sobre el santificado icono guerrillero Ernesto “Ché” Guevara, con cuyo segundo acercamiento al habla hispana dejó entrever una escasa comprensión en la mayoría de sus diálogos recitados en español. Ya mejor ni recordemos el balbuceante judicial de Traffic (2000. Steven Soderberg), que rozó peligrosamente la ininteligibilidad.

Si bien, la prosodia marca del Toro aún manifiesta un notable acento exótico que genera una pizca de pena ajena, sin duda en el presente trabajo abona para realzar la personalidad de un tenebroso delincuente de armas tomar, donde logra imbuir una destacada fuerza y contención al mismo tiempo.

No obstante que el producto cede a convencionalismos que terminan por afectar la destacada factura técnica de Escobar, Paraíso Perdido, aún así, el filme consigue transmitir momentos de tensión genuina, no tanto por asuntos de tratamiento de la realidad, sino por el manejo de eso que llamamos suspenso.

Obsesionado por estos esperpentos de moral cuestionable, al género biográfico de nuestros días ya no se le escapa la parte oscura de sus biografiados, en especial si son criminales de baja estofa evidenciados en toda su crudeza. Y hasta alcanzó para describir, en un tono aleccionador, que el crimen no paga. Sanguinario, el tratamiento de la violencia es recreada desde una óptica equidistante, para no diluir los pocos rastros de humanidad de Escobar Gaviria,  puntualizando con ironía la decadencia de un mafioso confinado en la intimidad de la Colombia selvática, o en sus oasis artificiales de mal gusto edificados en medio de la nada.

Se puede decir que hasta de cierta cobardía presume el personaje. No se puede entender de otra manera la secuencia donde trata de evadir la acción de la justicia, disfrazado de ministro religioso, en otra muestra de la obscenidad de un estilo de vida permitida por los usufructos de una actividad tolerada por la corrupción política, como lo atestigua Nick. O el cruento cuadro de los cadáveres de la gavilla de pobres diablos del pueblo, desollados para su exhibición pública como muestra de poder del cártel de Escobar, extendiendo la culpa al frágil y anonadado canadiense.

Pero los lujos y un estilo de vida exhibicionista tienen su costo, donde la intimidad del círculo cercano se viola constantemente con inopinadas intromisiones en medio de la noche. En el peor de los hogares posibles, prima más bien la desconfianza, las miradas maliciosas y las dobles intenciones en lugar de afectos sinceros. Todo bajo la égida de un mandamás que no consentirá ni debilidades ni traiciones.

Si bien responsable de innumerables hechos de sangre y del narcoterrorismo que asoló a Colombia en el apogeo de la cacería que lo convirtió en el delincuente más buscado del orbe, el Pablo Escobar Gaviria de la película no es completamente un monstruo; sólo un pelafustán ególatra encumbrado por su carrera delictiva, claro, visto desde la perspectiva cinematográfica que se ha tomado sus licencias.

Escobar, Paraíso Perdido (Escobar: Paradise Lost)/ D: Andrea Di Stefano/ G: Andrea Di Stefano y Francesca Marciano/ F en C: Luis David Sansans/ E: David Brenner y Maryline Monthieux/ M: Max Richter/ Con: Benicio del Toro, Josh Hutcherson, Brady Corbet, Claudia Traisac, Carlos Bardem y Lauren Ziemski/ P: Chapter 2, Jaguar Films, Nexus Factory, Pathé, Roxbury Pictures, Umedia Films y uFilm. Francia-España-Bélgica-Panamá. 2014.