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ENCUADRE

¡Ay ojón!

¡Ay ojón!

En la volatilidad de los tiempos actuales, un creador fílmico afamado, de notable repercusión internacional y hasta objeto de homenajes con alfombra roja y toda la parafernalia en el fasto cinematográfico guanajuatense, hoy es ninguneado por los mecanismos de la distribución nacional.

En este tinglado de intereses mercantilistas, a alguien se le ocurrió que la más reciente producción de Tim Burton ya no es lo suficientemente atractiva para el espectador promedio, conformada en su mayoría por esos jovenzuelos oligofrénicos más preocupados por utilizar sus gadgets tecnológicos en toda la función, que de la película en particular. Dicho de paso, habría que implementar una medida legal para desalojar de la sala a estos infaustos que obstaculizan el disfrute pleno del espectáculo, por más que uno quiera obviarlos.

Pero la realidad es que las últimas propuestas del director norteamericano generan la ingrata impresión de que ya no da una, comprobable en una evidente falta de imaginación al recurrir al refrito en cotas excesivas (El planeta de los simios, Alicia en el país de las maravillas, Charlie y la fábrica de chocolate); la adaptación del cine de fórmula, el teatro musical y la propuesta televisiva (Mars Attack de donde parece que se originó el síndrome, Sweeney Todd, Sombras Tenebrosas); cayendo finalmente en el lastimero recurso de la secuela, al anunciarse el proyecto de revivir a Beetlejuice, uno de sus más caros personajes.

Narrada en tercera persona, a la manera de un reportaje periodístico sensiblero, Big Eyes se explaya en el feo asunto que implicó al matrimonio Keane, integrado por Margaret, dueña de una imaginación más o menos atractiva que logró plasmar en personajes con ojos de dimensiones considerables y que impactaron de tal manera al mercado, convirtiéndose en una maquinaria para hacer dinero; obra de la que se apropió el avorazado Walter Keane, también preocupado por acreditarse el reconocimiento y la fama mediática. 

Sin llegar a la altura de Mr. Turner (Mike Leigh) en la inteligencia de la utilización de ciertos recursos de preciosismo cinematográfico, Tim Burton sucumbe a los convencionalismos del drama, el cine biográfico con intenciones redentoras y  a la paleta cromática cálida y excesivamente colorida, a la que casi convierte en una postal con movimiento; a quien se agradece, por otra parte, la magnífica representación de época, la eficiente dirección actoral donde destaca Amy Adams por los matices contradictorios en la que se sostiene gran parte del interés del filme, en la puntual descripción de la mercantilización del arte y en el clima opresivo doméstico, al caer la mujer en las manos de un rufián manipulador y encantador a partes iguales.

Las fracturas emocionales se harán presentes en la medida que Margaret reclame su lugar, generando un conflicto hasta llegar a un juicio destructor. Incluye ciertos guiños que describen el puritanismo de la época, que negaba oportunidades laborales a mujeres emancipadas por el divorcio, aunque se extraña la ausencia de alusiones reflexivas al clima político de la época.

Para como están las cosas en el trabajo actual del director, Big Eyes equivaldría a su mejor película en años, suficientemente atractiva y entretenida, pero muy lejos del imaginario gótico de quien fue considerado un prodigio, convirtiéndose, paradójicamente, en una caricatura de sí mismo. Sus tres pantallas en la ciudad son señales inequívocas de la desconexión que ya se le profesa.

Big Eyes (Ojos Grandes)/ D: Tim Burton/ G: Scott Alexander y Larry karaszewski/ F en C: Bruno Delbonnel/ E: J.C. Bond/ M: Danny Elfman/ Con: Amy Adams, Christoph Waltz, Danny Huston, Krysten Ritter, Jason Schwartzman, Terence Stamp y Jon Polito/ P: The Weinstein Company, Silverwood Films, Tim Burton Productions, Electric City Entertainment. EUA-Canada. 2014.