miércoles. 17.04.2024
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La música nos habitó, con Ramón Vargas y Leticia de Altamirano

Reseña, o casi

La música nos habitó, con Ramón Vargas y Leticia de Altamirano

Y la música se hizo y parecía aparecer en el supertitulador un Ojalá estuvieras aquí, pero apenas era la obertura de Don Giovanni, acometida con tal brillantez que Ramón Shade, director de la Camerata de Coahuila y concertador de esta gala de ópera, pidió a los músicos levantarse para también recibir ese aplauso con el que el público iniciaba la celebración de estos plenos 35 años de Ramón Vargas en la música.

Ramón Vargas, arropado por el talento de quien también lo dirigió hace 35 años en el Palacio de Bellas Artes –que las precisiones lo confirmen o lo desmientan- y de una Camerata de Coahuila cuya solvencia musical ya lo convenció plenamente en los ensayos, se plantó entonces armado con esa naturalidad de los grandes, para acometer No mi dir, bell’idol mio y dejar claro que él es de México, de veintitantos años en el Met de Nueva York y de los mayores escenarios operísticos del mundo pero, sobre todo, ciudadano de una música a la que dedica talento, disciplina y tenacidad.

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Il mio tesoro in tanto dio cuenta luego de lo que tendríamos de la soprano Leticia de Altamirano: dominio histriónico capaz de anunciarnos desde el primer gesto la tragedia, picardía o ternura de los personajes descritos en la brevedad de sus diálogos, de transcripción oculta por ese Ojalá estuvieras aquí –situación sólo visible ante este reseñista; valga la aclaración para no acusar en falso al operador del supertitulador-. Y su voz: sabía que entraba luego de, o aparecía en duetos con Ramón Vargas, y puso –lo notamos- lo mejor, que no para no ser opacada, sino en la certeza de cubrir sobradamente la altura de esta circunstancia.

Un Teatro del Bicentenario que había declarado localidades agotadas mostraba verdaderas lagunas en su luneta, pero en un microscópico receso previo a la obertura La hija del regimiento todo quedó claro: el multitudinario futbol había provocado congestionamiento vehicular, gran parte del público llegó tarde, y esto no es como para que cualquiera llegue a la hora que quiera-pueda y circule por encima de los disfrutantes, política profundamente agradecible a la institución TB.

Un Teatro del Bicentenario cuya muerte fue declarada hace meses por divos expulsados de este paraíso y su club de fans, y que se declara pleno de salud con la ópera El Trovador en agosto pasado, con esta gala y con lo que viene en el resto de la temporada 2018, y con lo que se puede uno imaginar de quienes han logrado una programación de tal nivel para el Forum Cultural Guanajuato –institución nodriza del TB-, que equilibra sus ingresos entre la taquilla y las subvenciones estatales-, y su público entre lo aquí vivido para un espectáculo de paga –por cierto, bastante menor a las requeridas por cualquier músico popular en sus momentos de cuernos de la luna- y los de acceso gratuito entre la Calzada de las Artes y cualquiera otro de sus espacios. 

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El resto de la reseña… disculpe el lector, pero ésta fue noche de disfrute. Podemos decirle que el bis, el infaltable bis –sobre todo con este público de León, aplaudidor siempre y hasta el cansancio, lo que ahora fue de sobra justificado- fue un Bésame mucho a dueto que Consuelito Velázquez debe haber disfrutado desde su no estar, con un remate danzonero que obligó a Ramón Vargas y Leticia de Altamirano a bailar su delicadeza, observados por el sapiente reojo de Ramón Shade, aplicado a conducir, dicho está, la solvencia de esa Camerata de Coahuila que desde ya también es de León, cuando quieran.

En cuanto al Ojalá estuvieras aquí, quede constancia de que permaneció en el invisible supertitulador, aun concluida la función.

Ramón Shade, director de la Camerata de Coahuila