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Pastora Galván ofició su flamenco en el María Grever de León

Pastora Galván ofició su flamenco en el María Grever de León

 

Para Lucila Hernández Ayala, flamenca

Irreverencia y flamenco. Virtuosismo, sensualidad y arte escénico calculando hasta la irritación su ejercer la vida flamenca, desde el más clásico zapatear hasta los silencios, las tinieblas, la irrupción de sillas cayendo como recurso de esta bailaora sin concesiones, con glamoures que dan paso a la urgencia de comunicar historias en cada paso, en cada floreo de manos, en cada golpe y giro de cadera, siempre desde adentro y hasta la incitación para dejar claro que esto no es cosa de juego, o sí, del juego de llegar y plantar ante el espectador la verdad de que este baile se parece al de la vida.

Pastora baila y el primer acorde la encuentra en papel de mujer tan cercana con su mandil y tobilleras color carne a nuestras mujeres, las dadoras de vida, las señoras de casa ellas sí, y nos regala un llegue brutal y de frente (¿Por Dios, con qué término técnico se podrá llamar a ese golpeante gesto de incitación al fornicio?) que deja a uno clavado en la butaca, le quita el respiro, le borra de la memoria el olé que todo mundo teníamos en el repertorio y nos somete a la casi ausencia de jaleos, o más bien, nos permite asumirlos en el interior, en el silencio, en la impavidez y en el negarnos permiso siquiera para el aplauso, el pestañeo, el mínimo riesgo de dar paso a la somnolencia que aparecería entre la obscuridad de cualquier otro espectáculo.

Y la riqueza de palos, estilos de danza, ubicaciones escénicas, apenas dos o tres cambios de vestuario marcados mientras sus musicazos se armaran el tablao en ausencia, fusiones entre disciplinas que parten del flamenco mamado en la infancia, pasan por la danza contemporánea y variantes miles del tap y pasean hasta por uno que otro repegón a los ilustrísimos giros reguetoneros, dejan claro que no estamos ante un show: vivimos, afortunados, una experiencia tan irrepetible como cualquier fecha triunfal de fiesta brava, siempre presente en la liturgia dancística de Pastora.

Y sus cantaores-palmeros y el guitarrista que tan experimentado conductor de esta montaña rusa se demuestra, cuyos nombres ha de guardar en la gloria un inexistente programa de mano, dan santo y seña de que el flamenco puede estar muriendo en alguna parte de un planeta desconocido, pero aquí fue oficiado con vigor, pasión y virtuosismo, ante una grey conmovida por la liturgia de Pastora Galván, que baila.