miércoles. 24.04.2024
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Amar con todo el hígado

Julio Édgar Méndez

Amar con todo el hígado

Si de veras amas a alguien, no le digas Te amo con todo mi corazón. Es mejor decirle que le amas con todo el hígado. ¿Por qué? Bueno, no lo sé a ciencia cierta, pero es un consejo que me dio el maestro de biología en la preparatoria. Decía que si bien el corazón es el órgano indispensable para estar vivo, el hígado realiza tal cantidad de funciones que sin él sería posible vivir, pero en condiciones insoportables. Como sea, no hice caso y ahí fui, a declarar mi amor usando al pobre órgano vital como bandera y pretexto. Con todo mi corazón. Y desde el ventrículo izquierdo hasta el derecho, no le dejé espacio para respirar. La siguiente persona recibía más o al menos la misma cantidad de amor que el anterior romance.

Así nos pasamos la vida (me incluyo en la estadística) antes de que nos agobien las vicisitudes de ser adulto. Lo que en estos tiempos significa llegar a los treinta. Porque los adolescentes actuales son de los veinte a los treinta. Son gamers, no asumen responsabilidad alguna, viven con sus padres, muchas veces incluso siguen siendo mantenidos por aquellos; aún no definen qué hacer con su vida profesional ni laboral, pasan de una pareja a otra “porque no me das espacio, me celas todo el tiempo, me juzgas por la forma de vestir y de comer, y hasta exiges que elimine mis contactos de feisbuc que no te gustan”. Y sí, los nuevos adolescentes del siglo no pueden llegar a la edad adulta simple y sencillamente porque no es posible. ¿Cómo quieres que vaya a trabajar si pagan tan poco? Prefiero quedarme a jugar Halo. Por lo tanto, amamos bajo esa misma premisa: ¿Cómo quieres que me enamore si pagan tan poco? Un romance de un mes, dos romances de fin semana, un gran amor virtual (ella en Rusia, él en Pénjamo), eso es lo de hoy; lo demás es para tevenovelas.

Hubo un tiempo en que el amor era romántico, sentimental al extremo y cursi hasta el asco. Pero funcionaba. El corazón latía desbocadamente durante las clases aburridísimas de mate, español, física, hasta salir al receso y entonces también empezaba a faltar el oxígeno, ahí estaba la causa de nuestros nervios: con su cabello dorado, los ojos azul borroso, ese uniforme sexy que dejaba ver las piernas desde las rodillas para abajo, calcetas blancas y zapatos negros bien boleados. Acércate. No, espera que esté sola. Que te vea. Hoy sí te lavaste el pelo y la cara. Y hasta los dientes. Mira, ya volteó, sonríe, te mira, no te rajes. Pum, pum, pum, ¿quieres ser mi novia? Zas! Ni modo de echarse para atrás. En ese momento se concentraba todo el poder del universo en un compás de espera que parecía eterna. La respuesta era lo de menos, pero ero lo de más. La sangre nos delataba llenando nuestra cara de un color que ni bronceado en la playa. “Te contesto a la salida”. Uff, menos mal. Ya se podía respirar. Y córrele a clases, porque esos minutos se volvieron todo el receso de todos los tiempos por venir. Jamás habrá un romance semejante durante el resto de nuestra vida. El primer amor. Que luego sería el escalón para esos grandes romances hasta llegar al formal, que no el mejor, y cimentar una relación que se volverá familia, responsabilidad y cosa seria. Y entonces sí, a echar el hígado para mantenernos a flote y llevar a nuestra familia a buen puerto. Que al fin el corazón aguanta.