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El abuelito de todos los conciertos • Héctor Bravo

A 50 años, Héctor Bravo revisita ‘El abuelito de todos los conciertos’

Foto - AGN, SEGOB, Fondo de la Dirección Federal de Seguridad (DFS)
Foto - AGN, SEGOB, Fondo de la Dirección Federal de Seguridad (DFS)
El abuelito de todos los conciertos • Héctor Bravo

El abuelito de todos los conciertos

Héctor Bravo, 2021

 

El Festival de Rock y Ruedas de Avándaro es el abuelito de los grandes conciertos, de los masivos, pero, sobre todo, de un modelo que difícilmente se ha vuelto a realizar. En Avándaro hubo un espacio abierto y cercano a la naturaleza, también un solo pago que no parecía excesivo para dos días de música. Y como a todos los abuelos, hay que respetarles. Fue un acto valiente para quienes organizaron y otro aún más valiente para quienes asistieron.

Como modelo para escuchar música representó un sitio de libertades y tranquilidad inigualables. Ni las batallas campales de los primeros años del Vive Latino, donde se aventaron pedazos de alfombra o vasos llenos de cerveza en todas direcciones (ajá, cerveza). Y tampoco los eslames que hacían temblar las Islas o los campos de beisbol en Ciudad Universitaria en los conciertos de apoyo al EZLN, mostraron esos ideales del humano libre y confiado en su semejante. Estos conciertos que fueron libertarios y multitudinarios estaban en medio de ciudades, entre el tráfico y con veinte años de smog acumulado sobre los hombros de asistentes. Comparado con Avándaro, asistieron unos cuantos.

En ningún otro concierto del futuro hubo otro portazo de magnitudes tan pacíficas. Bastó la presencia y acumulación de gente para que se entendiera que había que dejarles entrar sin ponerle candado a las puertas de la naturaleza. Esos veinticinco pesitos que presuntamente cobraron y que muy pocos pagaron fueron simbólicos porque, al final, entraron todos los que cupieron y quisieron.

Musicalmente hablando fue revitalizante para el rock mexicano. Lo que se escuchó en aquel escenario de altura imponente fue un cartel compuesto por bandas muy mexicas. Se miró hacia el ombligo de la producción nacional, se escarbó y se hallaron joyitas. Además, las magias de los organizadores lograron que salieran grupos que quisieran tocar casi gratuitamente. Repito tocar casi gratuitamente. Qué tipo de convocatoria se necesita, de tal trascendencia, que haga pensar a varias bandas que tocar en ese sitio será un privilegio, un lujo, y no un trabajo cualquiera.

Otra maravilla musical es que asistieron bandas que eran muy conocidas y otras que no lo eran tanto. No era una alineación fresita y no todas tenían renombre. Tocaron los que ya tenían discos y emisiones radiales junto a los que apenas comenzaban. Tampoco fue un rock fácil. Para entonces ya comenzaban algunas experimentaciones musicales, distorsiones, largos de guitarra, flautas, canciones de más de tres minutos y medio, coqueteos musicales con bandas de renombre internacional. Todo parecía mostrar que esos grupos avandarenses tenían mucha madera para hacer una vanguardia poderosa.

Los efectos musicales de Avándaro son sensibles cincuenta años después. Las personas que estuvieron tras bambalinas, organizadores, músicos, manejadores, que siguieron a salto de mata dándole al rock, agitando calva o cabellera de manera incansable, abrieron el camino y siguieron abriendo brecha entre la sociedad mexicana. Aunque se diga que después vino la represión estatal y no hubo apoyo para el rock, lo real es que hubo una profunda resistencia a guardar silencio. Muy probablemente, si no hubiera sucedido el Festival de Rock y Ruedas, sin el mito y sin el referente, aquella resistencia hubiera acabado muy pronto y el camino del rock hubiera perdido grandes expositores mucho antes de tiempo.

En esas ondas de resistencia, Avándaro y los jóvenes jipis fueron la primera patada voladora al conservadurismo mexicano. Se repite constantemente que los sesenta y setenta fueron las décadas de los cambios culturales, pero se mostró que en México eso iría más lento. Hay que medir cómo en 1971 las autoridades municipales y estatales dieron anuencia para que se realizara el Festival. Pero cuarenta años después, las mismas autoridades del Estado de México dificultaron la realización del metalero Hell & Heaven. Por no hablar de algunas notas de prensa que solamente cambiaron el sustantivo “jipis” por “metaleros” para desacreditar a un sector de la juventud. Aunque hay palabras poco reivindicativas para expresarse de los empresarios organizadores.  

Avándaro también fue un piquete de ojos contra el gobierno mexicano en su conjunto. Fue mencionado en el informe presidencial de Echeverría y el de Hank González, apalabrado por intelectuales orgánicos y otros entes de la culturalidad mexicana. Muchos políticos tuvieron algo que decir, estuvo en boca de todos. A Avándaro fueron enviados militares y agentes de la Dirección Federal de Seguridad para observar el fenómeno juvenil y se encontraron con que aquellos jóvenes que habían salido nuevamente a la palestra pública no querían dialogar con las autoridades, no esperaban presentar un pliego petitorio o planteaban demandas sociales y parecía que por ende no fueron reprimidos salvajemente. Esos jóvenes de Avándaro querían hacer una revolución consigo mismos.

Lo que para los jóvenes fue un momento de libertad y música, para el estado mexicano fue un laboratorio para entender a sus pequeños ciudadanos rebeldes. Momento de observarlos, estudiarlos para intentar dilucidar por qué había tantos allí reunidos. Como idea de cincuenta años se antoja que Avándaro le enseñó al Estado Mexicano que no era necesario actuar violentamente contra sus jóvenes ciudadanos o que eso de la violencia asesina no podía volver a ser un acto multitudinario y había que hacerlo soterrada y ocultamente.   

De Avándaro nos quedan sus grandes admiradores. A cincuenta años son ellos quienes escriben y se han convertido en una prensa especializada y rocanrolera, depositarios del conocimiento erudito de la música del periodo. Verdaderos especialistas y amantes de la década de los sesenta y setenta que se encargan de resguardar la información, de recolectarla, de estar atentos a la próxima entrevista, el libro nuevo, el programa de radio, siempre atentos con hambre de saber más. Son ellos y ellas quienes resguardan la memoria de Avándaro y, además, quienes siguen reproduciendo a Avándaro y ganándose de adeptos, por fortuna.

***

Para resumir, a cincuenta años del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro tenemos un abuelito que goza de buena y respetable salud. Que en sus tiempos de juventud mostró a la sociedad mexicana y a los mismos roqueros lo difícil que es el camino del rock. Que sigue dejando enseñanzas de la sociedad mexicana y lo poco que cambió después de cinco décadas, de cómo triunfar contra el tiempo resistiendo a pesar de los políticos, de los empresarios y en el peor de los casos, de los mimos roqueros. Nos mostró que cuando él era joven, no importaba si eras politizado o jipi, tendrías los ojos del estado encima.

Ya con sus años es muy importante porque se convierte en un modelo de dónde estamos y en dónde estuvimos en cuestión musical y social.

Es tan importante como un punto de referencia y por eso una unidad de medida. ¿A cuántos Avándaros está México de la esencia musical del rock? Si queremos hablar de cantidades de gente reunida, ¿Cuántos Avándaros se necesitan para llenar el corazón de un rocanrolero? Si queremos analizar la acción del Estado Mexicano frente a los jóvenes en los sesenta ¿Cuántos conciertos de Avándaro necesitas para poner a bailar un batallón de infantería? Si hablamos de memoria colectiva ¿Cuál es tu mejor momento Avándaro del año y de los últimos cincuenta?

Héctor Bravo, 2021


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