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La final del Clausura 2021: A ghost story

“…sólo veían pasar los años y torneos entre fallas de último momento, desánimo prematuro o grandes temporadas regulares y lastimosas liguillas…”

La final del Clausura 2021: A ghost story

A los eternos amigos cruzazulinos

 

Finalmente, después de casi 24 años, los fantasmas se han ido. Como sucedía en la película de David Lowery, parecían atrapados en el tiempo y ya sin poder acompañar a quienes se supone debían cuidar. Extraviados en las tribunas, sólo veían pasar los años y torneos entre fallas de último momento, desánimo prematuro o grandes temporadas regulares y lastimosas liguillas. El final del certamen anterior, donde fueron eliminados de manera inverosímil, y el inicio de éste, no auguraban nada bueno: sin entrenador a punto de arrancar la primera jornada, recurrieron a su tercera opción, Juan Reynoso, quien empezó a trabajar en plan bombero, mientras que el nivel directivo sobrevivía en el caos. Las dos primeras fechas, previsiblemente, terminaron en derrotas y esa historia de fantasmas parecía permanecer en el guion por escribir. Pero contradiciendo los principios de toda planeación, apareció la capacidad de improvisar y ajustar sobre la marcha: una combinación de innovación y carácter para cambiar la predestinación y dejar que los fantasmas puedan habitar otros espacios.

Se le hizo tarde a Santos: Final en la Laguna

Santos ejecutó la consigna de atacar desde que sonara el silbato, muy pronto asediando la portería de Corona con disparos bien dirigidos o cercanos, impulsados por su público y los incansables manoteos y poses gestuales de Almada, uno de esos técnicos a los que se les agradece su postura a favor del fútbol propositivo. El Cruz Azul mantenía una calma que le ha sabido transmitir a los suyos Juan Reynoso, aguantando el vendaval inicial y equilibrando de a poco el desnivel del campo, incluso generando algunas llegadas a través de Rodríguez, bien contenidas por el defensor Doria prácticamente en situaciones emergentes de uno a uno. Tras la rehidratación, llegó la mejor jugada del partido, suficiente para desquitar el boleto: el “Cabecita” controla de espaldas y lanza una chilena con claro enfoque de gol, obligando a Acevedo a un fugaz recorrido para realizar gran desviada a una mano.

La segunda mitad arrancó con un tanto bien anulado a los Guerreros, quienes empezaron a ser controlados por la Máquina, cada vez mejor aceitada en el campo de juego e incluso enviando un par de disparos bien resueltos por Acevedo. Vinieron los cambios y a veinte minutos del final, Romo tomó el balón y al verse rodeado de sus contrincantes, apretó dientes y riñones para avanzar entre túneles y rebotes hasta que se le presentó la oportunidad de tirar al arco: la pelota fue desviada por el portero pero mantuvo su intención para llegar a la red y poner al frente a los visitantes. Un gol de carácter y convicción pura, justo lo que necesitaba este equipo para superar tantos años sumidos en la lógica del ya merito, festejado con la playera de Alvarado para mostrar solidaridad con su compañero. Como sucedía en la novela de José Agustín, a los locales se les estaba haciendo tarde en la Laguna, viendo cómo el tiempo se diluía sin que se dieran cuenta, mientras buscaban el tanto del empate que se extravió en el mundo de los intentos.

Otra vuelta de tuerca para la novena

Como sucedía con la institutriz en la clásica novela de Henry James, el Cruz Azul tenía que indagar a fondo qué sucedía en su casa con esas presencias fantasmales. Sin embargo, el primer tiempo presagiaba lo peor: no solo eran los espíritus del pasado, sino un equipo de Santos que salió al campo convertido en un verdadero finalista, acechando la portería contraria, dominando el desarrollo del partido y teniendo largos lapsos de posesión. No parecía ser la historia esperada para romper el embrujo que inició aquel diciembre de 1997 en León, sino más bien volver a ser víctima de él, dado el nerviosismo y pasmo que mostraban varios jugadores azules.

A pesar de no generar demasiado peligro, los verdiblancos iban dinamitando paulatinamente una defensiva que carecía del apoyo de la media y de la ofensiva, tanto en relación con la tenencia de la pelota como en cubrir los espacios en tres cuartos de cancha. La primera llegada, no obstante, fue local, vía un remate de cabeza de Escobar, bien desviado por Acevedo; pero diez minutos después, hacia el ’37, llegó el buscado premio al equipo que más había puesto el fútbol en el césped: Valdés soportó la marca de dos defensores y mandó un macizo zurdazo con dirección de ángulo superior, inalcanzable para Corona. Las voces e imágenes fantasmales, ésas que la protagonista del relato de James percibía, volvían con fuerza entre las gradas, pobladas por aficionados que contra toda historia seguían confiando en que los maleficios están hechos para romperse, no perpetuarse.

Urgía una transformación en forma y fondo. Reynoso, con esa capacidad para rediseñar durante el proceso mismo, lo sabía. Hizo los cambios y ajustes necesarios para la segunda parte, en cuyo arranque los papeles parecían haberse cambiado: ahora era el anfitrión quien asumía el control del momento y la pelota, en tanto los visitantes empezaban a mostrar esas costuras que suelen aparecer fuera de casa. Una escapada del ingresado Giménez mandó un primer mensaje claro, seguido pronto del empate gracias a justo pase del peruano Yotún, también entrando de cambio, que dejó solo a Rodríguez, en buena posición a pesar de que un compañero que también fue por la pelota estaba adelantado, para superar la salida del arquero: las modificaciones mandadas desde el vestidor rendían frutos rápidamente.

El dominio se mantuvo para la Máquina e incluso se presenté la oportunidad de consolidar el triunfo con otro tanto, pero Giménez voló su disparo, mostrando, eso sí, dinamismo y movilidad al frente. A partir del ’70, el equipo capitalino decidió, quizá riesgosamente, retrasar líneas y jugar al contragolpe, mientras que los visitantes de Torreón empezaban a recomponer un poco después de verse extraviados en este segundo lapso. Fueron minutos de angustia y sufrimiento, porque no podía ser de otra forma tratándose del cuadro cementero: gana o pierde pero generalmente sus partidos definitorios se acompañan por cuotas de drama, hasta antes de este partido, más cargadas hacia la tragedia, como bien lo sabían el Cata Domínguez y Corona, testigos sobrevivientes de múltiples batallas.

Hubo varias pelotas en el área de los de casa pero ninguna con el suficiente veneno. Esta vez, el final para el conjunto de azul y para los muchos aficionados que se han mantenido al filo de la butaca manejando la decepción como forma de ver el fútbol, resultó muy feliz, después de una saga muy oscura que se alargó por más de dos decenas de años. Cruzazulearla ha adquirido otro significado más: conseguir lo impensable, en este caso, conquistar un título después de que pocos, después de la segunda jornada del torneo, lo podrían prever. Llegó la novena con otra vuelta de tuerca y la historia de fantasmas finalmente ha terminado.