jueves. 18.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

CÓMO GESTIONAR LA CREDENCIAL DE INAPAM Y NO MORIR (MUCHO) EN EL INTENTO

Ser adulto mayor y demostrarlo

Ser adulto mayor y demostrarlo

Porque no es solamente que la credencial del IFE o INEE consigne la edad de la persona, o la CURP, o cualquier otra credencial oficial de las que son válidas en cualquier banco, por ejemplo. Hay que comprobarlo con todos los documentos oficiales, no vaya a ser que uno aparente más edad de la que tiene con tal de beneficiarse de los servicios públicos.

Por una parte, ¿es que la gente que no tiene documentos oficiales probatorios de su edad  no tiene derecho a algún tipo de beneficio que mejore en algo su calidad de vida? Recordé a los migrantes del canal, en Tijuana. Sin documentos oficiales, están (espero que sea en pasado) condenados a vivir como parias encerrados en el canal, a riesgo de ser detenidos y encarcelados o ingresados a una clínica de rehabilitación forzada si se atreven a abandonar el bordo. No se diga encontrar trabajo.

Por otro lado, las condiciones para hacerse de una tarjeta del INAPAM, que permita disfrutar de algunos beneficios. Aquí en León hay que trasladarse a la Colonia Arbide, llegar antes de las 8:00 A.M. y sentarse en una banqueta maloliente a esperar  a que abran la oficina y repartan las 40 fichas del día. Hay que llevar los documentos citados (IFE y CURP) y el acta de nacimiento, en original y copia. En estos tiempos en que la CURP se obtiene en línea, con que uno sepa su fecha y lugar de nacimiento (y su nombre, claro), es medio absurdo que se pida un documento que al calce dice que “la información fue verificada con el Registro Civil”. Y la credencial del IFE o INEE requiere del acta de nacimiento para su expedición, y tal vez lo único que tiene es la fotografía y la huella digital (que nadie checa) para verificar la identidad del que la porta. Redundante a más no poder. Ineficiencia administrativa también, y gusto por el papeleo que justifica mucho de la burocracia.

No sé qué signifique el traslado para la mayoría de los que asisten a solicitar la credencial. Cuando llegué no había carros estacionados, así que deben llegar en autobús. Mientras esperábamos a que abrieran las oficinas (diez minutos tarde) la gente contó sus historias: ya había venido y me tocó la ficha 39, pero después de tres horas, cuando me tocó turno, había una letra mal en mi CURP y me regresaron, por eso vine hoy otra vez, dijo una señora; mi marido había recortado la esquinita de su credencial y le dijeron que así ya no vale, y tuvimos que venir a sacarla otra vez, contó otra.

En cuanto abren, las dos mujeres a cargo comienzan a repartir las cuarenta fichas. La oficina es una habitación con dos escritorios y unas treinta sillas para los que acudimos. Detrás de un mostrador están las computadoras. Nada que pueda uno beber mientras espera (hipoglucémica que soy, había desayunado antes de ir). Un rato más tarde pregunté si había sanitarios. Sí hay, en un terreno al lado al que se puede acceder después de que una de las empleadas encuentra las llaves y abre la reja y los baños. Limpios, sí; pero no hay papel ni servilletas para las manos.

Cuando iban en la ficha 8 anunciaron que no había sistema –y no es culpa de las empleadas, por supuesto-, de manera que no podrían tomar fotos (gratuitas) ni generar credenciales plastificadas; y las credenciales en cartón solamente eran nueve, de manera que la gente tenía como opciones:
a) irse a almorzar y regresar antes de las 11:00 a.m. esperando que ya haya sistema, aunque es menos probable que eso ocurra a esa hora. Entre las once y la hora del cierre de la oficina solamente hacen trabajo administrativo, incluido el elaborar las credenciales de las personas que sí alcanzaron ficha y cumplieron con los requisitos
b) regresar otro día a hacer el trámite, con ficha preferencial

Yo tenía la ficha 9, justamente. Algunas de las personas que esperaban solicitaron poder regresar alrededor de la una, pero les dijeron que no. Otros simplemente decidieron esperar a ver si el sistema decidía funcionar (y así llevamos más de 70 años) para no tener que regresar. Irse a almorzar, como sugería la empleada, no pareció ser una opción.

Llamaron a la ficha 9 (yo), una señorita llenó un formulario (y lo llenó mal) y lo pasó a la que parece ser la jefa de la oficina, quien finalmente elaboró la credencial en cartón, me pidió que revisara los datos -que fuimos corrigiendo mientras tecleaba- y que la firmara. Listo, para mí. Una hora y cuarenta y cinco minutos desde que me formé en la fila de la banqueta.

Contrasto con el trámite en Tijuana: en la delegación de Playas de Tijuana, en la que vivía, se instala un módulo móvil al lado de las oficinas delegacionales, en horario regular. No hay fila. Una empleada coteja mi acta de nacimiento y mi comprobante de domicilio y recibe las dos fotografías tamaño infantil que se requieren. Dos días más tarde paso a recoger mi credencial, de camino a mi trabajo. Esa credencial me da, automáticamente, los beneficios de los descuentos en el transporte público, por ejemplo.

Pero si cruzo la línea para ingresar a territorio gringo ni siquiera necesito credenciales adicionales a mi pasaporte o visa para comprobar que soy un senior y hacerme acreedor a todos los descuentos en restaurantes y todo tipo de transporte público, o en tiendas.

En León aún tengo que ir a una de las oficinas del SIT para tramitar otra credencial, llevando otra vez los tres documentos oficiales, para hacerme beneficiaria de la tarifa cero. La gente no protesta, no pide racionalidad, ni siquiera pide que haya agua o alguna bebida caliente para paliar el hambre mientras espera. ¿Y qué pasa si llueve? ¿Y si comienza a hacer frio por las mañanas? ¿Y si hay otro hipoglucémico, pero que no haya desayunado?

Alguna vez, a mis 23 años, yo me desmayé en la fila de una clínica del ISSSTE del D.F. mientras esperaba ficha  (todavía no sabía controlar mi síndrome); los que se hicieron cargo fueron mis compañeros en la espera, dándome a beber café con leche y poniéndome en lugar seguro. Pero en este lugar no hay nada que uno pueda ofrecer a alguien con algún tipo de deficiencia. ¿No sería sensato que en los lugares como éste, destinados para atender a personas con algún grado de vulnerabilidad, las instalaciones y servicios tuvieran un poquito de calidez, de sentido humano y de reconocimiento de las condiciones de salud y económicas del grueso de los que asisten? Yo nomás pregunto.