viernes. 19.04.2024
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Vacaciones imaginarias

Fernando Cuevas

Fernando Cuevas
Fernando Cuevas - Vacaciones imaginarias
Vacaciones imaginarias

Dos familias se dirigen, aparentemente, a sus vacaciones. Una de ellas va hacia a un hotel a la orilla del mar y la otra a un tiempo compartido, aprovechando un premio que ganó el papá. En ambos casos, las madres parecen cargar con un problema que se esperaría resolver o al menos paliar con el viaje. Se trata de dos bienvenidas cintas mexicanas, buscando la universalidad de sus propuestas, que exploran territorios argumentales y estilísticos no del todo comunes en la cinematografía nacional, trátese de las películas destinadas a festivales y las que se enfocan a la corrida comercial.

Imaginar la cura

Carlos Carrera regresa al cine de animación después de su cortometraje El héroe (1994, Palma de oro en Cannes) y De raíz, (2004), y a ciertos planteamientos desarrollados en De la infancia (2010), con Ana y Bruno (México, 2017), arriesgada cinta tanto en el ámbito temático como en la propuesta visual, sobre todo considerando que no pareciera tener un público definido en términos etarios. Se trata de una historia que aborda la pérdida, la locura y la depresión, en dura batalla contra la fuerza de los lazos afectivos, tanto amistosos como familiares, desde la perspectiva de la niña del título contando con el apoyo de un amigo imaginario, que la ayudará en su epopeya, a la que se suma un perro y un niño ciego, personaje muy bien insertado en la trama.

Al llegar al extraño “hotel”, que muy pronto sabemos es un hospital psiquiátrico, el padre deja a su esposa e hija internadas y se va sin despedirse: la pequeña pronto se da cuenta que su madre necesita ayuda por ser víctima de un monstruo de fuego y de tratamientos y terapias en extremo invasivas, en evidente fase de experimentación, como los electrochoques, aplicados por un médico-villano excesivo. La pequeña decide lanzarse en busca de su padre con el apoyo del mencionado Bruno, un orejón bastante latoso, y una buena cantidad de seres imaginarios que le ponen color al filme, producto de la imaginación de los internos, entre los que hay criaturas híbridas, objetos parlantes y personajes en apariencia extraviados que no saben bien lo que están buscando, reflejando las dificultades y neurosis propias de sus creadores.

La animación, sin estar a la altura de Ghibli, Pixar y las recientes producciones francesas, consigue crear una correcta ambientación de la época de los cincuentas (el pueblo, los coches, los vestuarios) y algunas estampas de abierta belleza y de angustiante soledad; si bien por momentos la gestualidad de los humanos es limitada, su diseño en términos de personalidad genera identificación y simpatía. Las secuencias de acción alcanzan una buena cuota de intensidad, aunque en algunas de ellas se asomen las costuras, y favorecen la dinámica de la historia, aderezada con discretos apuntes humorísticos, sobre todo provenientes de los seres imaginarios. Queda, eso sí, el mundo de los sueños como una alternativa para acompañar una realidad dolorosa, pero siempre en proceso de reconstrucción.

Imaginar el paraíso

De lleno nos metemos a uno de estos gigantes hoteles de tiempos compartidos en los que el artificio es el modus operandi. Un empleado de animación (Miguel Rodarte, creíble en la derrota) sufre un colapso en un juego y algunos años después lo vemos trabajando en la lavandería del mismo consorcio. En tanto, una pareja y su hijo se instalan en una pequeña villa y justo cuando empiezan a disfrutar de la estancia, otra familia llega al mismo lugar diciendo que ellos también tienen asignada esa estancia. Tras las reclamaciones del primer llegado sin respuesta favorable, la convivencia será inevitable: pero su esposa (Cassandra Ciangherotti) y su hijo empiezan a pasársela bien con los otros inquilinos.

Dirigida y coescrita por Sebastián Hofmann (Halley, 2012), Tiempo compartido (México, 2018) se constituye como una comedia de tonalidades oscuras que apunta su crítica a la cultura de la evasión triunfalista, del echarle ganas como fórmula única, soñar lo que se quiere alcanzar y del éxito tanto económico como empresarial cual metas vitales que generaran, porque sí, la ansiada felicidad, aunque después no se sepa qué hacer con ella: ahí están las charlas del motivador (RJ Mitte) al equipo de ventas entre el que se encuentra la esposa del empleado desdeñado (Montserrat Marañón), en busca de acomodar paquetes a partir de tramposos discursos motivacionales: en el subsuelo del paraíso, las tuberías se van sobrecargando de presión.

El incremento paulatino en la molestia del personaje principal, realistamente interpretado por Luis Gerardo Méndez en su desesperación, incluyendo ese aire de superioridad cultural, se alimenta de la condescendencia insultante del gerente y de su nuevo vecino (Andrés Almeida), haciéndose los comprensivos en un tono de evidente falsedad sin perder nunca la calma. En este falso paraíso de tonos pastel y música inquietante, con una pirámide gigante cual templo sagrado y tonalidades discordantes, donde igual caben alucinaciones que atardeceres de postal enfáticamente prefabricados, los anfitriones buscan atrapar a los incautos a cambio de dos semanas al año, con albercas saturadas y personal que organiza tiempos y actividades: la iniciativa queda suspendida en espera de motivación externa.

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