Es lo Cotidiano

Márgenes borrosos y en la taberna

Isaac Raúl Zepeda Romo

Tachas 03
Tachas 03
Márgenes borrosos y en la taberna

Una cerveza para comenzar

Me resultó curiosa una leyenda escrita en mi lata de cerveza y me puse a leerla “Kloster, que significa claustro en alemán, nos remonta a los monasterios de la Edad Media, donde los monjes eran distinguidos fabricantes de cerveza…[1] No me agradó mucho tener que toparme con la Edad Media en mi bebida; sin embargo, esforcé una sonrisa y pensé que los monjes no sólo habían fabricado cerveza, sino que se habían dedicado a beberla y disfrutarla. Esos míticos goliardos.

Agradezco que la palabra Goliardo no haya llegado a mí como un lugar común, como palabra usada para denominar a cualquier vago contemporáneo, a cualquier gran bebedor o, aún peor, a cualquier snob que se autodenomine como tal, Porque entonces mi percepción hubiera estado viciada y no disfrutaría de esa idea como lo hago. Imaginemos que a alguna fiesta llegara de repente un montón de goliardos tonsurados y vestidos con sus hábitos a jugar, cantar y beber.

Cierto es que no se sabe mucho sobre ellos, que vivieron entre el anonimato y la ficción, concordando con su carácter errante el que no tuvieran un lugar fijo, un país, al cual reducirlos. No obstante, gracias a la documentación y a que un club tan vistoso y crítico no podía pasar desapercibido, se logra ubicarlos en los siglos XII y XIII, aunque hay quien encuentra sus orígenes ya por el siglo IV,[2] mas los goliardos a que me refiero son los autores de los Carmina Burana. Se logra además delimitar el territorio por el que pudieron andar: Alemania, Francia e Inglaterra.[3]

La visión del marginado

Esta dificultad para aprehender a los goliardos se debe a sus características: actitud rebelde, anárquica. Están fuera. Han decidido estarlo o así les ha tocado, eso es lo de menos, el caso es disfrutarlo, dicen: “¡En este punto,/ sin demora,/ tañed todos las cuerdas:/ ya que la suerte/ derriba a un valiente,/ plañid conmigo!”.[4]

Son marginados, se encuentran al margen, y ya se sabrá qué difícil resulta definir esto en ciertas ocasiones. Son borrosos debido a los mitos que ellos y sus detractores difunden: el “decir” de boca en boca, el chisme. Se va creando una imagen que aunque no fidedigna tiene cierto poder. Compárese con algo que cause incomodidad en la actualidad y de lo que se hable constantemente, pero basado en no sé qué pensamiento mitificador, personajes del crimen organizado, se me ocurre, aunque parezca drástico, pero que cada quién haga su ejercicio.

En  todo sistema social siempre podrá encontrarse, a veces sin mucho buscar, otras buscando debajo del tapete, ciertas variables despreciadas, relegadas del orden. Son una constante tanto real como literaria, ya en mis días no sé cuál es primero. Son burbujas de toda esa masa, vacíos no planeados. ¡Ésa es la palabra! No planeados, como los hijos, ¿qué se hace con ellos?, se les descuida y ellos aprenden a ver cosas que el hijo querido no puede.

Si estos marginados llegan a tener alguna fuerza y presencia, ya sea como grupo o como individuo, a menudo llega a reprimírseles o se funden en algo nuevo, tal vez se les vuelve a tomar en el seno como al hijo descarriado que rectificó el camino. Pero luego, cuando han desaparecido se les vuelve a mirar con cierta ternura y nostalgia, tal vez hasta dándoles tardíamente la razón.

¿Por qué su sociedad los condena? El estar afuera puede convertirse en un privilegio por la hermosa vista que ofrece. Esta vista da pie a la crítica, de lejos puede verse mejor. Cuestionan la escala de valores que rige el mundo, un rasgo que podemos ver en varias expresiones de la literatura medieval, como en Jorge Manrique: darles un nuevo valor según la fe cristiana, más buena onda y convencional este autor, tengamos en cuenta que él vivía para la sociedad y no tenía que pedir para comer. Otro que hace larga mención de esta escala de valores y no siempre la cuestiona es Jean de Meung, en la segunda parte del Roman de la Rose. De Meung era un estudiante también, alguien leído.

Pero pocos son tan mordaces y directos como nuestros goliardos. No tienen piedad de nadie y le toca desde al clérigo, pasando por el noble, hasta al pastor. Y es esto importante ya que si son tres los niveles que pueden observarse, ellos no aceptan alguno; sin embargo, mencionan que están dispuestos a aceptar a todos en su “orden”: “Nosotros somos ahora/ los garantes de la misericordia,/ puesto que acogemos/ a los grandes y pequeños:/ acogemos a los ricos/ y a los pobres/ —a quienes los devotos monjes/ dejan a la puerta.[5] El poema continúa haciendo mención de todas las variedades de personas que pueda haber y aludiendo a sus defectos, tal vez lo único que los diferencia.

Me agrada cómo Jacques Le Goff los posiciona dentro de la ciudad en Los intelectuales en la Edad Media, los ubica como un producto de la urbanidad, el hijo por feo que sea es el hijo: “…los goliardos son ante todo vagabundos, representantes típicos de una época en que la expansión demográfica, el desarrollo del comercio y la construcción de las ciudades… arrojan a los caminos y reúnen en sus cruces, las ciudades, a marginados….[6] Y también los pone antes del humanismo, incluso como (proto)humanistas.

El Sofista que todos llevamos dentro

Todos llevamos un sofista dentro, junto a ese niño del que todos hablan (o lo digo sólo para que el mío no se sienta sólo). Al menos es cierto que los goliardos lo tenían, y el suyo cantaba y pedía. Porque estos vagos, por más mordaces que fueran también tenían que comer y cubrirse del frío. Carlos Yarza menciona que para obtenerlo se valían de su traje y su tonsura[7]; además de eso, recordemos que tenían que usar la palabra, “en la forma de pedir está el dar”.

La palabra les sirve como al caballero la espada, para procurarse la protección, el pan y el vino, el hospedaje y las mujeres. Precisamente respecto a éstas se va dando una vieja rencilla entre el monje y el caballero, rencilla que los goliardos no pasarán por alto y a la que dedicarán algunas menciones en sus cantos y hasta un canto completo como es la llamada Disputa de Filis y Flora.[8]

Sólo me queda mencionar que veo en esta pelea una pelea entre hermanos, porque el monje y el caballero lo son. Era lo que se hacía con los hijos, uno al comercio, otro a la iglesia y otro a las armas. Cualquiera que haya tenido una buena relación con sus hermanos sabrá lo que es, supongo, esa competitividad. El comerciante, creo, era más distante, andaba por otros caminos.

La palabra entonces es un recurso del que se valen los goliardos y del que también se valieron los sofistas, aunque con fines a veces diferentes. Es interesante ver que hay puntos de convergencia entre estos dos grupos:

El primero relacionado con el uso en el vocabulario de estos dos conceptos. Es cierto que sofista puede llegar a tener un sentido negativo, al igual que puede llegar a tenerlo goliardo. Esto es producto, como ya mencioné, de cierta caracterización del comportamiento de los representantes de ésta “orden”. Respecto a sofista, dice W. K. C. Guthrie “La palabra sophistes (“maestro de sabiduría”) no había implicado hasta entonces ningún sentido peyorativo”,[9] esto refiriéndose al inicio de esta corriente; sin embargo, fue la consecuente decadencia y la impopularidad que tuvieron sus representantes “del siglo V la que le dio el matiz que tiene desde entonces”.[10]

Otro punto es el carácter errante de ambos, porque unos eran vagos y los otros maestros ambulantes. Lo que nos lleva al hecho de que los sofistas cobraban por sus servicios porque igual tenían que vivir, utilizaban pues sus artimañas retóricas para pedir este pago. Aunque los goliardos no recibieran un pago como tal, el servicio de los sofistas tampoco lo era en toda su extensión.

En el libro citado de Guthrie, el capítulo “La reacción hacia el humanismo” habla sobre los sofistas. Curioso es que los sofistas se sitúen también antes de otro humanismo, hablando, claro, de la cultura griega.

La ciudad es un ente enorme en el que se dan miles de manifestaciones, tiene una gravedad que atrae hacia sí toda la cultura, a los pensadores más ilustres de cada época. Así como Atenas, en su tiempo, atrajo a Anaxágoras y Protágoras, también fue París una de las cunas que recibieron a los goliardos ya en el siglo XII.

Todo esto le va dando al sofista la capacidad de ver de otra manera, hacer una crítica basada en el relativismo: el escepticismo que menciona Edward Hussey,[11] si bien su postura es algo maniqueísta respecto a los sofistas, separando esta actitud crítica y la consecuente, afirmo yo, tendencia al humanismo.

Le Goff, aunque no lo asegura rotundamente, hace cierta relación entre Abelardo, el de Eloísa, y los goliardos, lo menciona como si hubiera sido uno en algún momento inicial de su carrera. Se puede notar en sus cartas y en su gusto por la discusión cierta tendencia a la práctica del sofismo, porque le gustaba convencer a su auditorio de lo que estaba diciendo y lo lograba, según nos cuenta él mismo: la práctica de la elocuencia, común a estos marginados por la necesidad.

A pesar de que señalo esta presencia del sofismo en los goliardos, uniendo dos conceptos mal-tratados, conceptos que enuncian lo despreciable, no es con el fin de añadir otra razón para detractar a estos cantores, sino sólo tratando de verlos como la utilización de un recurso, un medio como dirá luego Maquiavelo y miren que él ya sabe mejor de lo que habla.

El sarro (burdo guiño a la alegoría, recurso tan bien utilizado en la Edad Media)

Un Baño en que las paredes están cubiertas por el Sarro nos dice algo, acompañado por un olor de humedad pasada, seca ya, valga la antítesis (¿a qué olía la Edad Media?). No ha sido usado en mucho tiempo o se ha estado usando y no se le ha dado mantenimiento, ni limpieza, ni revisión. Digamos que se limitan a cagar y bañarse sin volver la mirada. El Sarro relegado así, se va quedando.

Como el Mundo es grande y no falta la Piedad en cualquier lado, Alguien lo nota (diría que un ama de casa, pero con el feminismo hay que tener cuidado) y si a Alguien le preocupa o entiende por qué está ahí, revelándose contra todas esas Gotas y Vapores de miles de veces que se han bañado ahí para que la mugre se vaya, de todas la veces que le han jalado a la taza para que se vaya la mierda, pues él entonces se queda, se va quedando, sólo que es muy callado o uno es muy tonto. Bueno, llega Alguien y lo limpia con ácido muriático, los gases que expele son fuertes y peligrosos, si no se cuida hasta podría morir (recomiendo un cubrebocas, abrir puertas y ventanas), aunque la intensidad de estos gases también depende de qué tanto sea el Sarro y cuánto se ha pegado a las paredes.

Nota: No es esto un texto positivo, a mí no me vengan. No le estoy reclamando a nadie. No es para que se reflexione y se quiera cambiar el mundo, por favor. Yo hablo de Goliardos así que a eso hay que limitarnos. Lo digo por eso de la “gran” imaginación que tenemos.


[1] El texto completo viene en cualquier cerveza Kloster. Puede encontrarse en supermercados.

[2] En “Prólogo” de Carlos Yarza, en Carmina Burana, Seix Barral, Barcelona, 1981, pp. 11-12.

[3] Ibíd., p. 17.

[4] Carmina Burana, p. 73.

[5] Ibíd., pp. 297-299.

[6] Jacques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media, Gedisa, México, 1987, p. 39.

[7] Carmina Burana, p. 12.

[8] Ibíd., pp. 157-199.

[9] W. K. C. Guthrie, Los filósofos griegos, de Tales a Aristóteles, FCE, México, 1973, p. 70.

[10] Idem.

[11] En Edward Hussey, et. al., Antología: Los Sofistas y Sócrates, UAM, México, 1991, pp. 10-35.