martes. 16.04.2024
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¿Tachas?

José Juan Tablada y Ramón López Velarde rompen abierta y ostensiblemente con el modernismo. El primero era un tránsfuga de ese movimiento. La poesía de su juventud es uno de los ejemplos típicos de los vicios brillantes y vanos de esa escuela. Curioso, apasionado, sin volver nunca la cabeza hacia atrás, con alas en los zapatos, Tablada oía crecer la hierba; es el primero que adivina la llegada del nuevo monstruo, la bestia magnífica y feroz que iba a devorar a tantos adormilados: la imagen. Enamorado de la poesía japonesa, introduce en nuestra lengua el haikú. Su bestiario muestra una penetrante comprensión del mundo animal, y sus monos, loros y armadillos nos miran con ojos fijos y chispeantes. Sol diminuto, el haikú de Tablada casi nunca es una imagen suelta desprendida de un poema más vasto. Es una estrella inmóvil sólo en apariencia, pues gira siempre alrededor de sí misma. El haikú se enlaza muy naturalmente con la copla popular, lo que explica su boga extraordinaria; en América muchos lo adoptan y en España Juan Ramón Jiménez y Machado han escrito algunos de sus mejores “sentencias y donaires” en poemas de tres o cuatro líneas, que, si son eco de la poesía andaluza, también recuerdan esta forma oriental.

Apenas el haikú se convierte en lugar común, Tablada lo abandona e inicia sus poemas “ideográficos”. Su tentativa —menos genial, sin duda—, es un eco de Apollinaire, que en ese tiempo publicaba Calligrammes. La tipografía poética lo seduce sólo un instante. Sonriente y apresurado, en unos pocos años recorre muchas tierras poéticas. Al final, regresa a su patria y publica una serie de poemas “mexicanos” que sería injusto ver como una simple imitación de lo que un poco antes daba a conocer López Velarde, aunque ostenten sus huellas y sigan su ejemplo. Menos profundo que éste, menos personal, su visión es más alegre y colorida. Su lenguaje, limpio, casi enteramente de la pedrería modernista, es elástico, irónico y danzante. México de ballet y de feria, de cohete y alarido. En sus poemas aparecen, vivos por primera vez, los animales sagrados y cotidianos, los ídolos, las viejas religiones y el arte antiguo. López Velarde ignoró siempre ese mundo. Fascinado por la lucha mortal entre la provincia y la capital, sus ojos se detienen en el México criollo y mestizo, popular y refinado, católico hasta cuando es jacobino. La visión de Tablada es más extensa; ocultista y viajero, ve con otros ojos a su país, y hace suyo el exotismo de los dioses y de los colores. Es uno de los primeros que tienen conciencia de la riqueza de nuestra herencia indígena y de la importancia de sus artes plásticas. Tablada es un temperamento menos hondo que López Velarde y su estilo es más inventado que creado, más premeditado que fatalmente sufrido. Pero también es más nervioso y ágil; juega más, sabe sonreír y reír; vuela, y cae, con más frecuencia. En una palabra: es más arriesgado.

A despecho de las diferencias que los separaban, algo unía a estos dos poetas: su amor por la imagen novedosa, su creencia común en el valor de la sorpresa. De allí que Tablada fuera uno de los primeros en descubrir a López Velarde y que, años más tarde, no tuviera dificultad en reconocer su deuda con el poeta de Zacatecas.

A medida que nos internamos en el tiempo, los nombres disminuyen. Por eso no es extraño que el cuarto grupo (1915) sólo incluya a cuatro poetas. Uno de ellos, Alfonso Reyes, no pertenece realmente a la tradición moderna pero una porción limitada de su obra sí revela ese espíritu de aventura y exploración que nos interesa destacar. El caso de López Velarde también parece, a primera vista, dudoso. No lo es. Cierto, es el poeta de la tradición: ¿será necesario recordar que pará él esa palabra era sinónimo de novedad? El tercer poeta de este grupo es un solitario que nunca ha publicado un libro de versos: Julio Torri. Fue uno de los primeros que, entre nosotros, escribieron poemas en prosa. Con él aparece en nuestra lengua el humor moderno. El cuarto poeta es un tránsfuga del modernismo. José Juan Tablada. Tal vez es nuestro poeta más joven.

Julio Torri o la poesía crítica: sus poemas son crítica de la poesía y crítica de la crítica. Los últimos son poesía a la segunda potencia. Para definirlo  lo mejor es citarlo: “los espíritus hablan a pesar del hipnotizador y del hipnotizado”. Y también: “los sueños no crean un pasado”. Una escritura de sombra y destellos: “la melancolía es el color complementario de la ironía”. ¿Por qué ha escrito tan poco? Quizá porque ha sentido como nadie “el gozo irresistible de perderse, de no ser conocido, de huir”.   

 

Octavio Paz