jueves. 18.04.2024
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Hálito poético: la poesía evangélica de Joaquín Antonio Peñalosa. La grandiosidad de lo leve

Alejandro García

Tachas 07
Tachas 07
Hálito poético: la poesía evangélica de Joaquín Antonio Peñalosa. La grandiosidad de lo leve

En México, fuera de los vestigios y de la cultura popular, se acabó la cultura católica. Se quedó al margen, en uno de los siglos más notables de la cultura mexicana: el siglo XX.
Gabriel Zaid

La Poesía, la más inocente de las ocupaciones, es un bien peligroso; devela ocultando. El peligro reside en la posibilidad de que en este juego de claroscuros se pierda el Ser o se tergiverse; la Poesía logra que lo que no es sea y lo que es deje de serlo. Sin embargo, bajo el velo poético, permanece el Ser. La poesía instaura el Ser a través de la palabra. El Poeta lee el mundo creado con la palabra para sustraer los vestigios de la tierra primigenia. El Poeta es el intérprete de la divinidad en el mundo, “sorprende” los signos divinos; escudriña su entorno en busca de los dioses y una vez que los encuentra se los trasmite al pueblo.
Irma Guadalupe Villasana Mercado

Como bien señala la autora de este libro, la palabra hace vivir, el nombrar insufla vida, hace. Esto lo han entendido cabalmente los grupos que hacen cultura: ni te veo, ni te oigo. Si te niego, te torno relevante; si te encomio, te torno competente; si te salvo la vida, siembro la duda. Lo mejor es el silencio, el no reconocimiento, la no nominación. Más allá de la mezquindad, esto lo han entendido los grandes escritores y han revelado un mundo fabuloso en el que nos reconocemos y han llevado sus lenguas al límite a partir de la literatura.

Cierto, ante el silencio, los libros se mantienen como los muñecos en la maleta del ventrílocuo, como los miembros inerte en el cajón de los títeres. A veces, lo anterior lleva al abandono; otras, a la renuncia de los principios y a la mimesis de las prácticas santificadas. También, a veces, Barones Munchausen, con el auto sustento como fiel corcel persisten en el labrado de la obra. Tal vez se entienda que no se será la  estrella del firmamento literario, el centro del canon, que no se llevará la bendición de los expertos, terrenales intermediarios entre el público y el éxito de la obra, pero cultivará sus propios lectores, sus cómplices, sus asideros, aportaciones constantes que harán posible el texto literario y lo mantendrán vivo en espera de un cambio de condiciones.

A esta estirpe de escritores pertenece Joaquín Antonio Peñalosa, para muchos el padre Peñalosa. Durante más de medio siglo trabajó los senderos de la literatura en el desierto de una cultura católica mexicana en ruinas (dixit, y estoy de acuerdo, Gabriel Zaid), durante medio siglo trabajó los senderos de la literatura cargada hacia la izquierda y sus violentas escisiones. Para colmo de retos, Peñalosa trabaja los pequeños temas, se asocia al optimismo, a la bondad, a la levedad.

La publicación de Hálito poético: la poesía evangélica de Joaquín Antonio Peñalosa de Irma Gaudalupe Villasana Mercado se instaura en el campo literario en un momento de reacomodo de esas “condiciones” señaladas antes.

En primer lugar, me gustaría poner énfasis en ese entuerto que criticó tanto la didáctica de la literatura y que no supo poner un alto necesario a la didáctica del otro lado. El siglo pasado no sólo vio el momento de brillo de la barbarie justo cuando se suponía el tiempo de las felicidades y de realización de las utopías había llegado. Al parecer la razón se extravío. La tortura se hizo en la derecha, en el centro y en la izquierda, en esta tierra y en el más allá.

La deseducación no era sino la propuesta de enseñar en sentido contrario, privilegiando el choque y la toma por asalto de la razón. Al ver los escombros de los paraísos artificiales, también se han visto las carencias sostenidas del mundo liberal y ha sido necesario deslastrar la mente, desocuparla, volver a lo que la rutina arrebató, lo que la politización enajenó en nombre de la conciencia y de la libertad.

De allí la importancia que han adquirido, y estoy seguro que irá en aumento, autores de segunda fila, que fueron vistos por encima del hombro o que de plano no fueron considerados como escritores o miembros del campo literario.

Además de este mundo al revés que desde la levedad, y que conjugan y sintetizan Kundera y Calvino, nos adentran en los misterios del peso para retornarnos al alivio de la levedad reforzada, Peñalosa agrega su condición de sacerdote. Hombre práctico, milita en la iglesia y lo hace para remediar problemas concretas: la orfandad o los problemas de la niñez, la crisis de la fe, la falta de sentido de la vida en los fieles con que establece contacto.

Peñalosa se mueve de nueva cuenta entre las aristas de una institución en crisis y en gran medida en decadencia en nuestro país, y la reactiva desde su posición. En sus obras y en sus homilías no se encuentra un discurso de choque, de heterodoxia que quiere romper, se palpa una cultura que es conciente de las pérdidas que ha sufrido la institución por alejarse de la doctrina. Se alinea así con los orígenes, con sus valores y establece así el papel pleno de acompañante entre el creyente y la divinidad. Las ocsas hay que hacerlas, creando instituciones, generando solidaridades, afinando sentimientos de gratitud a la vida. La infancia no puede ser más la herida que nos arroja a una vida en donde el resto será pérdida y vagancia, violencia y desencuentro, la felicidad es posible y el lenguaje es el primer aliado para ir en su busca.

Desde el ministerio sacerdotal y el oficio poético, Joaquín Antonio Peñalosa construye un mundo de versos. Heterodoxo, ahora sí, rompe con la poesía de su tiempo y rompe con la liturgia de su tiempo. No es el afán religioso el que mueve a los poemas, no es el afán religioso el que divide partes de sus poemarios en los rituales de la liturgia. Desafía a la poesía, parece someterla a la liturgia. Desafía a la religión, parece someterla a la poesía. El poeta se apodera de algo que pertenece a otro mundo y lo hace propio. Con la frescura y la innovación de los primeros cristianos, con su fuerza vital, con el lenguaje como aliado y deslastrado de prejuicios y dogmas, tiende la pluma y nos introduce a un nuevo universo.

He dicho antes que son las pequeñas cosas. Así es en primera instancia. El padre Peñalosa juega, se divierte, nos baja las tensiones, nos baja la guardia, nos pone a prueba, ve si somos capaces de reírnos o si somos meros gruñones sin cabeza:

Orden del día

Dime
si hay una taza de café más sabrosa
que estos pequeños verbos regulares:
levantarse y que la luz se te eche encima
como un baño de jugo de naranja,
sentarse al desayuno partiendo en rebanadas el otoño
dar al teléfono eficaz respiración de boca a boca
picotear la máquina de escribir por si cruza un ala
llevar la mano al encendedor, la fogata amistosa
enviar un telegrama de felicitación a la lluvia
poner girasoles a los ojos para seguir más cielo
cerrarlos por ver su azul cristalizarse dentro
ir por la calle con unos pies sismógrafos
registrando la ternura de la tierra
pasar de largo bancos, estatuas, cuarteles
pararse donde estalle un silencio o un quejido
dar cuerda al corazón para que marche aprisa
decir adiós, el último
                               como decir los buenos días.      

De esta manera el poema se convierte en un instrumento de la vida y que permite y prolonga la vida. Además, el poeta nos permite acercarnos a la creación, nos hace poetas, intermediarios entre la divinidad y los demás. No sé si diga una barbaridad, pero a la vez, el poeta nos regresa al don original de la liturgia: el contacto con la divinidad, el trato con él. Por instantes, somos grandiosos, plenos.

Quisiera decirles que conocí al padre Peñalosa en 1976, que era un hombre importante en San Luis Potosí, que sus libros se exhibían en las librerías potosinas y tenía lectores por montones, que nos ofreció albergue a los integrantes del taller literario. Confieso que padecí los males de la época, vi al sacerdote, no poeta.

En consecuencia tengo que reconocer que he comenzado a revalorar en serio la grandeza del poeta a partir de que una joven muy talentosa, trabajadora incansable, comenzó a corporizarnos el mundo de Peñalosa y comenzó a demostrarnos que el mundo había cambiado para bien, que las lecturas se habían enriquecido y que el quiebre de las izquierdas propiciaba una justicia más plural. Entró a bibliotecas, a archivos particulares, invadió las posesiones del difunto, valoró sus altas y sus bajas, suspendió sus prejuicios de investigadora e imaginó las fidelidades y traiciones detrás de una nota de periódico, de un comentario, de un chisme.

No sólo siguió sus pasos, cuestionó sus orígenes y encontró datos que confirmaron o negaron sus dudas, sino que fue levantando el mapa de Joaquín Antonio Peñalosa y encontró que era tan grande como el que Borges imaginó en el Quijote y entonces, insatisfecha, pero mujer práctica alfin, imaginó en Roman Ingarden la llave, el pretexto, para develar algunas de las lecturas y de las realidades que esas palabras escondían. También encontró que Peñalosa había encontrado en David Ojeda a un justo crítico y a un admirable lector que estableció los puentes intergeneracionales.

Hálito poético: la poesía evangélica de Joaquín Antonio Peñalosa, de Irma Gaudalupe Villasana Mercado, es la versión sobre un poeta y sobre una obra:

Tras la lectura, la nada literaria se escabulle de las manos del lector. El objeto estético creado es efímero. Al retornar al libro y reiniciar el camino, el lector se enfrenta a un mundo distinto, los pájaros han mudado de plumaje, ya no son lo que solían ser. ¿Imposibilidad de comprehender la obra? La obra literaria, como una totalidad, es inaprensible, ya que la magia de la literatura, como un camaleón, es cambiar de acuerdo al paraje en que es leída. (p.138).

El libro, al igual que el autor que trata, corre ahora su propia suerte. La autora no es menos una mujer realizada que mueve las manos en busca de su producto, sólo para enterarse que le ha sido arrebatado, que el producto correrá su propia suerte y habrá de jugarse la vida en numerosas batallas, siempre y cuando tenga un lector dispuesto a la refriega.