miércoles. 24.04.2024
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De las ciudades y las personas

Citlalli Luna

Tachas 10
Tachas 10
De las ciudades y las personas

 

En la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel y sé que estaré solo en la ciudad más poblada del mundo.
Julio Cortázar

¿Qué si la recuerdo? Tratar de olvidarla es como si me pidieras borrar de la memoria la tabla del cinco o el poema de “Suave Patria”, ella es de esas cosas que una vez que las aprendes se te quedan tatuadas sobre la piel. La primera vez que estuve ahí fue como un sueño futurista: nada parecía real, había colores, gente con prisa, smog con alas, largas las calles, con memoria las esquinas. Era tan raro que la olvidé casi en el mismo instante en que la abandoné.

Años después heme aquí, ni ella ni yo somos las mismas, ella se parece un poco a la de antes, aunque ahora me es más atractiva,  claramente  los colores ahora tienen una razón de ser, hay vitrinas llenas de sueños que no necesito, lugares con historias que hacen a la gente más interesante o más aburrida (según sea el caso), me doy cuenta del tiempo que tardo en ir de un lugar a otro, las horas aquí se consumen más rápido que la marihuana.

¿Quién iba a decir que yo iba a terminar aquí? Con ella, que me provoca amor y odio a la vez. Porque aquí es donde pasa la vida, donde los mitos de las noticias ocurren día con día, donde los sueños se cumplen y donde realmente fracasas.

Estuve  poco tiempo, pero hay que aceptar que ahí  el asfalto es más duro, porque no sólo caminas a través de sueños, también hay  pobreza, capitalismo, esplendor, revolución, diversidad, sonrisas y  hora pico. Ella es la Gran Femme Fatale, en seguida uno se siente cautivado por sus encantos, quieres más, necesitas sentirla, recorrerla toda, te puede embrujar, robará de ti hasta el último aliento.

Y descubres que cada ciudad tiene lo suyo, pero que verdaderamente el encanto que ella tiene es particular, puedes estar en el lugar más moderno del país, en la ciudad más grande del mundo y a la vez en el lugar más antiguo, ahí donde se lucha por la preservación de la cultura y el fortalecimiento de una nación utópica. Ahí es donde el Tunas hacía el amor con la Caguamita, donde Ibargüengoitia escenificaba sus cuentos, es ahí, justo debajo de mis pies, donde se habían inspirado las grandes historias. Es ahí donde los diputados se duermen, donde viven tus escritores favoritos, donde la gente grita y llora porque perdió el Cruz Azul, donde las revistas más importantes te quedan a la vuelta de la esquina. Y a pesar de toda esa magnificencia que proyecta, es la ciudad donde uno se siente realmente solo, a veces no bastan todos los museos, ni los ochenta espectáculos el mismo día, a veces esta ciudad tiene la capacidad de atraparte en una burbuja de soledad, donde todo transcurre lentamente, los sonidos se convierten en sólo ruido y el mejor trago del mundo podría saber igual que un whisky barato.

Pero no todo es tan maravilloso ni tan multicultural. Cuando se te pasa el touristmood y pasas a ser un transeúnte más, descubres que las mordidas están en cada esquina, que el que te dice “pásele Güerita” todos los días, vende artículos robados. Uno no sabe lo que es el calor humano hasta que se sube al metro en hora pico, ni valora la importancia de la honestidad hasta que alguien te roba la cartera  en cualquier esquina. Descubres que tienes que vivir al ritmo de la ciudad, sino te consume y tu vida pasa y te conviertes en un fantasma.

Sin embargo, dentro de la gran mole de  modernidad  y progreso también hay pequeños lugares de escape, algunos oasis que ayudan a recuperar el aliento: el Parque Hundido  tiene la magia de hacerte creer que estás en un lugar lejano, donde sólo hay ardillas y el único susurro, es el del viento. Caminar por Insurgentes es como estar dentro de un libro: los chicos de traje, las mujeres de tacones, los autos último modelo, los indígenas vendiendo artesanías.

¿Qué si la extraño?  Me hace falta cada mañana, donde el noticiero me arrancaban de los brazos de Morfeo,  extraño caminar sobre el asfalto morado que las jacarandas pintaban para mí, me acostumbre que al salir de casa fueran los árboles los que rodearan mi camino y el metrobús se convirtiera en mi  carruaje real. Pero a todas esas ausencias puedo acostumbrarme, uno puede suplir lo morado del asfalto con la tierra roja, mi carruaje volverá a ser ese chevy rudimentario.

Verdaderamente lo que más extraño es la compañía de ellos, de los que hacían que la soledad fuera menos devastadora y que las sonrisas fueran sinceras, ellos fueron los que me motivaban a seguir adelante, aunque quizá nunca lo supieron, pero eran esa buena razón para mantener el barco a flote en medio de la tormenta.

Ella y él, la pareja de antaño, los mejores padres y cómplices,  dispuestos siempre a regalarte una sonrisa, una tarde de compañía, un buen tequila, un plato de sopa con sabor a hogar. Él, aficionado a los videojuegos y últimamente al trabajo, el hombre más noble y más sincero, nada como una copa de whisky  a su lado. Él, el chico que parecía sincero y que destruyó todas las tardes de poesía y lazos de amistad. Él, el futuro rector de la UNAM, el hombre  con el peor lenguaje corporal, el que uno piensa que no tiene corazón y sorprende con su enorme capacidad de amar, nada como caminar junto a él al amanecer, después de discursos de economía y bailes extremos, de noches con cigarros y Sabina en la ventana. Ella, la princesa de  los deportes y los mininos, con su delicado gusto y su divertido sarcasmo, nada como sus lecciones de vida y los gritos en medio de  una película de miedo, ella te enseña a valorar cada palabra, cada suspiro, cada orgasmo. Él, el hombre más sabio y más inteligente, el de los noticieros, sólo habla cuando debe, el que observa y sonríe, nada como una larga plática a su lado, donde a uno sólo le queda aprender y esperar algún día acercarse a ser tan grande como él. Ella y él, los chicos enamorados y escurridizos, los que te recuerdan que soñar todavía no cuesta nada. Él, el hombre solitario de los domingos, siempre presente y consentidor, siempre dispuesto a tenderte la mano. Finalmente, Él, el hombre de los cigarros Dunhill y los largos silencios, el que cautiva con una mirada, porque  aferrada a su espalda, entre ruedas y asfalto, la ciudad parece un cuadro impresionista.

Y así, uno descubre que las ciudades son como las personas, con buenas historias y cicatrices de guerra, con poesía en las paredes. Unas enseñan y otras no, unas resultan decepcionantes y falsas, otras sorprendentes e inolvidables. Volveré, volveré pronto.