viernes. 19.04.2024
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Cristo Rey, no hice la tarea, qué miedo

Marcelino Díaz Mares

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Tachas 10
Cristo Rey, no hice la tarea, qué miedo

Vino el compadre Solache. Se había ido a vivir a Casas Grandes y regresó a arreglar algunos asuntos de propiedades y esas cosas. Quería poner una talabartería en su nuevo destino y le hacía falta efectivo. Yo le dije mire compadre, regrésese, a los cueros sólo los quieren en León, fuera de aquí no les tienen aprecio. No me hizo caso y creo que hizo bien. El chiste es que arregló sus asuntos y me fue a buscar. Entonces yo vivía en una vecindad en San Miguel, allí por la Río Bravo y vino la portera a decirme que que bien fregaban, que unos toquidazos, y que un viejo muy feo preguntaba por mí. El Solache no era ni feo ni guapo, en todo caso no me toca a mí decirlo, pero estaba grandote y hablaba fuerte, como golpeando a la cara de a quien se dirigía. El lío fue que le tuvimos que dar su propina a doña Tranquilina que luego casi quería quedarse con el visitante. Pues vino el Solache y me dijo vengo a que me acompañes a visitar a Cristo Rey, tengo que agradecerle un milagrito. Diantre de Solache, después supe que ese milagrito tenía buenas caderas, mejores pechos y unos ojazos atigrados. Venía solo, nunca dio entrada, así que fueron los sucesos posteriores los que me hicieron caer en la cuenta de que mi compadre no volvería y qué bueno.

Tengo trabajo, le dije. Ándale, yo te pago tu jornada, al cabo para lo que ganas. Era verdad, ya entonces ni siquiera podía manejar y a veces me contrataban de velador, así que comencé a arrimarme a los hijos, a los nietos y a todo aquel que se dejara.

Mira, nos vamos a Silao. De allí tomamos el camión al Cubilete, doy gracias y nos vamos a Guanajuato, quiero ir al panteón, allí está mi abuelo y yo creo que yo ya no vuelvo por acá, así que siquiera un rezo, siquiera algo que me lleve por los años que me faltan. Lo demás es ardor y rencores, compadre, no tengo ganas de ver a los que por aquí andan. Que con su pan se lo coman. Para mí era muy noche para cortarle las retiradas al Solache y tampoco era de mi incumbencia. Así que quedamos de vernos a las siete de la mañana en la central y si hasta eso que cuando yo llegué ya estaba allí. Traía maleta y me dijo la dejo en paquetería. Tengo boleto a Casas Grandes para la media noche.

De modo que llegamos a Silao y salimos en el camión pollero a la Montaña. Fue rápido, el Solache quería regresarse pronto, allá lo esperaba lo que ingre, pero yo no lo sabía si no con un cuento de cómo andaban las cosas por aquí y por allá lo había tranquilizado y lo había mandado a entrepiernarse sin necesidad de tanto brinco. Pero esa es historia que no voy a contar ni aquí ni nunca.

Así que entró a misa, sería de nueve, y yo me quedé afuera, porque era de esas épocas en que he estado a distancia de la iglesia y pues me dediqué a buscar esa parte del valle donde dicen que se ve la figura de la Guadalupana. No la encontré. De rato sentí  la mano en mi hombro y el vamos.

Subimos al camión que llevaba a Guanajuato. Me dijo, ya sé que la traes brava, pero espérate que lleguemos a la central de Guanainas, allí nos desquitamos con las tortas de carnitas. He llegado a pensar que a eso iba el muy tuno, a las tortas de un tal don Toño. Pinches bolillotes, repletos de carne, jitomate, cebolla y aguacate. Con una tuve, y ganas me quedaron de pedir para llevar, pero uno tiene su dignidad y éste era el viaje del Solache y pues no me iba a chamuscar con mi sagrado compadre.

Para esto, más que desayuno o almuerzo aquello era comida. Él sí pidió algunas para llevar, ha de haber visto en mi cara lo languciento. Salimos y dijo, mira, por aquí vivieron tus antepasados. Tú no lo sabes, pero mi abuelo y el tuyo fueron amigos, pero cada quien corrió su suerte y se separaron. Mi abue se quedó en Guanajuato, trabajó en la mina, pronto le corrió a la picazón pulmonar y terminó de vivir de la caridad disfrazada de los amigos. Pinche viejo, no sé cómo se la ingenió pero le mandaban lo necesario para vivir. Eso fue lo que debí aprender de él y no meterme con una familia que ahora lo que quiero es olvidar. Y de paso el viejito me debió dejar a mí la fórmula, ahora que ando en las mismas.

Y así había sido, el Solache se fue corriendo porque por andar de güilo la mujer le pidió el divorcio y le quitó todo lo que pudo, pero el colmo fue que la familia se puso del lado de ella y en eso se murió el papá y aprovecharon y le dieron callo con la herencia. Así que se fue a Casas Grandes, pero allá encontró su premiesote. Dios aprieta, pero también acaricia.

Fuimos caminando al Panteón. Aquello había cambiado, todavía estaba la central muy cerca del centro histórico, a unos doscientos metros del mercado Hidalgo, pero el panteón había progresado. Nos acordamos de cuando nadie le hacía caso a las momias y eso que el Santo las había internacionalizado. Bajaba uno por la parte de portales, la vieja, por una escalera de caracol toda oxidada y allí estaban las pobres, al alcance de la travesura de los niños y de los adultos que no tuvieron infancia ni madre.

Igual  lo dejé a su suerte frente a la tumba y me dediqué a vagabundear, a ver la nueva sección, las obras que pronto mandarían a las momias a las grandes promociones turísticas en un segundo aire que merecía mejor suerte.

Me invitó otra torta. No, le dije, éste es tu viaje y tu cuete, Solache, pero yo sólo tengo un caprichito. Mi sobrino Alejandro siempre me presume una cantina “Aquí me quedo”, dame la oportunidad de invitarte una cerveza o un tequila para callarle la boca a aquel lebrón. Sonrió, siempre supo que él traía con qué y yo no, pero esa vez yo cargaba para las tres de rigor, que multiplicadas por dos daban seis y pues un billetillo para esos raros placeres siempre cargo conmigo, al fin y al cabo que mi casera había caído redondita en el vozarrón de mi compadre y eso me daría un respiro en la renta.

Así que esa vez no fuimos al Pípila ni a la rebanada del queso, ni mucho menos al Teatro Juárez o al Presa de la Olla. Ya a medios chiles me dijo el Solache, vamos a sentarnos frente a la casa donde nació Jorge Negrete. No, le dije, yo estaba envalentonado, esa cabrón se sentía de Jalisco, por eso le ruñeron el hígado los ratones. Y fue la hora en que mis tres cervezas se agotaron y la cuenta empezó a correr del otro lado de la cancha, del Solachito, al que por cierto no le di chanza de contarme su desliz, no fuera a ser que su mujer se enterara por mí y no eran horas de debilidades, sino de cierta gana de platicar tonterías, de encontrarse con el amigo pleno y más sospechando uno que ese gato había probado carnita y estaba en paz y vivo.

Salimos ya de noche y eso porque algo nos recordaba que en León estaba un camión listo para tirar a un borrachito o crudo en Casas Grandes antes de proseguir hasta Juaritos o Paso del Norte.

Y allí vamos, ya medio entonados, ya medio titubeantes, ya medio viendo a los parroquianos con ganas de pelear y el Solache era giro para eso, pero no, porque al llegar a la calle que nos llevaba a la central vimos el refuego, allí estaba el futuro de la patria, habrase visto, enfrente de la mera sección sindical. Unos se habían atrincherado en el edificio y otros estaban abajo esperando la oportunidad de darles su mejor sindicato y sus muy chingonas prestaciones. Hasta la borrachera se me bajó, y el Solache dijo ora pues cuándo empieza la fiesta. Había una formación de un pelao cada metro, con un tremendo garrote de metal y frente a la puerta unos cien muchachones listos a hacerla de Pípila, olvidando que la Alhóndiga de Granaditas estaba muy cerca, pero al fin y al cabo en otro lado. Y en la entrada a la central era mayor la bola. También se veía que el Callejón de las Flores, que hace frontera con la pared del edifico sindical estaba ahíto de adrenalina.

Como pudimos pasamos, como pudimos pensamos en que la educación de nuestros niños estaba en manos de esos pelaos. Cristo Rey de Monterrey nunca seré gay, pero da la casualidad de que no traje la tarea y el profe quiere sangre y no lo puedo hacer güey. Total,  antes les pegábamos nosotros, ahora los cachetean estos demócratas, pero a mí qué pedo, lo que quería era llegar al autobús. Y bueno, el ánimo del chofer no estaba para detenernos. Nos dejó pasar, seguro pensó estos son profes que ya cumplieron hoy su labor y no los vaya a hacer enojar.

Y llegamos a León, cierto, pero ya para entonces el camión del Solache había salido hacia Casas Grandes y yo no tuve otro remedio que dejarlo a su suerte, al fin cargaba pesos y un chingo de tortas, no fuera a ser que la portera no me dejara entrar a mí.