Es lo Cotidiano

Santo Niño de Atocha, protégenos

Ángel Amador Sánchez

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Santo Niño de Atocha, protégenos

El fenómeno migratorio, y con ello la participación de paisanos en conflictos bélicos internacionales, también forma parte del millonario catálogo de exvotos y ofrendas colocados en el santuario del Santo Niño de Atocha, venerado desde finales del siglo XIX en la población de Plateros, municipio de Frenillo, 70 kilómetros al norte de la ciudad de Zacatecas.

Durante más de un siglo, cientos de migrantes mexicanos o sus familiares han dejado, al igual que miles de romeros, sus testimonios de gratitud y fe por favores recibidos en el santuario del Santo Niño de Atocha, el tercero —con casi tres millones de peregrinos al año— más visitado en México, después de la Virgen de Guadalupe, en la ciudad de México, y del de San Juan de los Lagos, en el occidental estado de Jalisco.

Miles de católicos acuden durante todo el año a Plateros para depositar sus exvotos en una abigarrada muestra artesanal que tapiza casi completamente las paredes del convento en donde se venera al pequeño santo, representado por la imagen de un niño caminante con traje de peregrino sombrero, un báculo del que cuelga un guaje para el agua, sandalias, sentado junto a una canastilla con uvas y espigas de trigo.

Entre los cientos de miles de ofrendas están algunas muy recientes, de mexicanos que migraron a la Unión Americana, que militaron en el Ejército de ese país y pudieron regresar con vida de las últimas guerras en las que sus distintos gobiernos han involucrado al pueblo estadounidense.

“Gracias te damos, Santo Niño de Atocha, por el favor tan grande que nos has concedido al cuidar y proteger de todo peligro durante la guerra en Irak a nuestro hijo, Carlos Vera, y concédele regresar sano y salvo. Te damos infinitas gracias, Santo Niño, por escuchar la súplica que te hicimos en esos momentos de dolor y tristeza. Familia Vera Hinostroza. Septiembre de 2003”, reza uno de los exvotos más recientes.

Otro, que se refiere al mismo conflicto, expresa: Julio 22 del 92. Doy infinitas gracias al Santo Niño de Plateros por haberme traído a mi hijo único del golfo Pérsico cuando la guerra con Saddam Hussein. Yo, Rosa Gurrola, estoy muy agradecida con el Santo Niño, mi hijo se llama Trinidad Hernández”.

En otro rincón, la ofrenda de familiares de un mexicano que participó en la Segunda Guerra Mundial: “Dedico este retablo al Sto. Niño de Atocha, por haber librado a mi querido hermano, Luis Moreno, de toda clase de peligros durante la guerra en Europa, en Bélgica-Francia-Inglaterra-Normandía. El fervor con que aclamaba al Santo Niño de Atocha lo ayudó en todos momentos, por lo que dedico este recuerdo. Luciana Moreno, El Paso, Tex. Agosto de 1945”.

Según el director del Centro de Información y Estudios Migratorios de Zacatecas (CIEM), Fernando Robledo Martínez, migración y fe van de la mano porque cuando la gente sale de sus comunidades, se lleva sus tradiciones, cultura y religión. “Es un fenómeno social completo, íntegro, que les permite seguir con el ejercicio de sus creencias”.

Robledo Martínez recabó más de 300 exvotos alusivos al tema migratorio, testimonios de fe que le sirvieron como base para la realización de un video titulado Infinitas gracias al Santo Niño de Atocha. Iconografía testimonial de un migrante, cuya versión, en libro, espera poner en circulación el próximo año. En su trabajo de compilación, ha reunido exvotos que datan desde 1920 hasta fechas recientes; en ellos se manifiestan diversas facetas del fenómeno migratorio que, en Zacatecas, tiene su origen a finales del siglo XIX, cuando parten los primeros grupos de braceros hacia los Estados Unidos en busca de trabajo que no encuentran en su tierra y cuyo éxodo no se ha detenido desde entonces.

Según el investigador, en la actualidad, 76 zacatecanos emigran diariamente a otras tierras, principalmente en busca de mejores perspectivas de vida y, en su gran mayoría, hacia la Unión Americana.

Los primeros testimonios de fe recolectados por él dan cuenta del llamado Programa Bracero, de agosto de 1942 a diciembre de 1947, promovido por la necesidad de mano de obra en el vecino país del norte, debido a la incorporación de ese país a la Segunda Guerra Mundial. También, muestran la lucha de los migrantes mexicanos por obtener la residencia o la nacionalidad estadounidense, las vicisitudes del viaje y su ingreso a un país diferente, así como los agradecimientos por un retorno exitoso, bien porque no le pasó nada, bien porque no los extorsionaron.

Gran parte de los exvotos corresponden a migrantes originarios de los estados que, históricamente, se han mantenido como los principales expulsores de mano de obra, como Guanajuato, Michoacán, Jalisco y Zacatecas.

Otra faceta es la de los testimonios de mexicanos migrantes que, por voluntad o por necesidad de ser reconocidos como residentes en los Estados Unidos, participaron en las guerras de Corea, Vietnam o Irak.

“Arturo Cortés Buendía. Con domicilio en California, prestó sus servicios en la guerra de Vietnam y regresó bueno y salvo. Sus abuelitos se lo habían encomendado, primeramente a Dios y al Santo Niño de Atocha. José Buendía y esposa. A. A., noviembre 24, 1969”, relata uno de los exvotos.

“Doy infinitas gracias al Santo Niño por traerme a mi nieto sano y salvo, Junior Durán Mayorga, de la guerra relámpago contra Saddam Hussein, de Irak. Me encomendé a ti, Santo Niño de Atocha. Agosto 2003, Jerez, Zacatecas. María García Rosales”, añade uno más.

“Gracias, Santo Niño, te damos gracias por hacernos el milagro que nuestro hijo fue y vino del campo de batalla, que estuvo ausente por tres meses, por lo cual nos sentimos orgullos de él y de ti, que lo cuidaste en todo momento. Mil gracias, Santo Niño de Atocha. Alex Cabral Junior”, se lee en otro más.

Robledo dice que también tiene recopilados exvotos escritos en inglés, de militares de origen hispano que agradecen haber salido con vida de las batallas.

Se cree que la historia del Santo Niño de Atocha se originó durante la invasión de los moros a la ciudad española de Atocha; en dicha invasión musulmana, los hombres de la ciudad fueron encarcelados y sólo se permitía que los niños los visitaran. Las familias de los prisioneros rezaban a diario, sabiendo que no había suficiente agua ni comida para ellos. Un día, llegó un niño vestido de peregrino, llevaba un bastón, una canasta y una bota de agua; les dio de comer a los prisioneros, pero la canasta y la bota permanecieron llenos.

Fresnillo, Zac., 8 de diciembre de 2003.