viernes. 19.04.2024
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Flor Bosco

 

Sentada en un escalón de mosaico jaspeado, la niña recargó su cabeza en las rodillas para poder sacar de entre los dedos de los pies una masita gris hecha de polvo y sudor.

Descubrió su estómago y sostuvo el vestido con la barbilla; quería limpiar el ombligo de aquella misma sustancia acumulada.

Al escuchar pasos, los holanes cayeron hasta los tobillos con un torpe movimiento; era su madre que, oliendo la malicia, gritó su impotencia con ágiles manotazos en rostro y brazos de la hija.

La chiquilla, muda y roja de vergüenza, quiso decirle que no era lo que estaba pensando, pero si le explicaba, confirmaría que los secretos del cuerpo le habían sido ya revelados. Le quemaba la piel, pero más le ardía haber perdido la inocencia ante su madre.