martes. 16.04.2024
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CUADERNO DE UN NAUFRAGO

El arte de escribir

Juan José Rodríguez

El arte de escribir

El arte de la descripción es una tradición que cada vez más se pierde en la narrativa. Se necesita malicia y puntería para lograr que el lector moderno (o también el conversador) sepan visualizar aquello que el narrador compone a base de palabras. Veamos aquí la viñeta con la que Benito Pérez Galdós describe a un personaje de “La Fontana de Oro”, una de sus novelas menos conocidas y citadas.

"El patrón era un irlandés gordo y suculento, de cara encendida, lustrosa y redonda como un queso de Flandes".

Aunque uno no conozca un queso de Flandes, ya el adjetivo nos hace percibir el aroma a interiores donde se apilan dichos olorosos y peculiares bultos. Comparar a un hombre obeso con un queso es una manera hábil de personificar. Además, le propina el indirecto adjetivo de "suculento" como sí fuese él la pieza a yantar. Aquí el defecto del texto, a ojos modernos acostumbrados a las frases lapidarias de Borges, es justamente el exceso de adjetivos: son cinco y, aparte, la frase concluye con una comparación.

Sigamos hurgando en La Fontana de Oro, que también es el nombre de un café madrileño donde se crean intrigas, chismes y se recompone el mundo. No de balde esta es una novela de corte político.

"En el trípode del centro tenían poderoso cimiento las caderas de doña Ambrosia, y más arriba se ostentaba el pecho ciclópeo y corpulento busto de la misma. Era española rancia, manchega y natural de Quintanar de la Orden".

No sabemos qué tipo de Villa es Quintanar de la Orden, pero doña Ambrosia luce más goyesca que una de esas Manolas tenebrosas que aparecen en los sombríos muros del Museo del Prado. (En " La arboleda perdida" de Rafael Alberti, hace una descripción igual de cruel de una matrona andaluza bigotona, mientras que en "La colmena", del Nobel Camilo José Cela, se inicia la trama retratando a otra dama peculiar)

Todos hemos visto un carruaje, pero casi nadie los hemos visto pasar junto a nosotros con los personajes de aquella época. Aquí un leve asomo a uno de ellos

"En lo profundo de aquel antro se veía el nobilísimo perfil de algún prócer esclarecido, o de alguna vieja esclarecidamente fea. Detrás de esta máquina, clavados en pie sobre una tabla, y asidos a pesadas borlas, iban dos grandes levitones que, en unión de dos enormes sombreros, servían para patentizar la presencia de dos graves lacayos, figuras simbólicas de la etiqueta, sin alma, sin movimientos y sin vida. En la proa se elevaba el cochero, que en pesadez y gordura tenía por únicos rivales a las mulas, aunque éstas solían ser más racionales que él".

La frase final tiene todo eso que llaman "malasangre" española…. Otro detalle de una descripción, aparentemente ambiental, hecha a veces de carrera, es que con el tiempo puede volverse a una referencia valiosa sobre usos, costumbres y objetos desaparecidos. Gracias a la siguiente, sabemos la manera en que el fuego de una lámpara tiene una manera peculiar de lanzar su último suspiro.

"Era ya tarde: los quinqués habían llegado al tercer período de su reverberación dificultosa, es decir, estaban en los instantes precursores de su completo aniquilamiento, y las mechas despedían humo más hediondo y abundante".

Por último, gocemos la imagen de este gato: no hay fonda que no tenga uno de mascota. El remate, revelándonos el nombre el felino, nos recuerda que La Fontana de Oro está llena de políticos enemigos del rey.

“Por encima de las botellas, por encima del estante, por encima de los hombros del amo, se veía saltar un gato enorme, que pasaba la mayor parte del día acurrucado en un rincón, durmiendo el sueño de la felicidad y de la hartura. Era un gato prudente, que jamás interrumpía la discusión, ni se permitía maullar ni derribar ninguna botella en los momentos críticos. Este gato se llamaba Robespierre”.