martes. 23.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

UN RATITO DE TENMEALLÁ

El espectáculo de la subsistencia: The Truman Show de Peter Weir

Juan Francisco Camacho

El espectáculo de la subsistencia: The Truman Show de Peter Weir

Jim Carrey estelariza este drama, estrenado en 1998, como Truman Burbank, un ciudadano cero que lleva la típica vida del hombre americano de empleo decente,  una linda esposa rubia, Meryl (Laura Linney), y el descanso en compañía de su mejor amigo desde la infancia, Marlon (Noah Emmerich). Aburrido, pero lo que a diferencia de él sabemos es que cada detalle de esta vida —que no es menos emocionante que la tuya o la mía— es filmado a modo de programa de televisión, The Truman Show, con treinta años ininterrumpidos al aire.

Creado y producido por Cristoff (Ed Harris), el programa se filma las 24 horas los 365 días del año desde que Truman nació. Su visión fue crear un observatorio desde el cual los televidentes, que sintonizan de todas partes del mundo, curioseen a través de la vida y las situaciones por las que se ve involucrado el protagonista; el primer ser humano en llevar una vida documentada. Muchos, incluso encuentran el propio consuelo cada noche que encienden su televisor. Todo se lleva a cabo en un set enorme, Seaheaven, la ciudad donde Truman co-habita con un montón de personas que en realidad son actores.

Como en muchas historias, encontramos una clase de personajes que rompen con el estado de reposo, primero en Sylvia (Natascha McElhone), un extra de quien nuestro protagonista se enamora, y que es despedida después de tener contacto con él. Después su padre (Brian Delate), a quien creía haber perdido en la mar, pero que aparece sorpresivamente en la calle. Con el tiempo, y otro tanto de acontecimientos —como cuando amenaza a Meryl con un cuchillo y está pide ayuda al equipo de producción—, Truman descubre que su vida ha sido un montaje y que lo poco de lo que puede sostenerse es falso. Como volviéndose loco se hace a la mar, terrible miedo desde la aparente muerte de su padre, y escapa.

¿En qué radica el rotundo éxito de un programa sobre la vida de un tipo cualquiera? La realidad; no guiones, no ensayos, sino las más de cinco mil cámaras que filman la vida de un hombre verdadero (Truman=True Man). La televisión, decía el crítico Bettetini, transforma la realidad en un espectáculo realista.[1] Truman show es un espectáculo cotidianizado donde la rutinización mata a la espectacularidad. No hay acontecimientos extravagantes sino todo lo que en una vida puede ocurrir: el enamoramiento, las horas muertas en el espejo, el trabajo. El auditorio tiene la sensación de asistir desde la pantalla a un acontecimiento real y además de identificarse de un modo empático con el protagonista. El hecho de que él ignore todo el proceso da pauta para que su condición humana se desnude en todo su esplendor.

Los planos son lúdicos, las cámaras se mueven en torno al personaje y resultan en una infinidad de ángulos y composiciones. Siempre vuelvo al plano donde se encuentra con dos gemelos en el mismo lugar y lo empujan contra una pared con un anuncio, de modo que se toma la imagen de Truman y el anuncio convirtiéndolo en un comercial. Las locaciones y la ubicación del sinnúmero de personajes componen un paraíso bien mecanizado y en los diálogos, se da por hecho, pulula el optimismo. Pero entre todo eso llaman la atención los monólogos en el baño, como si se tratara de la sublimación de su locura en un mundo tan perfectamente cuadrado y sin barreras qué romper. La música hecha por Phillip Glass es siempre el piano en las intimidades de la memoria de Truman y una danza de tensiones en los puntos críticos en los que Truman busca unificar su realidad.

Somos acaso como Truman en el sentido en el cual nosotros somos también los personajes de una trama histórica donde una serie de acontecimientos nos benefician o perjudican. La linealidad de una vida que parece jugarnos una broma infinita. La diferencia es que él llega a conocer a su creador y el objetivo de su existencia y además

—como lo hiciera Augusto Pérez en Niebla de Unamuno— revelarse. Después de soportar los embates de una tormenta, toca la orilla y escapa de su realidad a otra menos perfecta donde —suponemos— lo esperará Sylvia, su verdadero amor. El programa termina.

[email protected]

 

[1] Gianfranco Bettetini, “La desaparición del sujeto en el teatro de lo cotidiano”, en La conversación individual. Problemas de la enunciación fílmica y televisiva, Cátedra, Madrid, 1986.