Es lo Cotidiano

CUADERNO DE UN NÁUFRAGO

Hablo en espíritu

Juan  José Rodríguez

Hablo en espíritu

El cine y la fotografía nos han cambiado la percepción de todo lo que imaginamos y creamos. Aunque no lo apreciemos en primera intención, el modo en que percibimos hoy las cosas al leer un libro es diametralmente distinto a la manera que lo hicieron los espíritus nacidos antes de Lumiere y los diversos precursores de la foto fija.

Hoy estamos impuestos a que un narrador nos ponga ante una perspectiva no sólo visualmente panorámica, sino hasta global, microscópica, e incluso tocando los niveles más morbosos. (Para darse una idea del pudor de las letras, el primer personaje en ir a un retrete en una novela y describir su proceso es Leopoldo Bloom, en Ulysses, de James Joyce; por otro lado, el debut del excusado como mueble en el cine ocurre hasta "Psicosis" de Hichtcook).

Pero el enfoque va más allá del buen gusto de los asuntos, si no de la manera de abarcarlos. Recuerdo haber leído una crítica de cine a "Lo que el viento se llevó" donde el crítico, a pocos días del estreno, considera un error la secuencia general de los heridos en el sitio de Atlanta, donde la glamorosa Scarlett O'Hara se abre paso entre soldados fulminados y sedientos... El autor afirmaba que los espectadores la sentirían irreal porque, de manera automática, se imaginarían a la cámara de cine en lo alto de una grúa, rompiendo así la sensación de realidad que exige el cine.

En una época de escasas tomas áreas o submarinas, no pocas películas siguieron pareciendo teatro filmado, sin proezas de filmación y con primeros planos sólo para escenas románticas o muecas de cómicos. Orson Welles, en "Ciudadano Kane", fue el primero en “aventarle” la cámara a los actores y John Ford el primero en enterrarla para que viésemos los cascos de los caballos. Es en la primera versión de "Adiós a las armas" donde una actriz acomete el refinamiento de "hacerle el amor a la cámara", algo muy común hoy en día: vemos la escena y jamás se nos ocurre pensar que la sensual actriz en realidad besa y acaricia una lente inanimada.

Hoy las cualidades del cine a veces son las fallas de la literatura. No pocas novelas parecen películas platicadas, en la que el narrador mantiene una obsesión por lo óptico y marca las separaciones de textos con decenas de acotaciones de tiempo y escenografía. La literatura hoy debe llegar a donde no es capaz de hacerlo el cine.

Antes, pocos autores se animaban a subir su "cámara" en un hipotético helicóptero, a pesar de que la escritura puede mover millares de "extras" y efectos especiales sin tanto gasto, tiempo e inversión que los realizadores. Nuestros autores eran peatones irremisibles.

Hay un texto fundacional de Guy de Maupassant que recrea una breve ascensión en globo y con azoro comparte la visión de la campiña vecina a París, los tejados rurales y el Sena serpenteante, desconcertado sobre si es de esa manera como nos observa Dios.

Una fórmula muy común, propia de un mundo racional, era usada por los narradores cuando necesitaban una extrapolación física y parecía una disculpa pública, similar a la del maestro de ceremonias que irrumpe en un foro teatral para disculparse porque la grúa que izaría al arcángel Gabriel se descompuso la noche anterior.

La frase era "hablo en espíritu" y fue bastante socorrida a la hora de exigirle imaginación fuera de serie al lector. A continuación un ejemplo de este conjuro en voz de Jules Michelet, en su ensayo "El mar".

“Colocaos (hablo en espíritu) sobre una de las islas volcánicas que en tanto número ofrece el mar Pacífico y mirad hacia el Sur. Detrás de la Nueva Holanda veréis el Océano Austral sitiar con una onda circular las dos puntas extremas del antiguo y nuevo continentes…. Aguas sin fin, siempre aguas.”

Hoy el proceso es automático y sintomático: por nuestra realidad virtual, algún día hablará el espíritu.