jueves. 18.04.2024
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Los Sonámbulos

Alejandro García

Los Sonámbulos

I. Esclerotizado, el sentimiento no salvó al mundo

¡Cuán presos tienen que estar ambos del convencionalismo del sentimiento, y cuánto tenemos que estarlo nosotros para poder aceptarlo! El sentimiento es apático y por eso es incomprensiblemente cruel. El mundo está dominado por la apatía del sentimiento.
Hermann Broch

Pasenow o el romanticismo (Barcelona, 2009, Deboslillo, 205 pp) es el primer tomo de la trilogía Los sonámbulos, publicada entre 1931 y 1932, en pleno ascenso del nazismo. Como bien ha señalado George Steiner, contrariamente a lo que se ha dicho, después de la derrota de Napoleón, el ennui se había apoderado de Europa y de sus lemas, conquistas y valores. El tedio era dueño de los hombres y no se daban cuenta, atrapados por el mundo de la competencia, la propaganda y los procesos de modernización que los llevaron a la Primera Guerra Mundial. La trilogía concluye en 1918, año de muerte e inicio de un nuevo proceso agónico que acaso caracterizará a todo el siglo XX.

La novela arranca en 1888 (el año de nacimiento de Fernando Pessoa, Ramón López Velarde y de publicación de Azul de Rubén Darío). Narra la vida del recién ingresado al ejército Joachim von Pasenow. El primogénito ha tenido que quedarse, por decisiones de época, al frente de la hacienda familiar. En Berlín, curiosamente junto con su padre, conocerá a Ruzema, bella bohemia o checa, según los vaivenes de los mapas, pero no de las claras delimitaciones regionales, con quien llega a establecer una relación íntima.

Muy pronto su hermano Helmuth muere en un duelo. Curioso destino del civil, cuando eso debería esperarse del militar. El futuro se avisora, Joachim deberá ocupar su lugar tarde o temprano. Frente al mutismo del hermano, está Bertrand, el amigo, amante de la vida civil, exitoso empresario, agudo crítico de la vida en que se está engarzando Pasenow. Él es quien critica a los sentimientos y por ende al romanticismo: El sentimiento que tenemos de la vida va siempre rezagado, respecto a la vida real. Medio siglo o un siglo. El sentimiento es siempre de hecho menos humano que la vida que vivimos. De allí que la división de Joachim entre una vida civil y militar esté atravesada por el romanticismo, pero como los sentimientos se han esclerotizado, la vida ha escapado a su plena condición y se le niega de la manera más absurda. De allí que el mundo se vea invadido de sonámbulos.

Joachim quiere la vida ordenada, pero vive una vida dulce y fuera del orden con Ruzema; le desagrada su padre, pero sigue la orientación que él le indica no sólo cuando se fija en Ruzema, sino al saber que heredará la hacienda. Le tienta la vida junto a Elisabeth, pero tarda en decidirse y tiene gran atracción por Bertrand, pero sabe que nunca se atrevería a ser cómo él. Es un heredero de los aires de la época:

Siempre es romántico elevar lo terrenal a lo absoluto, he aquí que el romanticismo estricto y verdadero de esta época es el romanticismo del uniforme, igual que si existiera una idea ultraterrestre y ultratemporal del uniforme.

Bertrand tiene un sentido práctico de la vida y eso lo convierte en una especie de ángel de la guarda. Siempre y cuando esto convenga a lo establecido. Ruzema lo acusará de haberla separado de su amante y disparará contra él. Lo hiere y eso la convertirá en una especie de zombi que vaga por los tugurios de Berlín y no quiere saber nada más de Joachim.

El mismo papel juega Bertrand frente a Elisabeth, pero en este caso ella duda, a pesar de su condición de hija noble y tranquila, entiende la escasa densidad humana de Joachim y sospecha que por lo menos con Bertrand habrá alguna otra posibilidad. Pero éste duda, deja siempre el camino despejado para el amigo. Bertrand no muestra algún deseo de ir contra la corriente o de subvertir el orden, sólo lo conoce y aprende a moverse en él. Esto le da una condición incómoda e inaprensible que el orden agradece cuando sale de escena.

El final no puede ser más telegrafiado, Joachim pide en matrimonio a Elisabeth y los padres acceden, pero ella duda, sabe de la condición general negada del amor y sólo accede cuando Bertrand se retira de su campo de posibilidades.

Después de la boda, nada de la visión del amor enfebrecido se da. Joachim no quiere que ella duerma bajo el mismo techo que su padre, quien ahora es un vegetal, pero tampoco quiere acostarse con ella, iniciar una nueva vida. Su futuro está perdido, aunque dieciocho meses después tengan hijo.

Pasenow no irá a lo propio del uniforme, la guerra, pero el culto romántico seguirá y tendrá su gran desmentido al terminar la conflagración. En esta extraordinaria e inagotable novela Broch da dos expresiones proféticas que recupero por lo pronto: Su desprecio por los emigrantes en aquellos años y su juicio sobre la raza alemana:

America… América había sido siempre para Joachim el país de los hijos depravados, repudiados, viciosos;

Bertrand sonrió e hizo un ligero gesto despectivo con la mano: “Bueno, nosotros… nosotros somos una raza que no tiene remedio”, pero no dio ninguna explicación más.

II. Chantajeada, la anarquía tampoco emancipó al mundo

Porque si se quiere redimir al mundo, hay que atacar el centro del veneno, como decía Lohberg; el centro del veneno era Netwig, o tal vez algo que se ocultaba detrás de Netwig, algo más grande —tal vez algo tan grande y tan oculto como un presidente en su aislamiento—, algo que uno no conocía.

Hermann Broch

Esch o la anarquía (Barcelona, 2006, Deboslillo, 258 pp) es el segundo tomo de la trilogía Los sonámbulos (1931-1932). Esta entrega arranca el 2 de marzo de 1903, día en que August Esch “empleado subalterno de comercio de treinta años de edad” es despedido. Pronto encontrará en el sindicalista Martin Geyring la opción de trasladarse de Colonia a Mannheim para emplearse en la Mittelrheinische como contable para barcos.

Al contrario, pues de Pasenow, hijo de ricos hombres de campo, al cual tendrá que volver, Esch representa un sector de obreros con cierta especialización y algún grado de crítica que nunca va a ser totalmente claro, pues el egotismo de Esch entierra cualquier posibilidad colectiva. Esch irá a pedir una carta de recomendación a quienes lo han despedido, y se guardará para mejor momento el rencor contra Netwihg, encarnación del enemigo, y la demanda que quiere entablar contra la empresa.

Mamá Hentjen, viuda y propietaria de una taberna en Colonia, lugar al que habitualmente asiste Esch transitará de contertulia y distante protectora a compañera de vida. Pero antes el personaje irá a trabajar a la nueva empresa, dirigida por nuestro viejo conocido Bertrand, quien ahora es admirado en sus habilidades, pero también criticado por sus preferencias homosexuales que al principio se dice son italianas, pero que luego se sabe están en la misma ciudad en que habita.

Balthasar Korn es un inspector de aduanas y tiene a su hermana Erna. Invita a Esch a vivir en su casa y así poder matar varios pájaros con el mismo tiro. Nuestro personaje es escurridizo, conoce las trampas, aunque también los beneficios de ciertas alianzas. Prefiere desfogarse con otras mujeres, asediar a la mujer-trampa, pero no entregarse. Pronto aparece un empresario de teatro, Gernerth, que se hace amigo del trío. Esch también se fija en una bella mujer (Ilona) que durante el espectáculo es la presa del lanzador de cuchillos (Teltscher). Lo que Korn desea para su hermana, no es algo que desee para Ilona, aun así la hace su amante. El último del grupo es Fritz Lohberg, un vendedor de puros.

La inconformidad de Esch se verá vapuleada entre las intenciones de redención del Ejército de Salvación y las intervenciones de Martin en pro de la huelga. De allí saldrá preso y mientras Esch continúa entre sus divagaciones propias y la persecución del orden, pensará en realizar un espectáculo de lucha de mujeres, en Colonia, donde puedan intervenir como socios los miembros del grupo arriba descrito.

También se empieza a hacer patente su deseo de irse a los Estados Unidos, emprender una vida diferente, lejana de la prejuiciosa de Pasenow sobre los migrantes.  De allí que renuncie a su empresa y regrese a Colonia, donde se convertirá en reclutador de esas mujeres que serán sin duda motivo de atiborramiento por parte del público del teatro que tengan a bien rentar.

Esch se atreve a visitar a Bertrand, reconoce sus virtudes, por cierto reconocidas por su propio enemigo de clase, Martin, y Bertrand vuelve a ser la balanza en que se ponen los argumentos, pero Esch, igual que Pasenow, es quien los carga y resuelve. Bertrand no tendrá más opción que pegarse un tiro y algún anónimo amante también se matará. Esch camina y rompe cosas a su paso, utiliza a los otros y sus acciones y sus móviles nunca son claros.

 La idea genial será llevar a las mujeres a Estados Unidos, convertirlas en atractivos ganchos para los públicos norteamericanos. En esas jornadas de selección de mujeres, viaje en el que conoce a una pareja de Bertrand, el que después se suicidará, también aparecerá una  Ruzema, de Bohemia, acaso lo que queda de aquella bella amante de Joachim.

Y por último la anarquía de Esch irá encontrando las hormas de ese zapato. Primero cohabitará con la dueña de la taberna, después se irán uniendo con cierta profundidad, la que permite el sonambulismo de Esch y de la época y finalmente ella será la salvadora de la empresa de espectáculos cuando Gerneth los ha estafado y huido con buena parte de capital y ganancias. Antes de tirarse a los brazos del orden, Esch podrá dormir por fin con Erna y repetir, pero sólo para que esta pueda casarse santamente con Lohberg

Se quedará, con todo y estropicios. Después de todo la emigración (no incluye la de Esch, interior, claro) tampoco está a salvo:

Aunque disminuya el dolor por lo irreparable, al introducirse más y más en la tierra prometida, aunque muchas cosas se disuelvan y se pierdan en la luminosidad creciente, y el dolor esté cada vez más desligado de todo, sea más luminoso, incluso tal vez invisible, a pesar de ello no desaparece por completo, como no desaparece la nostalgia  del hombre, en cuyo sonambulismo expira el mundo…

III. Maltrecho, el realismo mató toda esperanza en el futuro

Todavía no ha quedado claro cómo logró Huguenau salir de Bélgica sin tropiezos; quizá haya  que atribuirlo a la seguridad de sonámbulo con la que fue alejándose de zona tan peligrosa: caminaba siempre hacia delante en el aire diáfano  de la temprana primaveras, marchaba como sumergido bajo un fanal de despreocupación, aislado del mundo y al mismo tiempo dentro de él.

Hermann Broch

Llegamos por fin a Huguenau o el realismo (Barcelona, 2006, Deboslillo, 422 pp), tercera entrega de Los sonámbulos. Se desarrolla durante 1918 y pone especial atención en los sucesos de los días 3, 4 y 5 de noviembre en el Electorado de Tréveris. La novela reúne a los dos protagonistas anteriores: Von Pasenow es ahora el Comandante de la plaza y Esch es el dueño de un periódico.

El año anterior, Huguenau, a pesar de su miopía, es llamado a filas y llevado a combatir a Bélgica. Durante un enfrentamiento que parece eternizarse en las trincheras, nuestro héroe huye. Se convierte en desertor. Pero es hábil, un práctico comerciante, un hombre que sabe vivir de acuerdo a las condiciones y sabe lograr una buena posición a donde llegue. De modo que ve la posibilidad de hacer negocios y apoderarse del periódico de Esch, involucrar a lo mejor de la población y manejar el periódico sin invertir con dinero a la vista. Es una actividad dentro del sonambulismo total en que se mueven los otros personajes, defoliados totalmente de cualquier principio, desvanecidos por la guerra y seguramente muy cerca del estigma por la segura derrota.

Broch teje la aventura de Huguenau con otros dos bloques: “Historia de la muchacha salutista de Berlin” y “degradación de los valores”. Se trata de tres discursividades: la anecdótica, que narra la paulatina caída de los alemanes; la religiosa, la imagen de una joven vista desde sus esfuerzos religiosos; y la filosófica, el desvanecimiento de los valores y del soporte de la humanidad en la ética para pasar a los vaivenes y desaguisados de la religión, incluyendo las propuestas enmendadoras del tipo del Ejército de Salvación.

Broch recurre a un alter ego, Bertrand Müller, quien lleva la voz cantante en lo referente a la disolución de la cultura europea como consecuencia de la guerra: ha puesto al desnudo el fracaso del hombre. A lo largo de la novela se habla de un “estilo”, se cuestiona si eso es posible aún en un periodo en que la conducta humana se ha extraviado.

Hegel auguró a la historia “el camino hacia la liberación de la sustancia espiritual”, el camino hacia la autoliberación de lo espiritual… camino que se ha convertido en la ruta hacia el descuartizamiento de todos los valores.

Frente al calculador Huguenau se contrastan Hanna Wending, la mujer que ha quedado viuda a pesar de que su marido viene del frente y hacen el amor y lo despide con cierta esperanza de que pueda regresar de nuevo. El problema es que el daño ya está hecho, la insensibilidad se ha apoderado de esa mujer para quien el sonambulismo tal vez no tenga nombre, pero que está segura de que ella ya no es la que era y de que cualquier evolución es imposible. También se encuentra el soldado Ludwig Gödicke,  manco, quien trata de sacar a flote su frustración, su derrota, mediante la caricatura, el ridículo, el manejo de la palabra hiriente.

Alemania se precipita a su derrota y el conocedor del anarquismo, Esch, podrá dedicarse a la predicación, cautivar a Pasenow con la consiguiente alarma de Huguenau. Es en este periodo de aniquilamiento que se sabe de la deserción de Huguenau, pero Pasenow mantiene la sangre fría y juega con esa realidad que sólo presagia males mayores para todos.

Huguenau se involucra en los movimientos de rebelión de noviembre. Su salvación está a la mano, pero tendrá aún que ir sobre las carnes de la señora Esch y sobre la vida del marido. Aún tendrá la frialdad de rescatar a Pasenow después de las jornadas de motines y lo llevará al hospital después de recoger los dineros que lo mantendrán con vida y lo sacarán de la zona de desastre.

Huguenau se adapta a la nueva realidad, como lo hizo durante la última etapa de la guerra. Ha tapado los hoyos suficientes para salvaguardarse y ha logrado que el periódico que consiguió con trampas y dinero sólo nombrado le rinda nuevos frutos. La derrota le ha dotado de lo suficiente para vivir.

En Huguenau o el realismo Broch cuestiona la historia, la ética, la religión y en general la marcha de la humanidad. Primero ajusta a las cuentas a los románticos, después a los anarquistas, finalmente a los realistas que hablaban de una historia hegeliana que había encontrado su perfección en Alemania. También cuestiona la ética kantiana, la razón ha enloquecido y destruido a buena parte de los hombres de su tiempo. Y por último, la religión ha mostrado su papel conservador, su cercanía con el poder, su incapacidad para señalar rumbos y para dar respuestas a los hombres. El hombre ha hecho de la realidad una caricatura macabra en que los hombres de carne y son sonámbulos y los lemas de la Modernidad son viles cascarones.