martes. 23.04.2024
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EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Alcance al Canon

Isabel Alejandra Ortega Miranda

Alcance al Canon

Durante los últimos meses me he empapado de las ideas de Harold Bloom y su Canon occidental. El grado de explicación de manera coloquial se describe como emocionante. Es decir, leer a Bloom ha resultado increíble y debo confesar que en mi caso fue como si me hubieran quitado una venda de los ojos. Enseguida abundo.

Bloom explica sin recato ni condescendencia algunas de las funciones generales del arte, partiendo de una frase de Oscar Wilde: el arte es absolutamente inútil;[1] imagino que lo dice por algunos escritores de la Escuela del Resentimiento que predominaron, sobre todo, a finales del siglo XIX y casi todo el siglo XX. Por lo tanto, y desde este punto de vista, las obras de los grandes autores canónicos deben (deberían) estar por encima de cualquier ideología política que coadyuve (o por lo menos lo intente) a la sociedad en general, aunque la posición de dichos autores sea cualquiera. En mi caso resulta algo paradójico, ya que entré a la Licenciatura en Letras siendo, en un primer momento, alumna de la Escuela del Resentimiento y la situación se agravó en los últimos semestres cuando vimos literatura de los últimos siglos.

Lo anterior no significa que ahora esté en contra de ciertas cuestiones y posiciones, simplemente me ha dado otra perspectiva sobre la literatura y el arte en general, porque, como Bloom afirma, una clasificación del canon no sólo nos puede ayudar a “utilizar adecuadamente nuestra soledad, esa soledad que en su forma última, no es sino la confrontación con nuestra propia mortalidad”.[2]

Hay varias obras, que Harold Bloom menciona en su libro, que no he leído (en realidad hay mucho que no he leído, pero ésa es otra historia y un reto) y si hay un concepto fascinante que el autor maneja es la extrañeza:

Con la mayoría de estos veintiséis escritores he intentado enfrentarme directamente a su grandeza; preguntar qué convierte al autor y a las obras en canónicos. La respuesta, en casi todos los casos, ha resultado ser la extrañeza, una forma de originalidad que o bien no puede ser asimilada o bien nos asimila de tal modo que dejamos de verla como extraña.[3]

      

Para Bloom la extrañeza está en los autores de su canon. El centro es Skakespeare y su obra Hamlet. Aún después de cuatro siglos sigue siendo el escritor canónico por excelencia y detrás de él están Dante, Milton, Goethe y algunos más. Bloom describe la grandeza del inglés isabelino: “Shakespeare permanece, por tanto, extrañamente solitario entre los grandes escritores, a pesar de su evidente sociabilidad. Percibía más que ningún otro escritor, pensaba el lenguaje más que ningún otro, casi sin esfuerzo, incluyendo a Dante”.[4]

Así que dos palabras lo definen, extrañamente solitario; y aunque el escritor florentino es heredero de años de poesía provenzal y del Dolce stil Nuovo no es suficiente para igualar el genio de Shakespeare. De Dante llama la atención su fuente de inspiración, una mujer llamada Beatriz, y también el hecho de que una obra tan excelsa como La comedia tenga a un personaje que nace del amor y al mismo tiempo haya servido para educar a tantas generaciones en la doctrina católica.

Después está Cervantes, que por (tal vez) una cuestión relacionada con la lengua, sería mi favorito dentro del canon de Bloom que compite directamente y como nadie con Shakespeare: “Alejo Carpentier cree que Cervantes fue el primero en inventar. Yo diría que Cervantes y Shakespeare son autores simultáneos de ese hallazgo, y la diferencia entre ambos son las modalidades del cambio de sus personajes principales.”[5] Cervantes y El Quijote resultan, de alguna manera, más familiares, más cercanos a nuestra realidad cotidiana; genera un juego y además mezcla los dos aspectos más relevantes de la vida: el cuerpo y le espíritu, lo inferior y lo superior.

Parece entonces que Bloom hace la selección del canon y de las Edades (Teocrática, Aristocrática, Democrática, Caótica) de acuerdo también a una visible evolución o transformación de la sociedad occidental.

La primera está caracterizada, en un primer momento, por un orden establecido de las cosas del universo, iniciando con Shakespeare y finalizando con Goethe. En esta edad prevalecen aún concepciones sobre la vida, la sociedad y la religión muy arraigadas y es obvia la no aparición de alguna mujer en la lista.

En la Edad Democrática los indicios del Nuevo Mundo y la incursión de autores norteamericanos como Walt Whitman dan un giro a la historia de la literatura y su canon. El autor estadounidense, de alguna manera, representa a toda una generación de escritores que pulularon en el siglo XIX en el país del norte, aunque es su obra Canto a mí mismo la central de la poesía. Bloom menciona que es sólo al final de la Edad Aristocrática y, con Whitman, de la Democrática que se hace una referencia clara a la masturbación: “Goethe comparte con Walt Whitman (¡dúo inverosímil!) la rareza de ser de los dos únicos poetas importantes anteriores al siglo XX que tratan abiertamente la masturbación; Whitman la celebra y Goethe se muestra irónico”.[6]

En algún momento es posible decir que Whitman realiza la función de la construcción del individuo por medio del onanismo siendo ésta la función dominante en la reconstrucción de los hombres: “Whitman centra el canon norteamericano, porque cambia el yo y la religión norteamericanos al cambiar la representación de nuestros yoes no oficiales y nuestra persuasiva aunque oculta religión poscristiana”.[7]

En la Edad Democrática también es clara la presencia femenina dentro del canon: Jane Austen y Emily Dickinson irrumpen en la hegemonía masculina literaria para ponerse a la par en estilo, extrañeza y calidad de los autores de su época; y es justo en el romanticismo donde se muestra a mujeres fuertes, íntegras, importantes y con decisiones propias.

La constante de la Edad Caótica es, como su nombre lo indica, el caos, quizá porque la heterogeneidad de autores, estilos, temas y contextos superan a los tres anteriores:    

La Edad Teocrática exalta a los dioses, la Edad Aristocrática celebra a los héroes, la Edad Democrática valora a los seres humanos y llora por ellos. Para Vico no había Edad Caótica, sóno un Caos durante el cual comenzará el recurso a la Edad Teocrático. En mi opinión nuestro siglo ha conservado religiosamente el caos aplazando durante mucho tiempo (¡y que dure!) la llegada de una nueva Edad Teocrática.[8]

Bloom señala lo anterior debido a que la casi inminente llegada de una Edad de cyborgs eliminaría casi por completo al ser humano. Y qué decir ahora que los posibles virus capaces de convertir a los hombres en zombies están a un paso de desarrollarse, pero ésa es harina de otro costal.

En la última edad existe una confluencia de concepciones del mundo, algunas explican la psique humana por medio de la sexualidad por lo general reprimida, otras muestran las complejas relaciones humanas, con pasiones, deseos y celos, también están los autores cuya coincidencia no es sobrepasada por la indestructibilidad; finalmente, la perspectiva de dos autores hispanoamericanos y uno portugués. Considero que en esta Edad Kafka se enfrenta a un severo pesimismo que cubrirá su obra; el hecho de ser judío exiliado también influirá en su escritura; no así sucede con Virginia Woolf, cuyo trabajo literario es comparado por Bloom con el de Cervantes. A Proust le pasa algo similar, pero con Shakespeare, aunque nadie logra superar al genio inglés.

Otra constante de esta edad (y de todas, por supuesto) es la comparación e influencia del dramaturgo isabelino con otros autores; en el caso de Freud, es contundente: “La visión de la psicología humana que tiene Freud se deriva, no de una manera del todo incosciente, de su lectura del teatro shakesperiano”.[9] Por lo mismo, llama la atención que sólo Borges y Neruda sean comparados con Whitman (Pessoa queda aparte porque lleva al máximo el desdoblamiento del autor) debido a que los dos poetas son, primero, lectores asiduos del poeta norteamericano y en algunos momentos lo imitan; segundo, en alguna etapa niegan su influencia y, tercero, terminan por colocarlo en uno de los lugares más altos de la poesía.

Los autores del canon definitivamente son el canon. A manera de conclusión comento que igual que Bloom espero que la llegada de la Nueva Edad Teocrática se prolongue aún más y que en las próximas décadas los nuevos parámetros y escritores continúen revolucionando la literatura para disfrutar de la mejor manera de nuestra soledad.

                    

 

[1] Harold Bloom, El canon occidental, Anagrama, Barcelona, 1995, p. 25.

[2] Ibid., p. 40.

[3] Ibid., p. 13.

[4] Ibid., p. 66.

[5] Ibid., p. 146.

[6] Ibid., p. 235.

[7] Ibid., p. 296.

[8] Ibid., p. 261.

[9] Ibid., p. 383.