miércoles. 24.04.2024
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UN RATITO DE TENMEALLÁ

No el sueño, sino la lucidez: Der Siebente Kontinent[1] de Michael Haneke Wood

Juan Francisco Camacho

No el sueño, sino la lucidez: Der Siebente Kontinent[1] de Michael Haneke Wood


 

[…] Vamos en medio del tráfico como
Sonámbulos
Pasamos los semáforos
con los ojos abiertos y dormidos
No el sueño
la lucidez es imagen de la muerte,
de la iluminación […]
Ernesto Cardenal

Afuera del autolavado hay un cartel: “Welcome to Australia”. Es la imagen de unas rocas gigantescas a la orilla del mar. La escena se presenta con recurrencia. La historia se desarrolla en Austria, un lugar lluvioso, frío y lleno de gente; el otro es la metáfora del paraíso terrenal. El mar, podemos creer, es un reflejo en la tierra de la imagen celestial. El sueño es Australia.

Los primeros cinco planos que organizan la secuencia inicial de la película narran el lavado de un auto. En el quinto, y más largo, vemos en over shoulder a sus dos tripulantes estáticos. Movidos por una la banda que los conduce a través del túnel del lavado –o sea, una fuerza mayor-, piloto y copiloto sentados, no mueven un dedo mientras el agua, la espuma y los secadores trabajan. Entendemos que así funcionan estos lugares, pero son ellos, los tripulantes, quienes han decidido estar ahí para ser conducidos y no conductores. Desde aquí la película quiere decirnos algo, que es más bien el todo.

El recién nombrado Premio Príncipe de Asturias de las Artes, Michael Haneke, debuta en 1989 con este largometraje sobre una historia real: Una familia austriaca de clase media alta que termina en el suicidio. Crudo. Lo  interesante es que Haneke lo trabaja sin empatías. Atendemos a que este acto no sólo puede tratarse como una destrucción moral a partir de los estragos de una serie de valores primordiales; todo lo contrario, se acerca a un sentido ético –me atrevo-, coherente con el concepto de Camus[2]. Aquí el suicidio es un acto de difracción contra una realidad monótona: Una ruta de escape.

Trama sencilla que se construye en tres partes. Greg (Dieter Berner), ingeniero, tiene un buen trabajo y un buen sueldo. Anna (Birgit Doll), su esposa, es oculista y tiene una clínica con su hermano Alexander (Udo Samel). El matrimonio tiene una hija: Eva (Leni Tanzer). Cada parte se desarrolla en un año distinto. La primera en 1987, la segunda en 1988 y la tercera en 1989. El despertador que enciende la radio a las 6 AM y el ritual de lo cotidiano: las pantuflas, los dientes, el desayuno, el trabajo. Sólo estabilidad. Las debilidades en la armazón familiar van construyendo poco a poco el punto de flexión, en la primera parte es la niña –siempre retraída-, en la segunda Anna. En la tercera -que inicia a la mitad de la película- el padre.

Muy lineal en un principio, y es que no se apuesta por una trama compleja; con estos pocos personajes el director se basta para llenarnos de su idea. En la tercera parte deciden que se mudarán a Australia para rehacer sus vidas, pero este paraíso es un punto inalcanzable desde donde los personajes se encuentran. Aquí nos conducimos a la catarsis -una secuencia donde todos los integrantes destruyen sus pertenencias- y, por último, el crudo desenlace con la televisión en ruido blanco.

Lo que resalto en la configuración formal de la película es la sobrepoblación de acontecimientos incidentales. Hay una minuciosidad del director por mostrarnos cada detalle de la vida de los personajes. Como si quisiera hacernos partícipes de todo el peso que el tiempo tiene sobre las cosas más simples y menos funcionales. Me viene a la mente la escena del supermercado: Cada producto es escogido, la carne machacada, las cajas registradoras se abren, en fin. El mismo papel cumple la televisión y la radio; la armonía del sonido está cargada en la ambientación natural de los lugares. Estos recursos funcionan cuando los receptores somos partícipes del mismo tedio que viven los personajes. Así es como el director consigue darle a su obra el toque hiperrealista.

El compromiso estético de Haneke se convierte en un compromiso ético. Algo que distinguimos en los directores europeos de hoy, que toman la bandera de Bresson o Antonioni, que es dibujar los problemas sociales –incluso ontológicos- contra los que se enfrenta el individuo contemporáneo –siempre perdido-. Sin empatías estorbosas, eso sí, siempre con un acercamiento inteligente y abierto para que el espectador trabaje su propia interpretación. La película nos hace meditar si nuestras vidas no están siendo llevadas del mismo modo que el auto en el lavado, pasivos, sin pensar, siendo movidos por fuerzas que, sin embargo, podemos decidir si afrontar o no. No el sueño, sino la lucidez –el alumbramiento que la rutina tiene segado-, es lo que buscan sus protagonistas con el escape. No es Australia, sino la trasgresión de la comodidad tan incómoda e insípida que Austria predispone para los tres. ¿No es acaso la resignación a lo cotidiano una forma de suicidio más peligrosa todavía?

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[1] “El Séptimo Continente”

[2]  “Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la vida” Albert Camus, El mito de Sísifo, Alianza, España, 2008, p. 13.