martes. 23.04.2024
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EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Cuando no se tiene traducción

Arely Valdés

Cuando no se tiene traducción

La riqueza que un lenguaje pueda contener dentro de sí, es invariablemente única y no puede de ningún modo compararse o decirse mejor que cualquier otra. A pesar de que pudiera hablarse de cierta dificultad para escribir o pronunciar un determinado idioma, no da pauta alguna para colocarlo sobre un pedestal, como pareciera hacerse hoy en día con el inglés, que se dice necesario saber hablarlo, ya sea por la dominancia estadounidense (habría que aprender chino y sus variantes ahora) o por la relativa parcialidad que posee (me pareciera que esté asexuado por no necesitar de sufijos para determinar el sexo de alguna palabra, o la total neutralidad del aparentemente hijo único, articulo, the).

Comprender entonces por qué un idioma se desarrolla de tal o cual modo, lleva hasta el contexto en que se desenvuelve. La necesidad de referirse a cosas que rodeen al hombre no son las mismas en ningún lado, aun a veces cuando se trate de un mismo objeto. Un ejemplo barato: se conoce al preparado de Doritos con elote, queso y chile, como Dori-nachos —que podría ser incluso redundante, porque se preparan nachos con Doritos sabor a nacho—;  en Guanajuato, el mismo refrigerio se conoce como Dori-elotes.  Desconozco el motivo detrás del ligero cambio de nombre, pero fue motivo de burla entre compañeros. Ahora, con un ejemplo hecho y derecho, mencionado en clase, está la gran variedad de nombres que las personas de Alaska utilizan para referirse a la nieve. Ni aquí ni en Guanajuato lo entenderíamos porque no nos rodeamos de nieve, y aunque cada cuatro años que el señor invierno se digna en congelarnos poco más y enviarla, la nieve sigue siendo nieve a secas.

Entonces, si sabemos que el signo lingüístico une concepto e imagen acústica, el signo variará totalmente de un lenguaje a otro porque la representación interna que se tenga de algo, en este caso de la nieve, no será la misma, dada la marcada diferencia del entorno, tratándose de la nieve, una diferencia climatológica otorgada por ubicación geográfica. No digo que a todos se les venga a la mente una misma representación de nieve, puede que haya incluso quien piense en un cono de la Michoacana —Al final el facto del frío permanece—. Nosotros pues, a diferencia de un hombre de Alaska, podríamos necesitar de varias palabras para mencionar diversos tipos de nopal.

Las muchas palabras que en los lugares con nieve, se puedan tener para referirse a la misma y sus variaciones, cuando son traducidas, pierden parte de su encanto en el traslado. Una sola palabra se vuelve varias, o en el peor de los casos, cayendo en fatalidad, se ve omitida. Así, existen incontables vocablos que de un idioma a otro no tienen una traducción esforzadamente fiel. Ocurre a veces el préstamo nunca pagado de una palabra que castellanice, donde de cualquier manera la pobre palabra sufre un cambio. Pero ello sólo prueba la mutabilidad del signo, llevando inevitablemente al distanciamiento entre el significado original, y el significante, sin  dejar de tomar en cuenta las añadidas o sustracciones fonéticas que se hayan hecho en el vocablo.

Puede hacerse un pequeño recorrido entre unas cuantas palabras de otros idiomas que no tienen traducción, o que la otorgada, signifique algo completamente distinto a lo que realmente refiere. Existe, comenzando con los ejemplos, una palabra en japonés (komorebi) que señala la luz del sol que atraviesa los árboles. Me ha sido forzoso utilizar casi diez palabras para explicar una sola que en japonés significa todo eso. En lo Personal encuentro terriblemente bello que una palabra solita pueda fotografiar un momento exacto de la luz. Volviendo al tema, desconocemos bajo qué contexto nació este signo y que comunidad lingüística comenzó a hacer uso de él.  Ha sido ineludiblemente heredada generación tras generación, y aunque lo quisieran así, atados ya a la lengua, no pueden darte inu (perro) por komorebi.          

Del portugués brasileño sale cafuné, que se refiere a los dedos acariciando suavemente el cabello de alguien. ¿Al español? Sospecho que no contamos con una palabra tan específica para el acto (¿”hacer piojito”, contará?) Sin embargo, puede resaltarse que la combinación de letras y sonidos pudo haber sido cualquier otra para referirse a lo mismo, que no guarda ninguna relación especial con lo que significa, probando ahora otra de las características esenciales del signo lingüístico, tratándose ahora, de su arbitrariedad.

En divagaciones que penosamente sacaré ahora a cuento, concluí que decir “te extraño”, es muy poco acertado para intentar —porque eso me parece que hace, intenta— referirse a esa nostalgia provocada por la falta de alguien. Algo subjetivo que conlleva más dificultad, porque aunque todos lleguemos a experimentar una misma sensación no lo hacemos nunca del mismo modo. Extrañar puede evocar incluso a lo desconocido (te extraño = ¿te desconozco?), a una sorpresa, o un pasmo. Para mí no cubre la descripción de la sensación de no tener a alguien cerca. No considero que no tenerlo cerca y sentir nostalgia por la presencia, vuelva a dicha persona “un extraño”, como para decirle “te extraño”.

En el inglés, para el mismo caso, se usa I miss you, en donde miss, dejando de lado que también puede significar señorita, funciona como verbo “perder”. Traduciendo literalmente, “te pierdo” o “Te extravío” aunque denoten lo que ocurrió para sentirse así, no dan en el clavo para caracterizar del modo adecuado (o del modo que yo quisiera) la sensación.

Saltando primero del español al inglés, salto ahora al francés, donde está la frase con la que me siento  medianamente plena y conforme respecto a lo que describe. Tu me manques, o al español “yo te extraño” se compone de la palabra manque, que puede significar falta de, carencia, o laguna. Puede ser traducido también como “me haces falta” que en cualquier caso funcionaría como una especie de sinónimo para el “yo te extraño” aunque sea indicativo de probable debilidad, puede perfectamente desde mi humilde punto de vista decir con poco que algo se fue, que provoca melancolía y que se necesita (no digo que aplique para todos los casos en general, sólo me parece que sienta mejor a la sensación que suelo tener).

No digo que haya que cambiar el “te extraño” por un “me haces falta”, sólo exploraba ligeramente como porque de tantos modos de poder señalar un sentimiento, van y escogen el que me parece más extraño.

Pero se puede concluir de toda esta perorata inútil, que en todos los idiomas el signo posee linealidad, se desenvuelve en una misma dimensión y en un solo tiempo, es decir, seguida una palabra de otra, no dos al mismo tiempo, perteneciendo pues al campo fonético o al escrito, según el caso. Pueden, sí, amontonarse las palabras, ya porque hablan todos al mismo tiempo, ya porque se escribió una cosa encima de otra, pero en cualquier lance el signo se pierde en su totalidad por la falta de distinción de uno sobre los demás, lo que sólo refuerza pues el ya mencionado carácter lineal que posee.

Hasta aquí ya han sido expuestas las particularidades del signo lingüístico, tomando como ejemplos algunas palabras en otros idiomas, y siguiendo lo que explica Sapir, basado en lo que dijera Saussure. Hay una quinta generalidad del signo: discreto o diferencial, donde se enfoca en la combinación de fonemas que hace posible la distinción entre una palabra u otra, conexiones que consiguen aislar una palabra de las demás, aunque tuviese semejanza fonética con alguna otra.

Para ejemplificarlo, y continuando con palabras foráneas: Cafuné, que se parece a Ramune y que no significan lo mismo, pese a compartir sonidos. (El Ramune es un refresquito de frutas japonés).    

Para cerrar tenemos que hay muchos idiomas, con vocablos para referirse a las cosas más diversas, pero que las propiedades  del signo lingüístico aplican para todas,  sin colocar como líder a ninguna, para que se salve de cumplir con las particularidades del signo, todas, por lo tanto, sin hacer menos a nadie para ir y pecar, cayendo en comportamientos racistas y menospreciantes, son como se supone que tenemos que ser nosotros ante la ley: iguales, careciendo de preferencias según el acento, la entonación, o la cantidad de palabras que posean para referirse a una cosa.