Es lo Cotidiano

Qué lugar. El país del miedo

Alejandro García

Qué lugar. El país del miedo

El país del miedo y el país de la alegría. Supe de la existencia de este test infantil a partir de un comentario de Jean Delumeau en su libro El miedo en occidente. Se trata de una prueba utilizada por los psicólogos, facilitada para expresar los sentimientos en los niños, en casos de experiencias traumáticas que han dejado secuelas, o en menores con algún tipo de trastorno grave.
Isaac Rosa

Es probable que este libro nos cause después de su lectura un gran desasosiego, en donde se mezcle la intranquilidad propia de lo que no comprendíamos antes y de lo que no juzgamos enteramente resuelto. El inicio es acorde a nuestras expectativas, están allí muchas de las preguntas y de las experiencias propias de un territorio en donde la delincuencia arrasa y va copando las áreas de tranquilidad y de vida de la gente común y corriente.

La novela de Isaac Rosa El país del miedo (Barcelona, 2008, Seix Barral, 315 pp., Premio a mejor novela de 2008) parte de una situación cotidiana, la desaparición de billetes y objetos de la casa. La mujer se da cuenta de que su trabajadora doméstica es sospechosa de robo. Lo ha hecho desde hace tiempo y ante lo evidente tiene que tomar medidas. La despide. Lo mismo hacen los vecinos que la emplean. Ella y su pareja la buscan para que dé marcha atrás. Ella no se conmueve. Tiempo después ocurre un extraño robo en el edificio de departamentos que obliga a los vecinos a extremar medidas de seguridad: sistemas de alarma, puertas  blindadas, cámaras.

Pero a la vez el niño de la casa empieza a ser hostilizado por un compañerito de clase. Lo agrede y el padre lo observa y empieza a denunciar tales actos ante las autoridades educativas quienes se hacen de la vista gorda hasta que se rinden ante lo evidente.

A partir de aquí, la novela se fija en la conducta del padre, en sus miedos y en la dependencia que adquirirá con respecto al niño, quien lo chantajeará y llegará a golpearlo. El libro se ha trastocado en su viaje inicial y la línea de la historia adquiere densidad pues la novela se convierte en una especie de escalofriante parábola en donde pasamos a depender del miedo. Aquí no se trata de un miedo irracional a la manera de La paloma de Patrick Süskind, se trata de un miedo a todo: a la trabajadora doméstica, a su pareja, al inmigrante de aspecto diferente, al joven que se divierte en las esquinas, al violador en potencia, el miedo al otro, a la bestia que nos han enseñado afila sus colmillos esperando la hora en que nos los pueda encajar.

Y qué mejor que centrarlo en un niño, en una pequeña bestia que aprende a tomar ventaja de los debiluchos y atemorizados. De esta manera el hombre se desliga de su mujer, le esconde por lo que pasa y da un ejemplo de prolongación de sus temores en su hijo.

Cierto, la novela se encarga de los miedos probados y que exigen se les atienda: zonas de inseguridad, riesgos en la calle, chantajes, llamadas telefónicas extorsionadoras, pero va más que nada a la necesidad humana de trasponer el medo, porque al final del camino, el hombre debe entender que la maquinaria de violencia es ajena a nosotros, es negocio de individuos preparados para ello, pero a la vez con lazos en el poder. Ningún elemento de violencia se puede llevar a cabo con tal impunidad si no tiene su red de protección adentro, en los mecanismos del poder, que suele jugar con esos miedos colectivos a la hora de las decisiones.

Suele suceder que los movimientos defensivos terminen en donde se empezó, pero ahora con la víctima como victimario. El hombre se degrada, quiere ser héroe y se convierte en animal, su acto raya en la villanía y en la pobreza de miras. El que hoy se queja, suele levantar la cabeza para remediar el mal con un ejercicio de la violencia, con un desatar de las fuerzas oscuras, pero esto no provoca la libertad, a lo más nos pone a los pies de más violencia. Recordemos el adagio de ciertas hermandades: puedes entrar, pero jamás salir.

Vivimos tiempos en que la autoridad se ha replegado, entre la impotencia y el jugar al  gato y al  ratón para sacar tajada. No puede escapar así a su responsabilidad, de lo contrario, no espere tal guiñapo de conductor de vidas que su juego será siempre propicio, porque puede levantarse una enorme criatura de malos modos e instinto de muerte, sin necesidad de pensar en las condiciones de un cambio revolucionario, que es lo que parecen anhelar ciertos científicos de escritorio y beneficiarios del statu quo actual.