jueves. 25.04.2024
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MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO

Pico de gallo y sal… y a comer

Pico de gallo y sal… y a comer

Marcelino Díaz Mares

Nos dijo el señor, siéntense, siéntense, están en su casa. Orita nos sirven el molito. Y sí, fueron poniendo un canasto como con tres kilos de tortilla y un recipiente con cucharas de peltre y ya estábamos don Mero y Popote y yo con hambre, porque olía bien  A Mí no me había gustado mucho la casa, porque el piso era de tierra y le acababan de echar agua y se sentía resbaloso y la cocina olía fuerte, una mezcla de petróleo o leña y alguna cosilla que se había hecho vieja o se había descompuesto y se había enquistado en el ambiente.

Usted dirá, sobrino, pues que ínfulas de mi tío que no tiene ni en donde caerse muerto. Pero no es eso, se sentía la calidez, pero la pobreza te atrapa, te agarra y te pone una pata en el pescuezo de modo que tienes que tragar camote y flojito y cooperando.

De modo que después de que habíamos descargado el camión, eso era de madrugada, don Mero nos dijo, miren me podrían invitar a desayunar por aquí, pero los tiempos no son buenos, en lugar de que gasten y se vayan a enfermar, los invito a su pobre casa. Y el Popote no se andaba con elegancias, pegó un gritito, como de animal hambriento y dijo claro que vamos, ¿verdad don Marce? Y pues sí, la cortesía es la cortesía.

La señora sirvió platos de barro bien llenos. Humeaban y se veían los pedazos del pollito o del puerquito, ya lo sabríamos. Ella dijo ustedes aváncenle, yo tengo que ir por la leche, hace rato no había y tuve que regresarme, pero ahorita les traigo. Había puesto para cada uno un jarro de atole blanco y en el centro un plato con frijolitos de la olla y otro con arroz.

Y nos apelanconamos, ya se había hecho reclamo de la panza y el Popote casi se sorbió el primer plato. Ya se había ido la mujer, de modo que don Mero le dijo, si quieres más, sírvete, lo que quieras, es para que se acabe. Y yo iba por el tercer tacuache sin saber bien qué era. Daba el sabor a pollo, a cerdo, a carnita de res, pero cómo que no acababa de agarrarle la cola al animal. Luego hay cortes o guisos que cambian el sabor de la carne, la tornan irreconocible. Pollo no era, estaba entre res o cerdo. O podría ser chivo o borrego. Pa caballo se me hacía que le faltaba fibra. Uno despega el cuaco en hebritas y esta carne estaba compacta, con su cartilaguito pegado al hueso o cubriendo la pulpa. Se trabajaba con la molendera, pero el Popote le entraba duro. Rápido bajaron las tortillas y el ingrato pidió más. Ya te dije que te lo acabes, yo con un taco tengo y aquí don Marcelino es medio calmudo, allá se la haya. No era mole, para mí más bien era un adobo, picoso, pero no para distraerte, con cierto olor a yerbas, tal vez mejorana, albahaca.

Mi abuela decía que con pico de gallo: cebolla, jitomate y chile serrano, si se puede un ramito de cialntro frito en aceite bien caliente y una mano sabia, lo que sea entra a la panza y hasta se agradece. Ya con los adobos y el mole es otra cosa, es un verdadero sudario de gala para el animalito que se ofrece al comensal y una fiesta para el gusto de éste. El mole es cosa cercana a Dios en el cielo y para chuparse los dedos en la tierra.

La señora no regresaba y el Popote ya casi le encontraba respaba a la cazuela, pero por fin se veía que estaba a punto de llenarse. Y el hombre se paró, recogió nuestros platos y vio que quedaba atole. Y dijo, para que se les desatore, porque estaba nerviudo.

Y el Popote le entró con un trago grueso y largo. Eructó. Don Mero volvió y sin más hizo la pregunta: ahora sí, díganme, qué les pareció el gatito? Yo ya estaba fogueado en esas sorpresas. —Le sobró bigote para ser pollito, alcancé a decir. Había tragado iguanas, chapulines, cucarachas, arañas, hormigas, cocodrilo, perrito, tejón, de modo que nada más dije, tripa mía, ya supiste del ronroneo del miau, así que dale gracias al cielo por esta oportunidad de probar algo diferente.

Pero el Popote se atragantó con el atole y dio un brinco, vimos cómo se le movía la panza. Y salió en busca de un baño o de un piso propicio para el regreso, como si así el micifuz pudiera volver a caminar y repegarse en las piernas de la gente.