martes. 23.04.2024
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No me hallo: de la infancia a la adultez sin paracaídas

Cleone Valadez

 

Nací vieja. No le hice al elástico ni a la cuerda, el juego de la traí me agotaba rápido, siempre fui apática para los deportes. Lo que sí es que me gustaba las escondidillas porque jamás regresaba y era como si jugará aunque no lo hiciera y eso era testimonio de que no era antisocial. Fui artística con mis juguetes: muñecas tatuadas, barbies desnudas y mutiladas. Mi madre solía decir que eran mis juguetes y que podía hacer con ellos lo que gustase, pero que no volviera licuar ningún otro oso de felpa y que definitivamente el retrete no podía hacer de alberca para muñecos. Sentía envidia de la particular alegría para las navidades del resto de los niños y no podía entender el privado gozo que me daban los parques sin niños. Lo más dulce de mi infancia fue el pastel, la coca cola de las fiestas infantiles, el bolo y el beso de esposos con las primas. Perdí el lazo de la adolescencia en un crecer irresponsable, quise permanecer niña y no tener que hacerle a la tesis, ni al trabajo, quedarme eternamente para contemplar, robar las películas porno de mi hermano y mostrarlas congregadas en las pijamadas, entonces todo sería juego y podría seguir siendo antipática sin consecuencia, pues probablemente al crecer en otra eternidad se me quitaría. Sin embargo, cuando esto no pasa, queda lo que soy: la niña adulta, con teporochos amigos y obligaciones oficiales sin respuesta y ni quien las realice.

 

 

No me hallo: de la infancia a la adultez sin paracaídas