Es lo Cotidiano

Estar dentro del Mal y no rajarse

Alejandro García

Estar dentro del Mal y no rajarse

Me tuve que resignar a contar tan inmenso y complicado rollo por jodentísima vez. Para darles más envidia aumenté unos centímetros de cadera y reduje unos de cintura en la descripción de Lucía Pastrana.
Francisco José Amparán

               

Novela publicada en 1995 por Ediciones Castillo, de Monterrey, Nuevo León; datada en su escritura entre marzo y mayo de 1993, Otras caras del Paraíso es editada ahora por Almadía (México, 2012, 387 pp) en su colección Negra, con un prólogo de Julián Herbert (Acapulco, 1971). Si hemos de creer a Wikipedia, Herbert llegó a Coahuila en  1989 y allí se ha convertido en uno de los escritores  que han recogido la estafeta dejada por Francisco José Amparán (Torreón, 1957-2010), autor de la novela objeto de este comentario. El dato es relevante porque una generación posterior presenta sin enconos ni falsos elogios a un escritor de una generación anterior.

Amparán se nos fue joven. Herbert señala que había escrito lo propuesto y que estaba más bien fascinado por el ejercicio del periodismo. Sin duda alguna llama la atención el que un narrador tan dotado se acercara al silencio narrativo. No sé si haya inéditos y es muy probable que desconozca algunas de sus obras, pero la presencia de Paco bajó, en parte por el centralismo mexicano y en parte por sus propias reflexiones en torno al oficio. Fue ante todo un autor arrojado en el contar. Era capaz de hacer verosímil cualquier situación que se propusiera y su tono nunca dejó de molestar por su ligereza. Esto es importante, un narrador que convence, que seduce, que molesta y hace reír.

El ingeniero Francisco Reyes Ibáñez es profesor del Instituto Tecnológico de Monterrey. Allí, además de atender a su guapa novia Alejandra, de vez en cuando se dedica a resolver casos. En este caso se trata de la desaparición de Helena (adivinaron es guapa, tanto o más que la alumna que le va a proponer el caso al profe). Como personaje, Reyes Ibáñez se mueve entre el humor de Ibargüengoitia y la ladinez del Ignatius de La conjura de los necios. No se inclina a uno u otro extremo, ya de por sí extremos, se evade, pica y huye, aplasta y seduce.

Tras la desaparición de la muchacha, Otras caras del Paraíso va descubriendo las fuerzas involucradas en el hecho. Primero un patrón poderoso y seductor con una hija que es a la vez la lujuria y el mal personificados, un lío de tierras ejidales con líderes muertos, un junior interesado en el cine que retrata cabalmente la vida, especialmente si trata de muchachas carnosas en una orgía que deben señalar el linde del placer ajeno y un senador que ha de navegar con socios, con hijos malcriados y con un país que no sabe más que corromperse.

Ibáñez tiene una protectora que le da los mejores placeres y el vértigo interior que lo mueve, pero que a la vez lo torna peleonero, respondón con esos entes agresivos que son las mujeres malcriadas. Lucía es rica, hermosa, grosera, pero tiene la lujuria a flor de piel y, sobre todo, la encarnación del Mal:

Ante mis ojos estaba el Mal, aquello contra lo que tanto nos han prevenido, pero sin darnos una idea clara de cómo lo habremos de hallar. Aunque sí; en el catecismo siempre se nos dijo que aparecería como algo encantador, irresistiblemente placentero, ya más grandecitos se nos previene contra los goces que los disfrazan. Ahí estaba, casi desnudo, ciertamente irresisitible y no tuve fuerza para rechazarlo.

El lector dirá, si Jalisco no se raja, por qué yo sí. ¡Demonios a mí! Demonios, a mí.

En sus andanzas, Reyes tiene algunos premiecillos, también una que otra abolladura sobre él o sobre su escurridizo Datsun. Contará con la complicidad de secretarias, criadas, vecinas, ejidatarios para llevar a buen puerto su investigación. También deberá asociarse con el policía sobrenombrado El Burro. Allí circularán los muertos, los heridos, los asustados, los despojados y los que tanto tienen que deben tener más para que los otros no caigan en la tentación.

Reyes se regodea en el relato, le da vueltas, se toma su tiempo. No es la violencia la que le dicta el qué hacer. Es el decir el que lo va normando. El personaje femenino del principio prácticamente desaparece. Reyes lo sacrifica. No sobrecarga el relato de vueltas o de velos. Los responsables tienen nombres, los asesinatos tienen móviles precisos y las líneas de circulación entre delincuencia y poder están en circulación y pueden ser recorridos por el lector. De allí que la confusión o los hechos de sangre no sean un tapón para evadir las responsabilidades. Y los practicantes de violencia sexual con película en vivo tienen también responsables, degustadores y usuarios. Dé allí que la novela de Amparán sea una adelantada con respecto a la violencia y a la construcción de su percepción en la sociedad. Los responsables están, los mediadores están, que no vengan con que la confusión es tanta que tan sólo en decodificar un hecho nos lleve un sexenio.

Y también se adelanta en lo de la misoginia de Ciudad Juárez, en los asesinatos en serie en las calles de Torreón y del país. Amparán lo dijo antes y después seguramente se dedicó a reír de la mercantilización de la violencia y de la caída del contar en dichas redes.