viernes. 19.04.2024
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Libertad, decisión y desobediencia: Provocadores de la caída

Arely Alicia Valdés Rodríguez

Libertad, decisión y desobediencia: Provocadores de la caída

 

¿Y con qué fin se os prohibió? ¿Para aterraros
Y teneros sumisos e ignorantes
Adoradores?...[1]

 

 

John Milton, hombre ciego y puritano, fue la mano autora de El Paraíso perdido, un largo poema alegórico de tintes épicos, basado en la primera parte del Génesis.[2] Al enfrentarse al texto, el lector acude a la versión alargada de los hechos presentados en el relato bíblico, que de singular acomodo y bello trato, hacen del poema miltoniano una obra sin precedentes. El Paraíso perdido se encuentra dividido en XII Libros, extenso total del que Milton se vale para narrar la caída tanto de Satán, como de Adán y Eva, y también para explicar y justificar los designios del Todopoderoso.

Satán —junto con sus seguidores— pierde su lugar en el Cielo; Adán y Eva, por faena de aquel, disipan para siempre su estadía en el Edén. Ambos casos llevan una pérdida como castigo a la transgresión realizada sobre un mandato previamente dado por el Creador.

       

Mandato

Todas las fuerzas del fulguroso Cielo son llamadas: querubines, virtudes, potestades, ángeles, arcángeles y demás jerarquía celestial en cuyo último y gran escalón principal se sienta El Regente, para recibir de su Señor una nueva e importante noticia que debía de alegrarles el corazón a todos. Dios hace el anuncio: aquel día había engendrado al Hijo Unigénito, a quien por decreto máximo debían de adorar y obedecer como a su Señor. Entonando cantos y celebrando la llegada del Hijo, Verbo de Dios, el día transcurre para todos en sutil esparcimiento, excepto para Satán, en quien la envidia ha plantado ya su semilla:

 

[…]Satán,
Llamado de este modo desde ahora
Porque su anterior nombre ya no se oye
Nunca más en el Cielo; se encontraba,
Él entre los arcángeles primeros,
Si es que no era el primero, en poder             [660]
En favor, preeminencia, y con todo,
Lleno de envidia contra el Hijo de Dios,
En ese día honrado por el Padre,
Proclamado Mesías, Rey ungido,
Por orgullo no pudo soportar
Esta escena, y sintióse degradado.[3]

Y así, haciendo uso de unas nacientes artes de embaucador comienza a fraguar un plan con sus allegados para rebelarse contra el Omnipotente y sus nuevas leyes. Parece increíble que una creación empírea pudiera transmutar su naturaleza benigna en una rencorosa tan repentinamente. Respecto a esto, Rafael, charlando con Adán, responde a una de sus preguntas, aludiendo a la libertad que gozan todos, aun siendo seres celestiales incorpóreos al servicio del Señor:

“Poseemos nuestro estado feliz,
Cual vosotros el vuestro, en tanto dura
Nuestra obediencia; otra seguridad
No tenemos; servimos libremente
Porque amamos con toda libertad,
Según la voluntad de amar o no;
De ahí que persistamos o caigamos.               [540]
Y algunos desobedeciendo han caído”[4]

Nadie les obliga, nadie les impone. Son libres en su actuar. Conocen el modo correcto de proceder y hacerlo así les hace felices. Sin titubear, prontamente deciden acatar gozosos los mandamientos que les son dados. En manos de Satán, la libertad de decisión se inclinó hacia el flanco negativo.

Por otro lado, Adán creado de la tierra, y Eva de la costilla de su pareja, reciben un único mandato: no comer del fruto que florece del árbol prohibido, el Árbol de la Ciencia. Ellos, regocijados con todos los manjares y bellezas que el Edén les ofrece, agradeciendo cada mañana la bondad del Creador al brindarles la vida y admirando toda su magnífica obra, viven inocente y tiernamente enamorados, y retribuyen todo lo dado obedeciendo sin complicaciones esa única orden.  Y al igual que los ángeles, no son obligados a ello. Decidir si obedecer o no, radica siempre en su libre albedrío.

Transgresión

Ha sido dicho ya, Satán, herido en su orgullo, decide no obedecer el decreto del Omnipotente,  pero lleva su desacato a un siguiente nivel: la rebelión. Arrastra consigo a todos los que fueron convencidos y corrompidos por el elocuente y falso discurso que ofrece en una pequeña reunión hecha para dictaminar  levantarse en armas, buscando como final apoderarse del Cielo. Todos sus escuchas fueron convencidos, excepto por uno: Abdiel,[5] que renegando del parlamento de Satán, le llama falso e ingrato y se regresa por donde vino. Prosigue entonces el traidor ángel con su plan, consiguiendo sostener contra las huestes del Todopoderoso una batalla campal y titánica durante tres días. Al tercero, el Hijo encabezando a las tropas celestes, empuja a Satán y a todos sus compinches al borde del Cielo y éstos caen al abismo irremediablemente.

Satán determina en su libertad transgredir la norma impuesta por el Eterno y, más aún, se le rebela con descaro, llegando a creer ser un igual o superior. Sin embargo, sus quebrantos a las reglas no se detienen ahí. Una puerta cerrada con candado y vigilada por dos temibles y viles seres, no parece exactamente indicar que el paso se encuentre permitido.  La salida del Infierno, custodiada por el Pecado y la Muerte, ambos prole de Satán, es cruzada por éste, gracias nuevamente a la utilización de sus ya practicadas falacias. Como paradigma del mal,[6] resulta completamente lógico que continúe violentando toda norma que se le aparece. Ya en el Edén, por ejemplo, capturado por Gabriel y compañía, es advertido de no volver. Obviamente vuelve.

Adán y Eva incurren en una infracción contra (el único estatuto de) Dios en el Edén de modo diferente a Satán; empero, los móviles de cada uno al tomar libremente su respectiva resolución son distintos entre sí, aunque el pecado cometido y la penitencia a pagar por él sea igual para los dos.  Eva, ingenua y servil, se fía de la serpiente que poseída por la esencia de Satán, miente al decirle que ha obtenido el habla gracias al fruto del árbol prohibido. El reptil incita a la Primera Mujer a comer del fruto, acción que en un inicio ella rechaza, pero a la que finalmente cede, seducida por el aroma y las promesas de sabiduría del rastrero animal. Y acontece algo de mi escaso agrado: Milton convierte a Eva en un ser egoísta, la coloca en un nivel inferior en términos de inteligencia, y al mismo tiempo la carga con la culpa de la pérdida del Paraíso.

¿Más cómo me presentaré ante Adán?
¿Debo comunicarle ya mi cambio,
Y hacer que participe de mi dicha
Completa, o mejor no, y reservaré
Las ventajas de la ciencia para mí
Sin compartirlas? Así podre añadir                         [820]
Lo que le falta al sexo femenino

[…]
Pero ¿y si Dios me ha visto y me acaece
La muerte? Entonces dejaré de ser

[…] debo decidirme: Adán
Compartirá dicha y dolor conmigo.[7]

Ella, dueña del papel de la belleza y la inocencia, ahora para siempre manchada, se dirige hacia Adán con el cuerpo del delito en la mano. Él, al descubrir que ha perpetrado la única orden expresa de Dios, se pone lívido y no puede evitar sentir la cercanía de la fatalidad. Y pudiendo perfectamente dejarla condenarse sola, por amor a ella, la pareja que por el Creador le fue dada, la recibe cálidamente en sus brazos, y decide  sellar su sentencia junto a la de Eva, comiendo del fruto también.

[…] y me dispongo
A sufrir igual sentencia: si la muerte
Te acompaña, la muerte para mi
Será como la vida; con tal fuerza
Siento en mi corazón el natural
Lazo que me atrae hacia lo mío,
Lo mío que hay en ti, pues tú eres mía;
Nuestro estado no puede seccionarse;
Nosotros somos una sola carne;
Y perderte es lo mismo que perderme.[8]

Una desobedece, con su principal cualidad vuelta en su contra al ser usada en favor de Satán; el otro, para no dejar a su pareja sola en la adversidad sin remedio, transgrede por amor la disposición de Dios.

Caída

El Paraíso perdido toma vuelo con imágenes terriblemente lastimeras. Satán y sus millardos de seguidores, tras haber caído nueve días consecutivos hacia las fauces del Infierno, con las armaduras abolladas, los rostros demacrados y  los restos de fulgor glorioso tornándose a gris lentamente, pintan un cuadro que raya en el patetismo. Su rebelión ha sido castigada con cenizas y fuego, oscuridad y lamento. ¿Qué más desgarrador puede existir para un ángel caído que el recuerdo de la luz en medio de la resignación del vencido, que pese a todo, arde en deseos de venganza? Como el pabilo de una vela que se extingue discretamente, así Satán y su mesnada en el Infierno pierden el brillo angelical, mientras tuercen el gesto, queriendo contener y disimular su dolor, al pisar el suelo hirviente de su nueva morada. La miseria les rodea. Nada de lo que fueron volverán a ser jamás, e incluso, de llegarles el remordimiento,  para arrepentidos agenciarse el perdón Divino, no lo conseguirán, condenados han sido para siempre.

El último resabio angelical en Satán, se evapora para siempre de él, cuando su naturaleza ahora vil, se reafirma sobre el dorado embeleso que la belleza de Eva por momentos le provocó, instantes antes de inducirla a la desobediencia:

Más suave y femenina, su graciosa
Inocencia, el aire de sus gestos
Y el de sus más mínimas acciones                          [460]
Aplacaron su malicia, y con un rapto
Dulce despojaron su fiereza
De todas sus perversas intenciones.
El príncipe del mal se encuentra un tiempo
Abstraído de su propia maldad
Y permanece neciamente bueno,
Desarmado de enemistad, de insidia,
De odio, de envidia y de venganza;
Más el infierno abrasador que siempre
En él arde, aun en medio del Cielo,
Pronto acabó con su deleite […][9]

Uno fue el castigo por sublevarse contra Dios, perpetrando la paz del Cielo, y otro la sanción por creer torpemente que arrastrando a Adán y Eva fuera del Edén por intervención suya, triunfaría sobre Dios. A su vuelta al Infierno, arengando victorioso frente a todo el pandemonio, sólo una ola de silbidos reptiles recibió en lugar de una oración: él y su camada son condenados a convertirse en serpientes cada cierto tiempo.

Adán y Eva pierden el Paraíso de modo más amable. El Hijo en persona, acude a presentarles su condena: ella sufrirá dolores de parto, él para ganarse el pan deberá de trabajar la tierra, ambos pierden su lugar en el Paraíso. Desconsolados, reciben una confortación que Satán jamás obtuvo. Miguel le muestra y narra a Adán[10] lo que acontecerá con toda su progenie hasta la llegada del Mesías, y concluido ese trabajo que había sido encomendado por Dios, se despide de ellos, y les lleva fuera del Paraíso, quedando así oficializada su caída:

[…] el Ángel diligente
De la mano cogió a nuestros padres
Que lentos caminaban, y llevólos
Directamente a la puerta oriental,
Y risco abajo con toda presteza
Hasta el llano que a su pie yacía,
Y desapareció. Ellos volvieron
Su mirada hacia el Este del Paraíso,
Y contemplaron la que había sido
Hasta entonces su morada feliz,

[…]
El mundo se extendía frente a ellos
Para escoger su mansión de reposo
Mientras la providencia era su guía.
Cogidos de la mano y con paso
Incierto y tardo, a través del Edén
Emprenden su solitario camino.[11]

Ahora bien, si estaba en el conocimiento de Dios lo que sucedería ¿por qué permite que ocurra? La naturaleza eterna del Omnipotente, alarga todo en un presente continuo en el que no parece haber ni antes ni después. Además, incurrir en cualquier tipo de intento para evitar la desobediencia de sirvientes y creaciones, equivaldría a una violación del libre albedrío que le fue concedido a cada uno. Aunque Adán y Eva hayan sido advertidos, las palabras de Rafael no colocaron cadenas sobre sus decisiones. Una concepción moderna podría aventurar que la libertad no es existente frente a una gama tan ambivalente y escasa de opciones. Mas en términos de la ficción miltoniana (punto y aparte del Génesis) todos conservan su libertad, la usan para decidir, y siempre (bajo distintos motivos) deciden incidir en la desobediencia, desencadenando así, su irreparable caída. 

 

[1] John Milton, El Paraíso perdido, Cátedra, Madrid, 2009, Libro IX, p. 379.

[2] Cfr: Ibíd., Prólogo, pp. 21-27.

[3] Ibíd., Libro VI, p. 248.

[4] Ibíd., Libro VI, p. 244.

[5] Su nombre significa “Siervo de Dios”. Tengo la teoría de que en la ficción miltoniana funciona como un móvil que ofrece a Satán la oportunidad de reivindicarse a tiempo.

[6] En términos universales. Dentro de la ficción miltoniana es humanizado a grado tal que consigue ganarse la empatía.

[7] Ibíd., Libro IX, pp. 383-384.

[8] Ibíd., Libro IX, pp. 388-389.

[9] Ibíd., Libro IX, pp. 370-371

[10] Sólo a Adán. A Eva que cae dormida le conforta con “sueños placenteros.” No creo que sean equiparables.

[11] Ibíd., Libro XII, p. 508.