Es lo Cotidiano

¿Tachas?

 

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Camus se encuentra dentro del círculo de amistades de los Sartre. Es la época en que triunfa Sain Germain-des-Prés, la época del existencialismo, de los cafés de Flore y Deux Magots y de los brasserie Lipp, la época de las caves de jazz donde canta Juliette Greco y toca la trompeta Boris Vian (en el semanario sensacionalista Samedi soir apareció una foto de Juliette Greco y Roger Vadim cuyo pie se refería a ambos “intercambiando ideas deprimentes a la entrada de una cave existencialista”), donde se realizan las tertulias infinitas en las que aparecen Camus, Koestler, Manes Sperber, los Sartre o jóvenes como Merleau Ponty, Romain Gary y Jean Cau, también un joven argelino, Jean Daniel —futuro director del prestigioso Nouvel Observateur—, acompaña a Camus en sus correrías y le profesa sincera admiración.

Los Camus pasan dificultades económicas. Han estado viviendo fuera de París, lo que dificulta el trabajo de Albert, tanto por Gallimard como por Combat, y acaban instalándose provisionalmente en el piso de Michel Gallimard con los mellizos. Por aquel entonces Camus comienza dirigir en Gallimard una nueva colección titulada “Espoir”. El primer título es L’Asphyxie, de Violet Leduc; publicará también un texto que le impresiona vivamente: L’enracinement de Simone Weil; publica René Char, de quien se haría amigo íntimo, y también a Brice Parain.

Entretanto vuelven a vivir fuera de París; una de las casas que les prestan es la de la madre de Michel Gallimard en Les Brefs, Vendée. Hacia septiembre del 46, Camus vuelve a París con el manuscrito de La peste terminado. Antes había pasado por Lourmarin, en Provenza, para un encuentro con Jules Roy, invitados por Henri Bosco, que residía allí. Hay un texto en el que habla del lugar: “Enorme silencio, el ciprés cuyo extremo se cimbrea en el fondo de mi cansancio. Tierras solemnes y austeras —pese a su emocionante belleza—. Al parecer le gusta realmente Lourmarin. El tiempo hará de este lugar un símbolo en su vida.

En el otoño del 46, Camus viaja a Estados Unidos y Canadá y a su vuelta encuentra cambios en Combat que no le gustan. En primer lugar, la unidad de acción procedente de la Resistencia se ha fraccionado ahora en grupos con intereses distintos. Lo mismo sucede con las personas; Camus no congenia bien ni con Raymond Aron ni con Albert Ollivier. Por otra parte, ni le produce entusiasmo alguno Estados Unidos ni está dispuesto a ceder ante la línea estalinista del partido comunista, ni le convence el nacionalismo gaullista. Simone de Beauvoir piensa que está favoreciendo en realidad al partido socialista, al que considera pequeño burgués… En fin, del 19 al 30 de 1946, Camus publicará en Combat una puesta al día de sus planteamientos políticos y morales bajo el título “Ni víctimas ni verdugos”.

El siguiente es el año de La peste. Se publicó en el mes de junio de 1947 y coincidió con el abandono por parte de Camus del diario Combat, que pasa a las manos de un antiguo fundador apoyado por un banquero. Para Combat —que, de todos modos, tenía seras dificultades económicas— será el principio del fin. Sin embargo, la coincidencia en fechas de estos dos acontecimientos parece dar un nuevo giro a la vida de Camus.

De La peste se tiraron en primera edición veintidós mil ejemplares, que era una tirada alta, pero el público la agotó de inmediato y a finales de año ya había vendido más de cien mil ejemplares. Además obtuvo el Premio de los Críticos. Pronto se retiro Camus de nuevo a Le Panelier con su familia y allí estuvo trabajando en la ordenación de su obra, la escrita y por escribir. 

José María Guelbenzu

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No cabe duda de que 1947 fue un año en que la sociedad culta y los medios profesionales de la ciudad de París denotaron una sorprendente falta de olfato y una insensibilidad pasmosa. La guerra estaba muy reciente y debe recordarse a favor de aquellos insensibles que toda posguerra genera el convencimiento de que una nueva era ha comenzado. Esta predisposición mesiánica suele equivocar en cuanto a los signos premonitorios de los nuevos tiempos. Por lo pronto en este año IX después de La Náusea se publican Murphy, de Samuel Beckett, El otoño en Pekín y La espuma de los días (¡qué doblete…!) de Boris Vian.

Un obscuro secretario (de James Joyce) decide afrancesarse y consigue publicar, Cehz Bordas, una novela que ya había sido editada nueve años atrás en Londres y cuya edición casi íntegra fue pasto de las bombas alemanas. De Murphy, primera novela francesa de Beckett, se venden en este año de 1947 dos docesnas de ejemplares y menos de cien unidades hasta 1951, fecha de aparición de Molloy. Lo relevante es que Murphy no suscitó ni una reseña crítica. Ahora bien —por los cuentos de hadas sabemos que sucede—, veintidós años más tarde —que suele ser lo que tarda el Príncipe en encontrar el pie de Blancanieves—, en 1969, Samuel Beckett recibe el Premio Nobel de Literatura y en unos años en que los su ecos del Nobel no habiendo descubierto todavía el refinado truco de premiar a estonios que escriben en arameo medieval, coronaban preferentemente a escritores de fama establecida.

—Y ¿qué?

Las Edicions du Scorpion (que tampoco eran un imperio editorial exactamente) publican la primera edición de El otoño en Pekín (¡condenación!, ni siquiera con ese título se percataron…) a puro riesgo y ventura, que fue mínima, pero no tan poca en comparación con otras novelas de Boris Vian, pues ésta alcanzaría una segunda edición al cuidado de Editions de Minuit en 1956.

—Permita una precisión. Esta segunda edición de El otoño en Pekín apenas aporta variaciones sustanciales con respecto a la primera de 1947, aunque sí muy interesantes, pero imposibles, presumo, de comentar en su prólogo. Ha sido esta edición que el autor revisó cuidadosamente la que ha servido para esta traducción al castellano.

Antes de 1947 Vian había publicado ya Vercoquin y El plancton y, bajo el pseudónimo de John Sullivan, una maravillosa novela negra, Escupiré sobre vuestras tumbas. Aún publicaría dos novelas más, la última estremecedora: La hierba roja y El arrancacorazones. Un libro de relatos, Las hormigas, y otra recopilación hecha por su viuda, El lobo-hombre, inidica que a falta de críticos y lectores a Vian no le faltaron relaciones y amistades en las revistas, por lo general minoritarias, aunque también publicó en alguna del fuste de Combat  o de Les Temps Modernes, cuyo famosísimo director no era otro que el Partre de La espuma de los días. Consta la fascinación que la literatura de Vian causó a Raymond Queneau, lo que no resulta extraño, si bien, como veremos, no faltó alguna curiosa incomprensión.

Juan García Hortelano