Es lo Cotidiano

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO

1956. 3 de enero (martes)

Tomás Segovia

1956. 3 de enero (martes)

Anoche a las 4 de la mañana llegamos de Culiacán. Treinta y dos horas seguidas de autobús. Ahora me siento raro en México. Viniendo hacia el café me parecía que había estado ausente muchos años. Miraba a mi alrededor a ver si descubría cambios visibles, pero todo sigue igual de feo.

Creo que me gustó la estancia en Culiacán, salvo por la inactividad. Otra de las cosas por las que es imposible trabajar en un sitio así (no sé si toda la provincia es igual) es porque la soledad no existe. Ahora, aquí en el café, me siento por primera vez desde que salí a solas conmigo mismo. En la provincia yo tendría que hacerme misántropo; sólo un cambio brusco y algo terrible podría salvarme de la tendencia que tengo a complacer a las gentes que esperan que yo sea de tal o cual manera. Esta tendencia será destructiva en la provincia, puesto que les es imposible esperar de uno lo que verdaderamente deberían esperar.

Del viaje tengo poco qué decir. Hay un trozo por Michoacán que es muy bonito: terrenos verdes, cultivados, bosquecillos de guamúchiles, y también de coníferas. Los pueblos son como yo únicamente puedo imaginar un pueblo: con techos de teja roja de dos vertientes y paredes encaladas, todas las casas iguales con pequeñas variantes que llegan a ser sutiles. En cambio los pueblos que uno ve habitualmente por las carreteras con gasolineras y casas de cemento sin estilo ni calor no me parecen pueblo sino ciudades raquíticas, atrofiadas. En Guadalajara el autobús no entró por el centro, sino que nos dio sólo una vuelta por la periferia. Están tirando todo y convirtiendo la ciudad en una de las más pedantes que se pueda uno imaginar, de un infatuado mal gusto que da verdadero asco. A Mazatlán llegamos de noche y apenas nos paramosunos minutos., el tiempo justo de atravesar la calle para ir a ver el mar. Hacía poco ruido, pero de todas formas me di cuenta entonces de que en Altata y en el Tambor no hacía ninguno. En cambio, desde las tierras de Eldorado se oían de lejos los de las olas, aunque no se veía el mar. Creo que prefiero el Atlántico, aunque parece ser que con el Pacífico no he tenido suerte. Altata es feo, pero me pareció atractivo el tipo de ida que: nada turístico, algunas casas o más bien barracas donde van en veraneo las familias, las mismas que se ven a diario en Culiacán. Debe de ser un poco parecido al estilo de Pinto cuando nosotros íbamos allí a veranear. En invierno las casas estaban cerradas y los pescadores se aburren plácidamente en la minúscula área que ocupan. Debe de ser bonito el mar desde el otro lado de la islita que cierra la bahía. El Tambor me hizo sentir el mar de un modo que casi había olvidado. Recordé el Cantábrico y también algunos días en nublados de Casablanca. Pero aquí casi no se mueve y hay sol. Sin embargo, el color gris sucio, turbio y el viento áspero, testarudo, que sopla con una fuerza amplia y sin interrupción, metiéndose en los huesos poco a poco, me pareció síntoma de un mar honrado, de hermosura rusa, que me gustó.