sábado. 20.04.2024
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EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Camino al naturalismo

Gerardo Ávalos

Camino al naturalismo

Fuera del cobijo de un protector o mecenas, el escritor, el poeta no era un sujeto valorado dentro del mundo aristocrático, por el contrario, era visto con animadversión, estaba totalmente estigmatizado, no significaba orgullo alguno para las buenas familias tener un artista en casa o aceptar a uno en su círculo social. No es sino hasta mediados del siglo XVIII, en que el artista y el escritor comenzaron a ser revalorados por parte de la pujante sociedad burguesa. Cien años después en la literatura del siglo XIX comienzan a desfilar los artistas como personajes principales de muchas novelas; entonces el poeta y el novelista ya no firmaban con pseudónimo, sino que, seguros de sí mismos, se vanagloriaban de ser distinguidos como poeta, escritor, artista.

Una vez que el artista adquiere dignidad propia, que su estatus entre los hombres es como el del sacerdote entre los fieles, la relación de éste con el público y en concreto con los lectores se modificó. El gusto tuvo algunas variaciones en cuanto a la postura del escritor, pues había quienes preocupados por quedar bien y no salir del agrado de los lectores eran condescendientes con su opinión y estaban al pendiente de la misma, mientras que otros se daban el lujo de reprocharles por ejemplo su “mal gusto” y su incultura; este último tipo de escritor únicamente toma en cuenta la opinión de un tipo de lector ideal, aquel que refleja el gusto propio y su convicción.

El lema de “el arte por el arte” propagado por artistas y escritores convencidos de que lo estético era un eje rector en el mundo de la creación, produjo cierto revuelo en la sociedad europea; este movimiento esteta surgido en Francia de donde se extendió a otros países como Alemania e Inglaterra, provocó en el siglo XIX una separación más o menos tajante entre autor y público, en donde el primero se instalaba en un bosque sagrado (el del dominio de la experiencia estética) territorio que el segundo no podía ni siquiera comprender, ya no digamos internarse en él. No obstante esa separación no significaba necesariamente una renuncia a la popularidad, era más bien al contrario, gracias a dicho distanciamiento, el artista podía lograr más fama y admiración; el contacto entre público y escritor se mantuvo de manera indirecta, y el instrumento fue el crítico, pero no cualquier crítico, sino aquel que, bajo la anuencia de la élite sagrada de los artistas, estaba más o menos familiarizado o era iniciado por decirlo de algún modo, en ese terreno estético y particular del conocimiento creador.

Pero, ese estrecho que de alguna u otra manera separó al lector y al autor ya mencionado arriba, fue más abismal con la llegada del naturalismo. Para Schücking tal acontecimiento representó la mayor transformación del gusto en los últimos cien años de la historia literaria; fue para él toda una “onda sociológica del gusto”, prácticamente toda una sacudida de orden sísmico, a partir de la cual han procedido todos los fenómenos posteriores sobre el tema. Y es que resulta lógico admitir la pugna en la que el gusto literario había entrado y entra hasta la fecha, siempre habrá simpatizantes de las buenas costumbres y el confort apoyados en el buen gusto y los ideales “románticos” de lo bello, lo bueno, lo deseable, el deber ser, el que bueno fuera, etc., frente a quienes desean tener los pies bien apoyados en tierra, ver las cosas como son por más crudas y malas que sean en lugar de la utópica evasión de lo que no gusta; quienes prefieren que el arte no esconda sino que muestre, que no tome partido ni sea moralista ni que sirva de buen ejemplo, y en ello hay mucho de la idea del arte por el arte.