miércoles. 24.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO

Cinco notas (contradicciones) sobre la política cultural en el sexenio 2000-2006

Alejandro García

Cinco notas (contradicciones) sobre la política cultural en el sexenio 2000-2006

Mientras más poder tiene la autoridad, menos necesita de la fuerza, o bien que la disminución de autoridad exige un uso más grande de la fuerza, entonces se tendrán prácticas diferentes según que ellas incidan más sobre el registro de la autoridad o sobre el de la fuerza. Esta distinción es fundamental cuando se trata de prácticas que se desarrollan en el campo constituido por la producción y circulación del saber y que en consecuencia parecen someter a prueba, en el poder, su aspecto de autoridad.
Michel de Certeau

I

Tenemos que partir de una primera contradicción que atraviesa el mundo de la cultura: por un lado su independencia. A partir del siglo XVIII las búsquedas humanas han intentado la forja de nuevos campos que escapen a la supeditación omnipresente de los poderes y de otros saberes. El arte ha dado una lucha para emanciparse del poder divino (la religión y sus instituciones) y del poder público (el aparato gubernamental y sus órganos de coptación), de esta manera ha podido mantener una crítica contra los obstáculos para lograr los grandes principios de la Modernidad. Al mismo tiempo ha marcado saludable distancia con respecto a la filosofía, a la economia, a la política, a la sociología, a la psicología y junto con ellas ha establecido un amplio campo de lo cultural. 

Esto ha permitido que escritores, artistas plásticos, músicos, cineastas y artistas y los que sobre esas artes teorizan tengan una labor en donde las reglas propias de su actividad sean las predominantes a la hora de su inserción en el campo; pero a la vez tengan que establecer trato con el campo productivo del espacio en que operan. El caso del cineasta es más claro: por un lado puede tener las pretensiones artísticas de un Visconti, un Bergman o un Buñuel, por otro lado tiene que operar dentro de un industria que mueve mercancías y que obedece a intereses no siempre coincidentes con las reglas del arte, a merced de la cabalgante obsolescencia y que además está siempre vigilado por los poderes: si disgusta a los que se pretenden dueños de las almas, eso tiene consecuencias; si molesta a los vigilantes de los cuerpos, también genera reacciones.

La experiencia del siglo pasado nos lleva a un final de milenio en el que el sistema capitalista parece levantarse como el menos malo de los sistemas en cuanto al respeto a esa independencia. Los llamados países socialistas pusieron por encima de todo el bien común, que llegó a confundirse con el bien del Estado, y se maniató la libertad por Razones de Estado. No están exentos de problemas los países capitalistas, tampoco están ausentes las mencionadas Razones de Estado, pero las democracias europeas han generado condiciones para que el campo artístico y/o cultural funcionen. Los Estados Unidos, precisamente por su multifuncionalidad, permiten una amplia gama de producciones artísticas y culturales que por lo menos son dignas de estudiarse y que a veces contradicen su vocación de policía del mundo.

En el caso de los países subdesarrollados el proceso de independencia ha sido marcado por la presencia del Estado. Una buena cantidad de artistas del siglo XIX se mantuvo por sus cargos públicos ya en el poder ejecutivo, ya en el legislativo. Durante el siglo XX hubo movimientos que generaron una puesta al día de los artistas y que llegaron hacer propuestas más allá de lo nacional. Esto es, alcanzaron la independencia que en otros espacios se había logrado con anterioridad. En la literatura menciono a Octavio Paz y a Carlos Fuentes. Mas estos casos han sido excepción, que no regla. El campo no ha madurado uniformemente y el Estado ha seguido ejerciendo su labor de Ogro Filantrópico.

Comenzamos pues el nuevo siglo inmersos en esta agravada contradicción: independencia necesaria de la cultura, urgencia de ejercicio crítico y reflexivo ante los acontecimientos del mundo, pero dependencia con respecto al poder del gobierno, vía dependencias del poder ejecutivo, ante la ausencia o debilidad de una infraestructura empresarial dedicada la cultura.

 

II

¿Y yo por qué?
Fox

El hecho de que el campo de la cultura forje su independencia no quiere decir que el Estado sea ajeno a ella. A menudo hacemos sinónimos gobierno y Estado. El Estado debe velar por la cultura porque es una expresión de la sociedad, es una de sus caras, es su conciencia, es una de las muestras de la evolución y de los posibles triunfos frente al instinto y debe velar porque el gobierno no ejerza  mecanismos ni de censura ni de punición cuando una parte de los campos de la actividad humana no le sean favorables o ejerzan crítica cuando los actores se convierten en pretensos dueños de la historia y del destino del género. De donde se concluye que hay necesidad de una política de Estado en materia de cultura.

La llegada al poder de Vicente Fox en el año 2000 estuvo acompañada de un entusiasmo por parte de los sectores intelectuales de nuestro país. El llamado voto útil fue el mayor argumento. Había que sacar al PRI de los Pinos. Pocas voces se han alzado para reclamar al que bien visto parece confundir al país con la administración de su rancho. El carisma indudable de Fox y su carácter mediático más de candidato que de Presidente ha impedido en muchos momentos un análisis profundo de sus limitaciones.

Cuando era Gobernador de Guanajuato era común que Fox preguntara a la encargada de Becas a artistas guanajuatenses: ¿a ver, a ver, ya repartimos dinero, mucho dinero, ya puedes estar contenta, ahora me vas a decir para qué sirve, qué vamos a obtener? Más allá de lo anecdótico, esto refleja la limitada altura de quien pocos años después fue elegido Jefe de Estado y quien ya en ejercicio ha demostró con creces su incultura y su poco respeto por ésta o por delegar su política en alguien capacitado y sensible.

La llamada búsqueda escrupulosa de grandes cabezas terminó en la elección de una mujer que ni se distinguió ni se distingue por sus prendas intelectuales ni por la altura de sus propuestas. Sería la encargada de dirigir la cultura durante el sexenio. En síntesis, durante este sexenio poco debate hubo en torno a delinear una política propia que distinguiera al menos al aparato de gobierno, como pieza de cambio, no ya a nuestro país con respecto a los otros o que propusiera nuevas pautas dentro del arte y la cultura contemporáneos.

Se vivió una política de continuismo, aprovechando la infraestructura material del régimen anterior. A lo más que se ha llegó fue a una limpia administrativa, que a menudo linda con la vigilancia casi policíaca de recursos a becarios. A esta pequeñez de recursos propios de la administración tendremos que agregar la gran contradicción de fondo: a una tendencia del régimen a la globalización y a la libre competencia, oponemos su carácter payo y limitado, de pocos horizontes. Nunca se discutió la labor del gobierno para subsanar o elevar el nivel de la contradicción ya señalada.

Esto es, más que hacer una nueva versión del populismo en que los recursos se entregan en la mano como si se estuviera frente a la tienda de raya, había que modificar condiciones en que la cultura fuera competitiva en el mercado nacional e internacional y no una tiendita de abarrotes de pequeño contribuyente que sólo en casos muy señalados y ajenos a la realidad nacional se supera. No se crearon rieles que canalizaran los productos culturales para ponerlos a competir. La actividad se limitó a repartir recursos para producir obra y la reacción frente a la obra fue siempre o de indiferencia o de resentimiento frente a lo que se consideraba un agravio o un mal agradecimiento en clara confirmación de que la cabeza se creía dueña del rancho y de sus almas.

Esta ausencia de reflexión es muy importante, porque si algo se hizo durante los regímenes posteriores a la lucha armada fue un continuo vaivén entre el papel protector del gobierno y entre las críticas de la sociedad civil y no fue irrelevante el apoyo del gobierno a movimientos como el muralismo mexicano.

Si se había dado un salto cualitativo en la democracia mexicana, llámesele nacimiento, consolidación, replanteamiento, tenía que haberse dado un nuevo planteamiento en torno a la cultura si asumimos que allí está el motor intelectual de una sociedad. Esto no se dio.

III

Voy a terminar con una frase de la escritora Rabinagrand Tagora
Marta Sahagún

 

Una tercera contradicción se encuentra en la división entre la cultura de élites y cultura de masas. La administración, acompañada por las instituciones estatales, plagó de festivales el país. Nuestro territorio se encuentra barnizado de manifestaciones cultas. Se trata del viejo adagio de dar más circo al pueblo, no de subirlo a la altura del arte. Allí están los eventos para llenar informes con miles de asistentes, allí están las más refinadas manifestaciones del arte combinadas con las canciones de la intérprete de moda o con el cantautor de protesta más activo para que las degusten los pobres. Sin embargo, el acceso a la cultura es ilusión y lo es porque no se han modificado las condiciones de decodificación de la mayoría de los mexicanos. Los bajos índices en la lectura y en la comprensión de ella son un simple referente que señala la punta del iceberg. La universalidad se roza con la chusma en las plazas, se produce el milagro, la catarsis y la liberación.

Todo estaría bien si este problema de lectura no nos sacara automáticamente de la competitividad globalizada que se pretende. Es curioso, pero esta misma aparente mezcla venturosa de cultura de élites y popular ha tenido un buen combustible en la familia presidencial. La Primera Dama, el Primer Caballero, los hijos, los ex cónyuges se han convertido en los héroes de la literatura de quiosco, en abierta bofetada a la literatura de Carlos Fuentes o del Crack. El siempre candidato defiende a su prole y da la nota de ocho columnas para el siguiente día. No se leen los libros por millones de mexicanos, pero la televisión y la radio nos los cuentan y agregan lo que no se puede saber mediante la lectura y el chisme se convierte en fuerte empresa cultural.

A esto habría que agregar la carencia de una política con respecto a la cultura popular y a las culturas marginales. La encargada de las etnias fue más famosa por su florilegio verbal y por sus apuestas, atuendo folclóricos y posturas bufonescas que por su labor a favor de los indios y fue más importante el fastuoso concierto de Elton John en Chapultepec que la atención a los productos culturales de las minorías. El DIF y Vamos México vineron a sustituir a CONACULTA y a organismos de atención a la clase pobre y la moralina se ha antepuesto a todo nuevo criterio de valoración a los grupos sociales.

IV

Algún día del sexenio referido llegó a la Unidad Académica de Letras de la UAZ un lote de 84 libros. La característica común de todos ellos era la de ser coediciones de editoriales comerciales, de mediano a bajo impacto, con CONACULTA. Allí encontramos proyectos apoyados para realizar obra de poesía, narrativa, ensayo, traducción, teatro, títeres. Además de agradecer el envío, que mucho apreciamos, no dejamos de señalar el problema de esa producción artística. Era obvio que CONACULTA aportaba los recursos para que las obras tuvieran la posibilidad de circular en una amplio mercado. Sin embargo, el hecho de quedarse con la mitad de los ejemplares regresaba al problema concreto: ¿A dónde irán a parar? ¿Cómo van a competir con los libros de editoriales comerciales que no coediten? ¿Cómo van a competir entre el catálogo de producciones de las editoriales y éstas que son coediciones?

El problema, como suele suceder, ya estaba y está en un grado de complejidad muy alto. Resulta que mientras las editoriales se habían trasnacionalizado, aquí se siguió con la práctica del changarro. Nuevamente se nos condenó a una competencia muy desigual. Frente a Random House que absorbió las legendarias Grijalbo, Sudamericana, Hermes, Mondadori, Crítica, o frente a Tusquets, Alfaguara o a Planeta, aún se continuaba con la idea de una competencia placera. Esto es, mientras en los lemas se nos mostraba una nación capaz de competir con quien se le pusiera enfrente, en los hechos las realidades nos mandaban a tiempos anteriores a la revolución cibernética. Y esto por el estilo en la mayoría de las empresas culturales.

Desde hace tiempo lo vengo planteando. En lugar de subsidiar ediciones o de dar respiración artificial a editoriales que son rémoras de acuerdo al nado gubernamental, bien se podría alentar la instauración de una o dos grandes editoriales regionalizadas. Pensemos en dos ciudades, una del norte y una del sur, en donde se pueda llevar a cabo esta labor de edición de autores de la zona junto a traducciones de otros ámbitos. Suena grosero, pero un primer modelo sería el Fondo de Cultura Económica. Sin embargo, en este ambiente de desprendimiento de la empresas estatales tal labor se ve imposible y no se contempla a un empresario o grupo de empresarios que pueda llevar a cabo tamaña empresa que contribuiría a la descentralización más auténtica y natural.

 

V

Concordante con su política de descentralización, proliferaron por el país las Secretarías y los Institutos de Cultura. Para el gobierno se vivió una jauja cultural. Sin embargo, las decisiones importantes y las empresas torales se encuentraban en la capital del país. Han mandado a los estados a la guerra con fusiles de madera o para manejar las migajas que de la mesa del centro se desprendan. Vivimos entonces una descentralización centralizada y dos niveles de cultura: la de la capital y la regional, adjetivos que consagran y ofenden respectivamente.

El espacio regional maneja recursos que fragua talentos y genera una masa a veces acrítica, en donde se combina el exceso de recursos con el agotamiento de los postulantes naturales. Es común el hecho de que las becas a artistas con trayectoria se agotan en cuanto a quienes llenan los requisitos. Esto da espacio para que se cubran de acuerdo a los intereses del funcionario en turno para que no quede sin ejercerse el presupuesto.

Hay comunicación entre los estados, pero éstos no desemboca en acciones profundas que provoquen un cambio de situación. Esto es la creación de redes de producción, distribución y consumo de los productos culturales, redes que deben funcionar local, regional, nacional e internacionalmente para tener una presencia como cultura sin adjetivos.

En el país hay autores, editoriales, empresas que viven del estado: becas, proyectos, apoyos, publicidad. Sin embargo, durante el sexenio foxista se dejó a la inercia el estado de la cultura, a la aventura, al ingenio individual, al poder de los institutos y no se ejerció una política desde el gobierno, una política que fuera digna, emprendedora, distintiva, y se ha optó por la política del avestruz.

Es difícil plantear una independencia o una libertad plena de culpa. Tampoco se trata de encontrar chivos expiatorios. Fue el estado de cosas imperantes y el momento de extravío cuando se esperaba el giro cualitativo.

El gobierno extiende sus ramas y cobija, seduce, publica, homenajea. Planteo una nueva paradoja estar en el Sistema Nacional de Creadores se convierte en marca de independencia. Ahora que el otro tiene que integrarse claramente a empresas estatales o proyectos alentados por el aparato gubernamental, ya que las alternativas son pocas. Entonces, el gobierno ejerce la doble pinza, el chantaje total, porque otorga un recurso al artista, lo que legitima a dicho gobierno como preocupado por el arte y al artista le permite “pensar con libertad” y preocuparse por el poder que es tan malo que pervierte a los otros artistas al depender del gobierno. Así sólo se simplifican los problemas, se perpetúa el canibalismo y se salva el gobierno que tira la piedra y esconde la mano.

Cualquier parecido con la realidad actual es mera obsesión.