Es lo Cotidiano

Discutamos con él

Violana Hernández

Discutamos con él

 

Cuando fui niña, descubrí la poesía de muchas maneras, algunas que no pocos considerarán equivocadas, porque caí en la trampa de “si rima, es poesía”. A la distancia puedo concluir que estaba medio perdida, pero tratando de encontrarme me topé con títulos como “101 poesías para niños" o “El declamador sin maestro” en la biblioteca de mi padre. Me gustaba leer en voz alta y mi papá, que en sus mocedades obtuvo el segundo lugar de un concurso nacional de oratoria -superado sólo por otro concursante llamado Porfirio Muñoz Ledo-, se entusiasmaba con mi entusiasmo, me ensayaba para quitar el sonsonete escolar de mis lecturas y me mostraba otros poemas de autores que a él le gustaban: Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández. El nombre de Octavio Paz llegó más tarde, cuando mi padre ya había muerto.

Aunque no mucho después, cuando cruzaba las turbulentas aguas de la adolescencia, tuve el honor de tener como maestro a un poeta que dándose cuenta de mi afición por la poesía, me abrió la ventana para dejar entrar la luz de Xavier Villaurrutia, Rubén Bonifaz Nuño, Salvador Novo y, su favorito por sobre todos los demás, Octavio Paz.

Fue todo un descubrimiento leer un poema como “Vuelta”, conocer los topoemas, Blanco… pronto, muy pronto, me dediqué a leer sólo a Octavio Paz, y no sólo poesía, sino sus clarividentes ensayos también.

Mi maestro poeta también murió prematuramente, dejándome con una segunda y muy dolorosa orfandad; leer a Paz me permitió seguir teniéndolo cerca. Ya en la universidad, un profesor nos pidió como trabajo semestral un ensayo sobre algún pensador mexicano. Propuso algunos nombres y yo elegí a uno que no estaba en la lista de propuestas, pero a quien sentía conocer mejor: Octavio Paz.

Sucedió que el profesor detestaba al ensayista mexicano y me insistió en que eligiera a otro. Yo no quise, pero supuse que esto me traería graves problemas con la calificación final, por lo que me propuse hacer algo magnífico.

No logré la magnificencia, pero sí maravillarme todos los días por el discurso impecable del ensayista mexicano, y también entendí a quienes detestaban —detestan— al poeta. Entendí su posición, pero sigo considerando que están en un error de juicio. En efecto, Octavio Paz tuvo este matrimonio que muchos nunca le perdonaron, con el PRI y con la televisión privada, pero su vida fue mucho más que eso. Me pregunto por qué a la hora de sacar a colación estos eslabones de su historia personal, no recuerdan episodios tan puntuales y ciertos como cuando siendo diplomático en París, viajó a Cannes para defender a Buñuel cuando el gobierno mexicano no quería que Los Olvidados formara parte del programa oficial de México, bajo el argumento de que Buñuel no nos representaba. Paz también apoyó al argentino Arnaldo Orfila cuando lo expulsaron del Fondo de Cultura por publicar Los Hijos de Sánchez. Fue el único funcionario público de peso que renunció al gobierno de Díaz Ordaz por la matanza del 2 de octubre. Renunció a Plural, la revista que era su cómoda casa y que hacía desde Excelsior, cuando Luis Echeverría organizó un complot en la cooperativa, tras lo cual salió expulsado Julio Scherer.

Cualquiera de estos momentos muestra a un hombre con posiciones firmes, sin relación con los adjetivos que se suelen atribuir a Paz, de conservador y acomodaticio. Nada más alejado de la realidad; sólo que es muy cómodo calificarlo para no discutir con él a través de su obra.

Octavio Paz es un poeta duro, crítico, iconoclasta, subversivo, incómodo, polémico, sorprendente y lleno de vitalidad.

Octavio Paz no deja a nadie en paz frente a su obra, y a eso debemos sacar de provecho en este aniversario. Huyamos de quienes intentan canonizarlo, pero también de quienes lo descalifican sin conocerlo.

Volvamos los ojos a su obra; permitámonos discutir directamente con él y no con lo que de él se dice.