Es lo Cotidiano

No te amo ni te odio, prefiero leerte

Federico Urtaza

No te amo ni te odio, prefiero leerte

Con la edad de la razón me convertí formalmente en lector de libros. Antes era sólo un niño que leía todo lo que encontraba a mano (o debo decir a ojos). Luego seguía haciendo lo mismo, pero haberme iniciado, gracias al regalo muy especial que me hizo mi abuela, con la obra de Verne, me encaminó a la prosa y la poesía en mi caso se limitaba al poema de Lorca a Ignacio Sánchez Mejías —¿para qué más?

A los dieciocho años, con la mayoría de edad me llegó el descubrimiento de Rulfo, Fuentes y Paz. Había salido de León y cursaba un año de prepa en Chihuahua (un experimento pedagógico de los jesuitas con las monjas del Sagrado Corazón), que no sé si me educó bien, pero sí me queda claro que mi curiosidad intelectual despertó agitada, buscando por todos lados signos de vida inteligente en este planeta.

Cerca de mi casa había un súper, Futurama, que era el paradigma de centro comercial de la época en esa ciudad. Vaya, hasta había un sección de libros y debo decir que estaba bastante bien surtida.

Casi de seguidito leí El laberinto de la soledad (que el dependiente de una librería/papelería del centro se empeñaba en confundir con El pozo de la soledad) y Aura (tardé en reponerme, yo había escrito un cuento que era casi —eso me pareció— el de Fuentes aunque años después, al leer “ La cena” de Alfonso Reyes, comprendí que no son tantas las historias que ruedan de autor a autor).

Paz y Fuentes me deslumbraron; Rulfo me conmovió.

En esa luminosidad que señalaba la salida del túnel (bastante largo) de mi ignorancia había algo entre promesa y amenaza: si una epifanía te cambia la vida, la iluminación te puede conducir a la manía irrefrenable de leerlo y querer entenderlo todo.

Me entregué a la manía y empecé a buscar y hallar lo que en Chihuahua había de Paz, no mucho. Pero me abrí la puerta a otra poesía, a otro mundo, a través de Salamandra y Poesía en Movimiento, y al ensayo por conducto de Corriente Alterna y Cuadrivio.

Estaba deslumbrado, pero tal vez por eso sólo veía la luz de Paz, y así como estuve enganchado con un solo poema de Lorca, lo que no fuera escrito por el egregio Octavio me parecía, en el mejor de los casos, materia prófuga del declamador sin maestro.

Tres golpes de pecho y prosigo.

En Parral (como dicen, of all places), me hice habitual de Plural y comprendí que Paz, al menos para mí, más que poeta era un auténtico provocador, alguien que te pone contra las cuerdas y te obliga a salir de ahí con mejores argumentos (ah, pero cuántos aventaron la toalla y clamaron que les habían robado la pelea).

Más tarde me reconcilié con el Paz poeta gracias a un cómic de Fantomas, en el que La Amenaza Elegante usaba de contraseña unos versos que más o menos decían “Mis pasos/en esta calle/resuenan…”; pero no tanto como para preferirlo al Paz ensayista, al difusor de ideas propias y ajenas, bien asimiladas o apenas masticadas, pero siempre nutricias.

Y lo preferí a Fuentes. Me parecía más auténtico. No digo que Fuentes no era auténtico, sin duda creía en lo que pensaba y decía; quiero decir que Paz buscaba deslumbrarse a sí mismo y Fuentes a los otros.

Deslumbrarse a sí mismo, vaya cosa.

¿No se trata de eso el ejercicio de la razón, el arrobo de la experiencia mística?

Hoy, al escribir esto, entiendo lo que me gustaba de Paz, lo que me gustaba de cuando comencé a leer libros a través de Verne: ver lo que está ahí, en el mundo de todos los días, parar oreja y mirar con cuidado, fijarse uno en lo que dicen otros y sus razones. No es cualquier cosa, me parece.