Es lo Cotidiano

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO

Roberto Cabral del Hoyo

Efrén Hernández

Roberto Cabral del Hoyo


Quede por descontado el que lo más de la asistencia a este recital ya ha pasado sus ojos por el poema inserto en el pliego de invitación al mismo y visto que es un soneto.

Aquí cabría de urgencia un alegato. En estos tiempos de anarquía, la estrofa regular y cuanto acusa de rigor y disciplina, pero especialmente el soneto, ha sido llevado con encono al banquillo de los acusados.

Lástima que no haya tiempo ni siquiera para estudiar los caracteres de la personalidad del reo, mucho menos para plantear y resolver el juicio. Baste pues en pro del pobrecillo una condensada línea, una mosca, como dicen, que ahí a ver cómo le hacemos después para sacárnosla de la oreja.

Un poema o es imagen del hombre o no es poema, un hombre o es imagen del mundo o no es hombre, y el mundo es el opuesto al caos, lo contrario de informe, lo contrario de inmundo, y no se logra sino bajo la condición del cumplimiento del orden de la música.

¿Cómo ha de despertarse entonces, nacer y renacer para su testimonio y para su complacencia, en esta otra modalidad de las imágenes del mundo que es la sala de sonoridades del oído, así sea sólo el mental, lo desigual sonoro, lo monstruoso o amorfo o loco de la armonía?

Pero hechos son hechos. Dado el crítico, desasentado estado actual de los criterios. Roberto Cabral del Hoyo carga hoy sobre sus hombros con el negro anatema de ir a contracorriente, comprenderse y estar en connivencia juntamente con todas las desechadas y puestas en proceso en este juicio.

Y quien se lo manda, a la verdad es cierto, carece en absoluto de esa discreción, de ese convenientísimo sentido práctico que pide rehuir, a como fuere, todo trato con los seres caídos en desgracia. Dondequiera lo he visto a toda hora y muy del brazo con doncellitas de esas de tan dudoso nombre que, y eso sólo porque es fuerza nombrarlas con alguno, algunas llaman a esta, Sencillez; a esa, Claridad; a aquella, Naturalidad; y Comprensibilidad, Simetría, Concisión, y qué se yo, etc. y etc., a las de más allá.

Cabral del Hoyo debe creerse que estamos en los tiempos de Lope, de Quevedo, de fray Luis o Garcilaso, y quizá ni aun haya advertido que inclusive en aquellos días no faltó cuál de ellos fuera tenido en poco, y hasta puesto detrás de rejas, a causa de su amor un poco demasiado a estas mismas criaturas que ahora él insiste en frecuentar y buscar tanto.

Aguas corrientes del arroyo claro,
álamos asomados a su espejo,
nunca hallaré, si por mi mal os dejo,
sitio más venturoso ni más caro.

Pero ¿y qué modo de escribir es éste, tan exacto? ¿A qué nos conduce que no se utilicen más que palabras de todos conocidas? ¿Y sólo las necesarias, y que las coloque en orden así de natural? ¿Y distribuir los acentos con tanta regularidad y, ni enredar la sintaxis, ni tropezar, ni colocar las letras de manera que su pronunciación se dificulte? ¿Y que sobre eso, todavía agregue complacencias al oído, tocándolas con un calor que nos calienta y enciende de ordinario? ¿Cómo puede esperarse que líneas como éstas sean tomadas en cuenta en esta época, en que mil estridencias se hacen famosas sólo a cuenta de no andar con medida ni con rima, de alargarse retorcidas, de acortarse de pronto y de que no se las entienda?

Yo no sé a qué conduzca, y, si lo sé, ahora no se me deja tiempo para explicarlo; sólo sí que yo propio soy también uno de éstos cuya mente no acepta sino lo que comprende; su oído lo que le suena y su sensibilidad lo que le conmueve. Y que ni en el presente, ni hacia lo pasado, reconoce, envidia ni admira otras virtudes que éstas en que tan ejemplarmente sobresale el poeta de verdad. Roberto Cabral del Hoyo, cumplidamente, a juicio mío, uno de los más excelentes sonetistas en español de cualquier hora.