Es lo Cotidiano

Chispa

Gerardo Sifuentes

Elefante despertó inquieto. En aquella fría madrugada, los insectos que lo habían arrullado durante toda la noche callaron de forma súbita, como si hubieran sido producto de un sueño. Miró en todas direcciones en busca de algún intruso, pero los alrededores de la decrépita caravana circense lucía tranquila. Llegó a pensar que aquel extraño ruido que le había perturbado el descanso estaba en realidad dentro de su cabeza, y no sería el primer paquidermo senil que padeciera aquello. Comprobó con un leve estirón de la pata trasera que sus cadenas estuvieran flojas. Era un descuido que siempre sucedía, aunque nunca antes se había sentido con la necesidad de zafarse. Desde que el marchito oso negro fuera sacrificado, los días se habían vuelto más tediosos que nunca. Pero el paisaje que observara la tarde anterior lo había motivado: una extensa llanura semidesértica, con arbustos que se perdían en el infinito, lo invitaba a perderse en ella. Así fue que de un jalón arrancó la estaca que lo sujetaba al suelo y quedó libre para emprender su diligente marcha. Hacía mucho tiempo que no veía el amanecer en el campo, y la idea le llenó de regocijo.

Avanzó con decisión mientras el horizonte anunciaba la llegada del Sol con una difuminada banda púrpura. El sudario de estrellas, tan encendidas como cartel luminoso, empezó a desvanecerse. Detectó no muy lejos de su posición el sonido de un automóvil que se alejaba a gran velocidad. Pensó en su madre, en los días en aquella granja en medio de la jungla donde había transcurrido su infancia. Aquel pensamiento lo reconfortó. Al sentir el asfalto bajo sus patas se detuvo en seco, pues era una señal de advertencia que había aprendido a respetar. A unos cuantos metros, entre las tinieblas que aun envolvían el lugar, distinguió una cabina de madera con una pila de llantas a su lado. Disfrutó el afable silencio del desierto, momento que le brindó una sensación de paz que no recordaba haber tenido antes. Pensó que tal vez era el momento de emprender el largo viaje a casa.

El lejano canto de un animal desconocido interrumpió sus reflexiones. A pesar de encontrarse muy lejos, el grito ultrasónico que emitía aquella bestia era muy claro, un sonido grave, monótono, constante. Por un confuso momento pensó que se trataba de una máquina, aunque pronto distinguió los rasgos eminentemente orgánicos. La fuente de aquel ruido se acercaba a él a gran velocidad, y la diferencia de presión en el aire le indicó que se trataba de una criatura voladora bastante grande. Segundos antes que el sol apareciera, Chispa volteó la cabeza en dirección a la enigmática criatura, cuyo canto drónico le resultaba fascinante. Pensó que sería interesante conocer a una criatura de esa especie.

Voló muy rápido a baja altura. La aparición le dejó impresionado: tenía casi el doble de su propio tamaño, con el cuerpo de una langosta, pero sin alas que batiera para poder elevarse; de su alargado tronco emergían una serie de colas que se agitaban iracundas con el viento. No era un avión, de eso estaba seguro, ya había visto varios, aquello no era metálico. Cuando la cosa desapareció de su plano de visión, Chispa agarró tierra con la trompa y la arrojó al aire a manera de saludo. Excitado por la visión emitió una gran barritada que se perdió en el infinito. Casi al instante pudo escuchar una tenue aunque positiva respuesta, que quedó impregnada en su memoria. Tras unos segundos, los insectos y pequeños animales de los alrededores emprendieron su bullicio matutino.

Satisfecho por aquel espectáculo, y con el Sol apenas asomado en la distancia, decidió cruzar la carretera. Tenía tiempo para analizar la información que le habían transmitido, comprimida en aquel segmento sónico. Apenas había atravesado la carpeta asfáltica cuando escuchó el motor de un automóvil que se acercaba a gran velocidad; estruendoso, maquinal, ofensivo. Aquella intromisión le enfureció, como si se tratara de un guardia que quisiera impedirle el paso de aquella frontera. Los humanos, pese a todo, se empeñaban en manchar los pequeños y sencillos placeres que Chispa se reservaba. Actuó por instinto; emprendió la embestida.

El claxon del auto naranja sonó repetidas veces sin éxito. Salió del camino con un brusco movimiento para evitar el impacto con aquella mole imposible. Una zanja lo hizo volcar aparatosamente, levantando una gran columna de polvo. El animal emitió un furioso berrido y detuvo su trote, agitado y tembloroso; la sorpresiva emoción del combate delató su vida sedentaria. Le vino a la mente la imagen de su madre entonando la canción de la tarde. Se acercó al destrozado vehículo con cautela, convertido en un montón de fierros retorcidos, un insecto gigante aplastado. Recordaría para siempre la imagen de aquella mujer herida que salió milagrosamente del interior, arrastrándose con las dos piernas quebradas. La chica bañada en sangre volteó con dificultad sobre sí y observó el cielo, con sus ojos anegados de lágrimas, sangre y tierra. Comenzó a hablar sola. El elefante se le acercó aunque guardó su distancia, el olor repelente de la sangre le atemorizaba. Ella gritó sorprendida al verlo y detuvo el llanto, observándolo con los ojos desorbitados. Le habló al paquidermo sin saber que éste no entendía bien su idioma. Chispa supo que ella no lograría sobrevivir. Después de un par de minutos esta dejó de respirar en medio de estertores. Los ojos verdes quedaron abiertos, buscando algo en el cielo sin nubes. Los zopilotes llegaron a averiguar qué sucedía, pero el enorme animal los intimidó. El elefante se estremeció, y pensó que le aguardaba todavía un largo camino. Tenía hambre. Decidió caminar a paso lento para relajarse, arrojándose tierra a la espalda, cantándole a la mujer muerta en un digno combate. Se sintió fuerte, había recibido un mensaje de esperanza para todas las criaturas como él y tenía que esparcir la noticia. A lo lejos un enorme anuncio de refrescos decolorado por el sol y una montonera de llantas fueron los únicos testigos.

Gerardo Sifuentes (Tampico, 1974) Periodista y narrador. Ha publicado los libros de cuento Perro de Luz (1999) y Pilotos Infernales (2002). Es coordinador editorial de la revista Muy Interesante México. Vive en el DF. Su blog gesifuentes.blogspot.com Twitter @sifuentes.