Es lo Cotidiano

Las sirenas ya no andan

Esther Galindo

Las sirenas ya no andan

Las sirenas ya no andan en los relatos de los
hombres
tal vez no lo recuerdes, pero una tarde
cuando el sol parecía más un capullo de lava
que la aureola de la tierra
tu padre navegaba por el océano del norte
las olas eran más de nieve y más fecundas.
Sonreía tu padre con el oro del océano
que reflejaba el magma translúcido
y la sombra de Dios y los santos en las nubes.
Hay sirenas esta noche, por eso el cielo
está despejado, busca las veinte mil
estrellas que llevarán el barco a casa.
El barco sin alas tiene la proa carcomida
por una bestia moribunda
que tu padre atravesó con un arpón
para defender sus pocos días.
 

***

Sus dedos liberados de carne
se vuelven caballitos de mar
estrellas
partes de una masa fósil que dará las pistas
a los últimos hombres de la tierra
de cómo eran los cuerpos, las manos y los ojos.
Tendrán cordones umbilicales
y escamas de sirena:
van a respirar flores de magma, sí
los hombres de los barcos y los muertos
(su cuerpo florecía el firmamento
algunas veces).
Y no existían sirenas:
sus cabezas
eran jaulas sostenidas con el gancho del océano.
 

***

Mis dedos son un coágulo de luz
que brilla hacia las mañanas
donde te esperan el café de siempre y los cigarros.
Ahora que todo está callado
(como si Dios hubiese guardado los sonidos
para otro día menos lluvioso)
será prudente recoger la sinfonía del piso
lavar bien las tazas y comenzar a servir el café.
Tú no lo sabes, pero en las tardes
hay un viejo que en el risco más alto
les grita como si ellas tuvieran oídos.
 

***

Cuando te soñaba eras de colores, no tenías frío
y tus manos se amorataban tocando
una sonata.
Después todo se volvió de una claridad
que no era luz
te vi llegando al puerto con los mismos ojos
que te arrancaron las mujeres.
Ahora lo ves:
la noche es la cuarteadura de la luz
donde escondemos la cabeza.
 

***

Puse el instrumento lejos: cuatro cuerdas
muchos años.
Los dedos hacían sonar al mundo que cargas en la
bolsa.
Te miro y esa complexión fugaz alcanza
los últimos resabios de miedo y de ternura.
No te aletargues soñando con música extranjera
hay lluvia, Johannes, y quiero dejarte un nicho
en el destino inmóvil del agua que surca la tierra
los espacios y tus ojos adormecidos
en las cuencas de tus tantos muertos.
La vida es un círculo que termina bajo mis ojos.
Nos encontraremos entonces
en los maleficios de nuestras vidas pasadas.
 


Esther Galindo (1984) es una autora duranguense que escribe poesía y narrativa. Ha publicado dos libros Una llaga entre los muros (Torre de Babel ediciones, 2011) y Ártico (coedición Instituto de Cultura del estado de Durango y Mantis Editores, 2012); actualmente radica en Durango.