viernes. 19.04.2024
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Los bibis

Fernanda Hernández Jacobo

No me propongo, ni me propuse  nunca dejarte y para siempre en la memoria de mis miedos. Eras incógnita, eras locura. Eras la incomprensión de mis ojos cuando te veía a medias el pantalón. La impresión de tu risa en la gente que te miraba siempre afuera de esa casa.

Yo nunca entendí porque siendo hijo, por que siendo hombre, por que siendo feliz te tenían tras barrotes. Qué complejos los de tu madre siempre gorda de excusas, el de verte con plumitas, indefenso y enjaulado.

Qué burlones todos, que ignorantes, que ocupados en su cobardía cuando te tiraban piedras y tu diciendo un sinfín de no palabras con tu cara triste y asustada, corrías para adentro.

Los bibis me daban miedo. Por sus caras de grandes y su vida que no llegaba siquiera a la de niño, si no a la de monstruo.

Me daba miedo el salir de clases y saberme sola llegando a casa, con el temor siempre de verte las cuclillas flexionadas (su posición favorita para estar afuera saludando a los que pasaban). Cuando me veías sé que me querías saludar, pero tus modos me aceleraban el corazón y me asustaban. Algunas veces te grité para hacer espacio y tiempo entre tú y el abrir la puerta. Algunas veces tocaste, insistiendo, queriendo completar ese saludo y yo con los ojos bien abiertos al otro lado de la puerta,  sola y aterrada me quedaba en tremendo silencio para que cedieras.

            Recuerdo a tres, pero solo las caras de dos  y uno me daba más miedo que todos. Sus ojos bien negros, encendidos, con pelos en la cara como un señor. En la mirada tenía, no sé, una actuación, como si entendiera como yo lo que pasaba y por lo mismo aprovechaba la situación para acercarse como loco, no como hombre, no como monstruo.  Me daba miedo que hiciera lo que sus hermanos pero con ojos de saber lo que hacía y gustarle.

            Muchas veces le vi el pene. Por ese agujero que se le abría por el pantalón dejando ver el zíper descompuesto y la carnosidad de sus años de hombre monstruo. Es el primer pene que recuerdo haber visto y ha de ser por eso muchas cosas pero lo bueno que ya no son.  Yo no sé pero sentía que sabía lo que mostraba y por eso lo hacía.

A muchos les causaba risa, otros pasaban a marcada distancia y otros pasaban adrede para verlos. Ellos nunca salían más allá de media calle de separación de su casa. Al menos que alguna ambulancia en la semana llegara por alguno si se ponían mal.        

            La señora de esa casa, no la mamá de los pretextos si no la hija de ella, hermana de los bibis, hacía pasteles para fiestas. Nunca se me antojaron. Se me ocurría en la cabeza que eran brujas y por supuesto pasteles embrujados. Me daban miedo por opacos, por diferentes, por sus manos. Los pasteles menos antojadizos de todo Huatabampo. Pasteles que rifaba, pasteles que decía le habían pedido. No recuerdo a nadie que me haya contado que hubiera probado un trozo de sus pasteles de bruja.

“Mira mijita, ven a ver como está quedando el pastel” una vez me dijo y me dio rasquera en la cabeza al escucharlo. Pero fui en búsqueda de saber cómo y en qué parte estaban los bibis cuando estaban adentro, y sí vi. Fue entonces cuando dejaron de ser hombres monstruos para volverse hombre animal.

Amontonados en una peste de miados, llorando y gritando “amaaa, haaaaambe, haaambe, miiiiida, miiiiida”… y el piso de su cárcel embarrado, de comida vieja, de líquidos de no sé qué y la mugre en sus brazos, en los descalzos de sus pies, las cosas que me permitió ver el hueco de la puerta de la cocina hacia el patio en esos diez segundos de agacharse al horno la bruja de su hermana. No entendí la condena, ¿Qué habrán hecho aparte de haber nacido loquitos e hijos de su madre?

Fernanda Hernández Jacobo, (con Lucía al principio).

 Nace un cabalístico 7 de octubre en la ciudad de Navojoa Sonora, a la 1:00 de la madrugada si acaso algo es exacto. Pero Navojoa sólo la ve nacer pues su familia radica en Huatabampo.

            Fernanda crece entre charcos, amigos y juegos; entre el elástico, el chinchinagua, el stop y la roña; junto a su hermano el chore, y toda la clica del barrio del centro y uno que otro del rincón del burro.

            Vaga desde chiquita, juguetona, vaquetona, le da por enamorarse muy seguido, o cualquier parecido con estar enamorada, que a los pocos años (así como a los muchos) no se termina de definir de qué se trata eso. Sin embargo sus emociones hacia los niños explotan y entre dulces, Sabritas y bromas, empieza a escribir cartas, cartas claro de amor, que el amor empieza diciendo tu nombre y preguntando el de él.

            Es hasta la preparatoria que dejan de ser cartas como tal y empiezan a ser frases, líneas, versos, estrofas, rimas, viajes, locuras, poesía. Y así los poemas poco a poco van siendo parte de su día a día, siquiera para hablar del sol, de la mañana, de los sonidos de los tacones de las maestras, de ese examen que le causa gastritis, de su miedo a las agujas.

            A los 17 años sale de su terruño Huatabampense y emigra a Hermosillo a estudiar una carrera. En la Universidad, a la par de sus estudios sigue escribiendo, un poco más abiertamente y deja se acerquen otros ojos a sus pensamientos. Pero es ya hasta al salir de su carrera como Licenciada en Ciencias de la Comunicación, que le entra esa nostalgia por querer decir sus poemas con propia voz, que sean escuchados también y no sólo recorridos por los ojos. En coincidencia con las ganas de compartir sus escritos, Iván Camarena, un escritor ya reconocido en Hermosillo y gran parte del estado, la invita a un evento anual que se realiza en la Universidad de Sonora, “Mujeres en su tinta” para que lea su trabajo y sin titubeos ni dudas le dice que sí.

Pasada la experiencia de por fin decir sus poemas frente a muchas personas, se queda motivada para llevar a cabo un proyecto en donde diría su poesía de forma dramatizada, y se inventa un “performance” que lo nombra “cita conmigo” y lo presenta en Casa Cultural Jorge Velarde.

            Siguen, y qué dicha, las invitaciones a participar luego en Horas de Junio con un performance también, seguido por más lecturas en los ya tan populares Café Bukowsky que se realizan en el Museo Emiliana de Zubeldía.

            Por su aventura ya ha ido también a la ciudad de Nogales Sonora, al mismo Huatabampo que no sabía de sus letras y también a la Heroica Caborca a impartir talleres de escritura creativa en la Casa de la Cultura Abigael Bohórquez.

Entre otros pasatiempos de Fer están:
 

  • La danza: africana, salsa, y contemporáneo.
  • Tomar fotos que a su vez usa para exponerlas juntos a los poemas haciendo una complementación a su gusto. Las usa en poemarios y/o las comparte vía Facebook.
  • Mirar por la ventana
  • Acostarse en el piso a platicar con el techo, o con sus otras yo
  • Comer, descomer y volver a comer
  • Recorrer las diversas y tan aglomeradas cantinas del centro, que es en dónde más historias encuentra, o la encuentran.
  • Tronarse los dedos
  • Agarrarse el cabello
  • Ver capítulos de Friends por las noches,
  • Y dormir.