miércoles. 24.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Jorge González Camarena

Marcel González Camarena Montoya

Jorge González Camarena

En la obra de Jorge González Camarena nunca encontramos cotidianidad. Tanto en sus murales como en su obra de caballete y sus esculturas, las figuras son desmesuradas y desbordan emoción.

Dibujante nato, González Camarena muestra en cada trabajo su fascinación por el color y la forma. Los ojos de sus personajes son definitivos, invadidos por el color. En ellos no existe ni pupila ni iris, y nos miran de manera pasiva, pero contundente. Sus superficies no son inertes, llenas de vida se pueden ver, tocar y escuchar, como se escucha el silencio en su cuadro La Procesión. La fuerza de su pintura a veces puede hacerla parecer agresiva, pero nunca cruel, en todo caso desgarradoramente realista, como se aprecia en La Conquista, sin duda uno de sus trabajos más importantes, ahora conocido como La Fusión de Dos Culturas, óleo pintado por el maestro en 1960 en el Castillo de Chapultepec, donde simboliza de manera dramática la fusión de la cultura mexica con la española. Mural por todos conocido, no solo por su innegable importancia artística, sino también porque apareció en los billetes de cincuenta mil pesos que circularon a mediados de los ochenta.

El pintor poseía también un finísimo sentido del humor, como lo manifiestan sus múltiples “diablos”, siempre divertidos, con excepción del que aparece en Nuestro Tiempo, su última obra, en la que el maestro interpreta el terror de las guerras mediante un diablo que representa el dolor y la destrucción de la raza humana.

Sus padres, Arturo González y Sara Camarena, eran de Arandas, en los Altos de Jalisco. Escogieron la ciudad de Guadalajara para criar a su familia; ahí nacieron los ocho hermanos González Camarena. Jorge, el cuarto hijo, llegó al mundo el 24 de marzo de 1908. Desde muy pequeño sintió pasión por el arte. Sus primeros trabajos los realizó tallando guijarros hasta darles forma de monumentos o moldeando arcilla que cocía en un horno construido por él mismo o bien dibujando tiras cómicas que llamó "Chiquinitos" y que circulaba en la escuela primaria.

Siendo aún niño, la familia González Camarena se mudó a la ciudad de México. El maestro de pintura de la escuela primaria, pintor Francisco Zenteno, reconoció sus dotes artísticas y le aconsejó ingresar en la Escuela Nacional de Bellas Artes --Antigua Academia de San Carlos--, para estudiar artes plásticas. Asistió a esta Escuela a partir de los catorce años, aunque con cierta irregularidad ya que su madre no deseaba que fuera pintor, sino médico o abogado, lo que hubiera significado una lamentable pérdida para la pintura mexicana, pues como comentó en 1929 Diego Rivera: “él [González Camarena] dio la puntilla política a la manera reaccionaria de enseñar a pintar de la Academia de San Carlos, llevándome a mí a la dirección del plantel, siendo estudiante en la misma. Tiene tamaños y convicciones para hacer un muralismo de mensaje social”. Estas afirmaciones las amplió en el libro Confesiones de Diego Rivera, publicado en 1962, cuando agregó: “Mencioné a Jorge González Camarena antes de muchos murales de valor en edificios públicos e instituciones descentralizadas, y ahora está realizando conjuntos con materiales diversos de gran interés experimental y renovador…”.

Así pues, en 1929, a los 21 años, se perfilaba ya como el gran artista que llegó a ser. En ese momento comenzaba a escribir y dibujar para diversos periódicos como la Revista de Revistas y Nuestro México, costumbre que lo acompañó a lo largo de su vida; realizaba sus primeras investigaciones sobre los elementos que imprimen un carácter particular al arte prehispánico y al popular, y creaba su propia manera de conceptuar la composición plástica y la estructura de los elementos que la conforman, mediante la división geométrica y matemática de la superficie del lienzo o el muro. Para él era muy importante el énfasis en el diseño y la composición, buscaba siempre el equilibrio y la armonía de los colores, e introducía nuevos conceptos en la pintura y la gráfica publicitaria.

Siendo aún joven, en 1932, comisionado por la Dirección de Monumentos Coloniales, viajó a Puebla, al Convento de Huejotzingo, donde radicó durante dos años. Mientras restauraba los frescos del siglo XVI siguió desarrollando su propio método con base en la geometría armónica, dedicándose a pintar abundante obra de caballete. Tras redescubrir los frescos del convento franciscano, publicó un estudio sobre el resultado de sus investigaciones en la Revista Futuro, demostrando que en esos muros trabajó el último pintor “azteca” y primer artista mexicano Marcos Cipactli, quien, demostró el Maestro, también pintó el lienzo original de la Virgen de Guadalupe, desmintiendo así su origen sobrenatural. Gracias a su personalidad, se incorporó a la vida cotidiana del lugar, viviendo como un miembro más de la comunidad, integrándose incluso en la orquesta del pueblo, un cuarteto de música prehispánica, tocando un instrumento llamado chirimía. Ahí también comenzó a estudiar el pensamiento mágico y las tradiciones de los antiguos mexicanos.

En 1939 pintó su primer mural Alegoría de Zimapán en el Hotel Fundición de Zimapán, Hidalgo. Poco más tarde realizó uno de sus mejores trabajos, el Díptico de la Vida, mural compuesto por dos tableros pintado en el Edificio Guardiola de la Ciudad de México. Esta última obra causó gran polémica, ya que ahí González Camarena expresaba el tema de la vida: el hombre y la mujer desnudos son dueños de la fuerza cósmica que respira la humanidad; el mural poseía gran profundidad en la exposición anatómica. En defensa de la obra, Salvador Novo comentó: “no es si son morales o inmorales, sino si son murales o inmurales”. Finalmente el terremoto de 1957 causó pequeñas grietas en el edificio, pretexto suficiente para destruir la obra.

El maestro González Camarena, gracias a un extensísimo trabajo plástico, dedicó toda su vida a crear obras como La Erupción del Xitle, mural al óleo-cera en el Museo Cuicuilco del Instituto de Antropología e Historia en el Distrito Federal; el bajorrelieve policromado en piedra, mosaico y pintura de hule realizado en el muro exterior de la Casa de Estudios del Instituto Tecnológico de Monterrey, que hoy es el símbolo del Tecnológico y se reproduce incluso en los anillos de sus graduados; el impresionante mural Belisario Domínguez, de 130 metros cuadrados, pintado al óleo en el plafón y los tres muros del cubo de la escalera del edificio del Senado de la República; en la fachada de Televicentro realizó un impresionante trabajo de 900 metros cuadrados, Frisos de la Televisión, a base de relieves escultóricos en cemento policromado con incrustaciones de cerámica, que tras las remodelaciones de Televisa fue desafortunadamente destruido. En el Palacio de Bellas Artes podemos apreciar el mural Liberación, en él, el maestro desarrolló un tema filosófico: las ataduras del hombre y su liberación por el conocimiento; en 1950 realizó otra de sus grandes obras en el Instituto Mexicano del Seguro Social de Paseo de la Reforma 475, en cuyo vestíbulo pintó el mural México con técnica a la vinilita, representando la construcción de nuestro país; en la entrada principal del edificio realizó igualmente dos grupos escultóricos, El Trabajo y Maternidad. En el Museo Nacional de Antropología pintó el mural en acrílico Las Razas, que se utilizó para imprimir, el 12 de octubre de 1992, un sello postal en conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América. Esta estampilla fue la pieza más grande que hasta ese momento se había impreso en nuestro país. En este rápido recorrido de su obra, no se pueden dejar de mencionar otras obras más: el impresionante mural de la Universidad de la ciudad de Concepción, Chile, donde en más de 300 metros cuadrados plasmó la obra titulada Presencia de América Latina (obra que se reprodujo en una extraordinaria estampilla postal que conmemoró el 75 aniversario de la Universidad de Concepción y que, en el certamen de Viena de 1996, fue premiado como “el más hermoso del mundo”);  además hay que recordar el óleo La Patria que durante muchos años ilustró las portadas de los libros de texto mexicanos. En 1978, dos años antes de morir, realizó su último mural: Trilogía de Saltillo, pintado en el cubo de la escalera principal del edificio de la Presidencia Municipal de Saltillo, Coahuila.

Además de su obra, México también debe a González Camarena la salvación del Castillo de San Juan de Ulúa, importante monumento Veracruzano que en 1953 pretendía destruirse para construir en su lugar unas bodegas y un muelle. Afortunadamente, en ese tiempo el maestro se encontraba pintando Águila en Vuelo, mural al óleo de 250 metros cuadrados realizado sobre el plafón del edificio del Banco de México. Por cierto, anecdóticamente, este mural lo pintó de forma muy curiosa: utilizaba espejos para no torcerse el cuello, lo que originó que en ese puerto se dijera que “un loco ve hacia abajo y pinta p’arriba”. Al saber del atentado que se pretendía cometer, con gran conciencia cultural, fundó el "Comité Pro Defensa y Restauración del Castillo de San Juan de Ulúa", y gracias al apoyo de distinguidos veracruzanos, logró salvar ese patrimonio nacional.

Jorge González Camarena recibió muchos reconocimientos, mencionamos sólo algunos de ellos. El 23 de junio de 1966 se convirtió en miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana, su discurso de admisión se tituló "La plástica integral". Gracias a un concurso en el que resultó triunfador, realizó la representación pictórica del retrato escultórico de Michelangelo Buonattoti, obra que se encuentra en la casa natal del genio italiano en Caprese. Por este retrato, el Gobierno italiano otorgó a González Camarena la condecoración al Mérito en Grado de Commendatore de la Reppublica. En 1970 recibió el "Premio Nacional de Artes", al agradecer dicho reconocimiento expresó, entre otras cosas, “Lo recibo con la convicción de lo que para mí significa: un profundo compromiso nacional, que antepongo al reconocimiento del mérito que pueda significar el aporte de mi trabajo realizado a través del ejercicio de mi profesión plástica. Porque ciertamente, desde el inicio de una lejana juventud, es ya toda una vida sostenida de pie ante el caballete, o bien sobre los andamios frente a los muros; aún eventualmente cambiando los pinceles por el cincel ante la piedra, o la pluma para afirmar lo que en mi concepto me corresponde como pintor que, sabiéndose arte inherente de la hermandad universal, lo soy desde mi particularidad mexicana. Mas no dejo de reconocer que lo realizado hasta hoy no basta para satisfacer el propio y estricto anhelo por lograr una pintura mejor, pero cuya meta parece un espejismo que se aleja en la misma medida que se avanza”.

A finales de los años setenta, el Gobierno Mexicano decidió encargar al ya famoso pintor un obsequio para el pueblo búlgaro, el San Jorge. El maestro fue invitado a Bulgaria a develar el cuadro. Las autoridades de ese país ofrecieron al maestro realizar una exposición itinerante que recorrería varios países durante un año, comenzando por Sofía, Bulgaria, y concluyendo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Por tal motivo, y sabedor de que los coleccionistas no prestan sus cuadros por tanto tiempo, decidió dedicarse a pintar una colección personal de más de 50 cuadros. Por lo que, durante el último año de su vida, a marchas forzadas, produjo cuadros que él consideró como lo más representativo de su obra. Desafortunadamente para el pueblo mexicano y para el mundo en general esta exposición itinerante nunca se realizó, el Maestro Jorge González Camarena dejó de existir el 24 de mayo de 1980. Fue velado en el Palacio de las Bellas Artes, donde se rindió un homenaje nacional a sus restos.