sábado. 20.04.2024
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Vamos al cine: Entre consumo y cultura

Federico Urtaza Hernández

Vamos al cine: Entre consumo y cultura

Cuando se habla de "acceso a bienes y servicios" culturales, ¿a poco no se tiene la impresión de que sí, qué bien tener un derecho como ese, incluso garantizado en la Constitución, pero que de cualquier manera suena a algo así como un reconocimiento del derechoso como recipiente, consumidor y no actor del hecho cultural?

Pues a mí sí que me da hasta comezón; confieso que hasta hace poco utilizaba la fórmula con gran entusiasmo y (discúlpome pero no pido perdón), nada más y nada menos que para anclar algunas propuestas en beneficio del desarrollo cultural y el fomento de la mayor participación del distinguido y cultísimo público.

Pero resulta que viviendo y pensando y trabajando, uno ve que no siempre hay correspondencia entre un enunciado y aquello a lo que queremos o intentamos referirnos. Al hablar de acceso, bienes y servicios, en efecto estamos considerando razones de consumo, lo cual tiene cierto sentido en este mundo, en el que todo se vende y compra.

El problema antiguo y sobadísimo de la separación de trabajo y su resultado transformador de la realidad, –ahora sí, bienes y servicios-, rebasa en muchas direcciones el campo de la economía. En especial en el territorio de la cultura.

La cultura, como todo, se hace en común. Nadie produce zapatos si no espera que otro los use; nadie escribe sincera y honestamente sólo para sus ojitos suyos de sí. Y no se diga el cine que, iniciado como entretenimiento, de inmediato fue perfilándose como actividad de equipo y luego industrial que, por definición, requiere de un destinatario, el público.

Pero también encontramos que a ese público se le uniforma y en consecuencia se le masifica, no dejándole otra identidad que la de esa masa que suelta dinero, aunque en lo individual es descartada por la estadística.

Y la lógica de la producción industrial lleva a despojar al individuo de sus peculiaridades para dejarlo en un ideal hombre Nadie y Todos.

Sí, pero el asunto es que el individuo, a pesar de todo, recuerda su nombre y quién es, y logra con frecuencia distinguirse de sus semejantes, y encontrase en ellos mediante el diálogo y la colaboración.

La masificación industrial nos ha conducido al aislamiento. En asuntos de cine, hemos depuesto el privilegio de ver películas en pantalla grande, en esas salas oscuras donde cada uno se enfrenta al hecho cinematográfico cultural, en un volátil colectivo cuyos integrantes recuperan su pura individualidad cuando termina la función, se encienden las luces de la sala y cada uno a su manera se pregunta y pregunta a otros: "¿Qué vimos, que entendimos, qué idea nos hacemos de lo que vimos y qué tiene qué ver conmigo?"

Paradójicamente, en casa, con constantes interrupciones, –ausente el beneficio de la comodidad-, hacemos como que vemos películas. Participamos entonces de un proceso de consumo; difícilmente de un hecho cultural.

Y de esto nos ocuparemos la próxima semana.