viernes. 19.04.2024
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De espectador a anónimo consumidor

Federico Urtaza Hernández

De espectador a anónimo consumidor

En artículos previos íbamos apuntando hacia un tema que ahora, particularmente en relación con el hecho cinematográfico, me parece relevante: la distinción entre cultura popular y cultura de masas.

Para efectos de revisión de lo contemporáneo esa distinción me parece hasta más importante de la pareja dispareja de hasta hace unos pocos años muy vista y reflexionada: la dicotomía (creo que cuando menos imprecisa como falso dilema) entre alta y baja cultura, es decir, cultura de élite y cultura popular.

Veamos: a medida que avanza la humanidad en el camino de la democratización, primero política y luego de manera complementaria –pero no menos esencial- de todos los aspectos de la convivencia, todas aquellos elementos de individuación natural que distinguen a un sujeto de otro, habiendo sido exacerbadas al grado de obtener el destilado “amo/esclavo” –que por supuesto devino en el mencionado proceso de lucha democrático-igualitarista-, se experimenta la cómoda solución de plantear un hipotético “hombre común”, que implica borrar diferencias reales. Seguramente hacía falta una ración de eso, pero al evolucionar la sociedad democrática hacia la sociedad de masas, encontramos que ya no podemos hablar del “hombre común” sido del consumidor, acaso encasillado en nichos de mercado.

Perdóneme el lector estos vertiginoso viajar en el tiempo, pero creo que también comparte conmigo la sospecha de que lo que era bueno tiene sus asegunes.

El asunto es que tras la revolución industrial el tema de la oferta y la demanda, el mercado pues, se trata de generar productos cada vez mejor aceptados por un individuo hipotético producido por la mercadotecnia. En lo cultural comienza a resquebrajarse el artificioso castillo de la Alta Cultura, fincada sobre los cimientos de la Baja Cultura (o popular), y ya que la élite también se derrumba y –al menos como consumo cuantitativo- las masas significan un mercado más atractivo, la producción artística comienza a claudicar, a pesar de la resistencia de las vanguardias de inicios del siglo XX, y aparecen productos culturales al gusto de Cualquiera.

Si esto fue notable en la literatura decimonónica que apuntaló a la novelística, el fenómeno de masificación de la cultura encontró las piezas necesarias para armar un nuevo Prometeo que, adelanto, muchas veces da muestra de ser un contrahecho criaturón que popularmente (por supuesto) denominaríamos como un Frankenstein, que es la televisión o, mejor dicho, sus contenidos.

Me refiero al cine, que de entretenimiento aprovechable de la conjunción de varias tecnologías electro mecánica ópticas pasó a ser, desde sus primeras proyecciones, un espectáculo de masas. Y de ahí a transformar ese espectáculo en entretenimiento casi puro, bastaron unas cuantas fórmulas, que siguen vigentes hasta la actualidad.

Y, a pesar de todo, el cine contiene un elemento que puede ser subversivo y que no ha sido siempre comprendido a cabalidad, ni siquiera por quienes han utilizado a la cinematografía como vehículo de propaganda de todos los signos.

De esto y de las posibilidades subversivas (para enfatizar su calidad educativa y formativa) del cine, hablaremos la próxima semana.