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La fiesta de la familia

Karen Jiménez Mercado

La fiesta de la familia

Me preparo con esmero, estoy arreglando mi peinado y mi vestido. El toque final, como siempre desde que era jovencita: un rosa coral para mis labios y un poco de perfume. Nunca, en todos mis años he fallado en esos detalles, es mi sello de coquetería. Y mucho menos en esta noche tan especial, que se reunirá toda la familia y quizás algunos invitados adicionales, amigos muy queridos y familia política que agranda la lista para el festejo.

Ya estoy saboreando los guisados que probaremos, no podrá faltar el mole y los tamales con atole que tantas veces preparamos mis primas y yo para agasajar a nuestros maridos, hijos y familiares en bodas, bautizos y cuanta celebración surgía a lo largo de los años. Ya no cocinamos nosotras, la tradición y los secretos de nuestras recetas se fueron transmitiendo de una generación a otra y ya les toca a mis nietas y bisnietas. Recuerdo cuando hice mi último mole: para la boda de mi nieta más pequeña ¿ó era su graduación? Porque recuerdo que me trajo muy emocionada su diploma. ¿Quizá fue la invitación de boda? No importa, sólo recuerdo su carita feliz y el abrazo tan grande que me dio, yo me esmeré mezclando los ingredientes, mientras le decía lo bien que me caía su prometido.

Ya van llegando mis hermanos, mis primos y sus familias. Tile y sus hijos… ¡Ay, no cambia mi consuegra! Sus hijos ya son abuelos y ella sigue viéndolos como sus niños adorados, pero lo bueno es que tuvo nueras de mucho carácter, que supieron hacer matrimonios sólidos y felices. Bueno, y no podía faltar la música: mi esposo y su violín a dueto con mi hija Carmen al piano; no cabe duda sobre el talento que comparten y que heredaron a las nuevas generaciones, espero que sus hijas hayan preparado el kepe y el tabule que su madre les enseñó, y seguro que al postre no podrá faltar el cafecito árabe que adora mi yerno Pepe, que apenas va llegando y ya está saboreando su cigarro e invitando a los señores a una partidita de naipes. ¡Mis yernos! Tan guapos y tan alegres, ya estoy oyendo las carcajadas de mi Chelita con su Joaquín, haciendo bromas con mis dos yernos toreros, Luis e Isaac y presumiendo a su hermana, mi guapa Chayito.

Supongo que vendrán también mi comadre Pecina y mi sobrino Alfredo. Los que ya llevan tiempo acompañándonos son los suegros de Joaquincito, seguro que escucharemos alguna bella poesía de Julián y Paquita nos hará reír con esa gracia y alegría que la hacen un cascabel. Me contó Paquín que su muy querido amigo Israel nos acompañaría también y Chelita le dijo a Tere su consuegra que organizara a los invitados del lado de su familia, porque vienen varios y muy dispuestos para la fiesta y el baile. Me da gusto que mi nieta se esmerara en preparar su casa para esta ocasión y que mi bisnieta vaya conociendo tanto de nuestra gran familia.

Saber que nos reuniremos todos en alegre convivio me llena de alegría y emoción, pero sobre todo, me enorgullece saber que a pesar de los tiempos modernos y tecnológicos y de toda la influencia de culturas de otros países, en nuestra familia siga manteniéndose la tradición, la unión y el gusto por compartir como ha sido desde hace ya muchos años.

Ya pronto empieza, ya se va juntando la familia, ya se escucha la música y se ve la bella decoración: las velas, la mesa y la comida, y cada quien toma su lugar: hay para todos. El aroma de las flores se siente alrededor y el amor y la alegría inundan el ambiente.

La luz de las velas… ¡Qué brillante y hermosa es! Recuerdo que alguna vez vi una luz igual, una luz brillante pero tan cálida que te llamaba y te envolvía. Fue el día que morí. Supe que así había sido, porque me encontré con mis padres y los padres de mis padres, con muchos seres queridos que se me habían adelantado. Pero desde entonces, cada año, sigo una luz igual de especial, una que preparan con cariño y devoción los hijos de mis hijos y sus nietos y bisnietos. Enseñé a mis cuatro hijas a recordar a los difuntos como se hace en nuestro país: a poner el altar y llenarlo de aquellas cosas y alimentos que hacían felices a nuestros queridos parientes y amigos, para hacerles sentir bienvenidos y recordados. Y ellas a su vez transmitieron el conocimiento y el corazón a sus hijos y así, generación tras generación se ha conservado esta fiesta tan especial.

Y últimamente me encuentro con nuevos elementos que me hacen sonreír. Lo noté primero con mis nietos y bisnietos que viven en el extranjero, quienes mostraban la tradición mexicana a sus vecinos y adoptaban algunos detalles de su nuevo hogar, como los adornos de Halloween compartiendo casa con el Altar de Muertos, y dejando quizás el mole y el pan de muerto al lado de una rebanada de pizza o una hamburguesa. ¡Qué caray! pues si al pariente le gustaba, ¿por qué no?

Pero lo importante es que siguen pensando en nosotros y nos siguen invitando, año con año, a festejar nuestro recuerdo y nuestro amor, en una fiesta tan alegre que tanto nos acerca a nuestras raíces.

¡Feliz Día de Muertos!