miércoles. 24.04.2024
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El taller de literatura de horror

Enrique R. Soriano Valencia

El taller de literatura de horror

La narración no gustó mucho a los integrantes del taller literario. Se vieron unos a otros cuando el autor del relato finalizó de leerlo a los demás. Era decepcionante. Todos habían esperado un texto de terror, horror, misterio, macabro o fantasía con muertos vivientes, aparecidos, lloronas calaveras parlantes... Pero, no. Ahí solo había un relato con un panteón de protagonista, unos muchachos que se habían aventurado a penetrarlo por la noche y la conclusión de que nada hay sobrenatural, que todo es producto de nuestros propios miedos e imaginación.

–Pues no está mal escrito… pero como que… pues, cómo decirlo. ¡A ver!, cuando se acerca el uno y dos de noviembre, nuestros lectores siempre esperan relatos que les haga temblar. Es lo propio de estos días –dijo el coordinador de ese taller literario, Julián–. Pero con esto se le quita todo el encanto, bueno, el macabro encanto, a fechas tan tradicionales en nuestra cultura. El Día de Muertos se fortalece cada que se escucha una idea original. Pero este relato, porque ni siquiera es un cuento, echa por tierra todo. Le quita el chiste a estos días. Los deja sin la esencia misma.

–Es que a la gente debemos hacerle entender que los miedos vienen de dentro y no de fuera –se defendió el autor, Ricardo–. Lo muerto, muerto está y no puede provocar, producir o generar algún tipo de fenómeno. Es fundamental hacer consciencia en las personas. No existen las apariciones y es muy importante que vayan desterrando esas ideas absurdas. La amenaza está en los vivos, en las manías, obsesiones, frustraciones y todo tipo de desequilibrios o retorcimientos mentales.

–Estoy de acuerdo contigo –intervino Hernando–. Pero este es un taller literario, envidiado e imitado por otros de la localidad. La fantasía creativa es nuestra principal aliada. Verne, el padre de la ciencia ficción, no tuvo verdaderamente que viajar al centro de la Tierra para describirla o viajar en el Nautilius para convencernos de los paisajes oceánicos y de las situaciones en las que involucra a sus personajes. Sus lecturas de ciencias, le permitió imaginar las situaciones. Usar la fantasía es imperativo en nuestra labor: llevar a quien nos lee sobre hombros de la fantasía. Para realidades están los científicos, los divulgadores.

–Pues yo sí creo en los aparecidos y los seres de ultratumba –confesó Brisa–. Yo no sería capaz, como tus personajes, de ir al panteón de noche, por mucho aniversario y tradición que haya en algunos lugares de visitar los cementerios.

–¡Ese es el punto, precisamente! –tomó la palabra de nuevo Ricardo–. Porque todavía subsisten esos pensamientos mágicos es que aún existen los miedos. Debemos combatir esas ideas con nuestro quehacer.

–Pues yo no sería capaz ni siquiera de venir a este lugar, si no estuvieran ustedes –comentó Cantos–. De esta vieja casona, donde nos reunimos para escribir, se dice que fue cárcel en otros tiempos. Por eso sus vigilantes cuentan que por la noche se oyen los gemidos de quienes aquí vivieron y murieron. Es un lugar donde viven ruidos extraños por las noches. Hay mucho sufrimiento en sus paredes como para que no suceda en absoluto algo.

–Me están dando la razón. Debemos cambiar esos pensamientos mágicos. Por eso a mis personajes los meto una noche de aniversario al panteón, a la hora que ya no hay gente, para que discutieran si los aparecidos existen o no, si los muertos son capaces de hablarnos, si las almas buscan quien los oiga. Es el lugar propicio y adecuado, porque así enfrentan sus miedos de forma racional, con argumentos. Y así descubren que la amenaza viene de los que viven, no de lo que ha dejado de existir.

–La idea no es mala– intervino Julián, queriendo conciliar–. Así los lectores se identifican con el ambiente macabro y entienden lo difícil que es poder comportarse racionalmente con tantas leyendas que hemos escuchado desde chicos de todos los rincones de Guanajuato. Por eso creo que en esas condiciones no podría imponerse la razón. Un panteón de noche impone, por muy racional que seas. Era más probable que terminaran desquiciados, temblando, orinados de susto o, cuando menos, con intensas taquicardias.

–Yo creo que sí es posible ser racional –insistió Ricardo–. Incluso les invito a que lo hagamos. Vayamos al panteón y en medio de ese lugar comprobemos que sí se puede hablar con toda razón de temas macabros.

–¡Me niego! –de inmediato respondió Cantos.

–Yo tampoco iría –le siguió Brisa.

–Umberto Eco, en Confesiones de un joven novelista –argumentó Ricardo– dice que para escribir el Péndulo de Focault debió recorrer la calles de París, donde ubica a sus personajes. Lo mismo Milán Kundera en Cómo escribir una novela da una recomendación similar. Así que los invito a que vayamos al panteón ahora, hoy mismo. Así, verdaderamente podrán hablar de terror o de espantos. Solo se puede describir lo que se siente.

–Pero no lo hizo Verne así– insistió Hernando.

–Pero si tenemos la posibilidad de comprobarlo y experimentarlo, mejor. Él todo lo concluyó teóricamente. Me parece que puedes describir con mayor detalle todo, si lo vives, si lo experimentas, si lo sientes. Ahí está Vargas Llosa y la demanda de su exesposa por la Tía Julia.

Los integrantes del taller se miraron unos a otros. La invitación no solo era inusual, francamente, tenía visos de una absoluta locura.

–No es problema para entrar– continuó Ricardo. –Conozco al velador, es mi tío. Veámonos en una hora ahí, en la entrada. Yo los espero al fondo, en la parte más oscura. No lleven ni linternas, ni cosas que hagan perder lo macabro del momento. Seremos auténticos autores de lo tétrico, de lo lúgubre, de lo sombrío. Sabremos describir con viveza lo que el alma angustiada percibe, lo que a la razón le es posible controlar.

No fue difícil que los nóveles escritores terminaran por aceptar, después de que el coordinador del taller se sintiera atraído por la idea. El argumento de los afamados escritores había terminado por convencerle.

Una hora después, ingresaba convencido de la experiencia única para sus relatos. Uno por uno fue tragado sin resistencia por la oscuridad. Desaparecieron de la entrada y no volvieron a dejar más huella. Ni una palabra, ni un sonido se escuchó. Entraron convencidos que encontrarían al fondo esos sentimientos que debían describir vívidamente en sus relatos.

Solo al guardia extrañó encontrar la puerta abierta. No recordaba si la había cerrado antes o no. La rutina no deja recuerdos…

Las dos semanas siguientes, los que habían dejado de ir a la última sesión del Taller Literario se extrañaron de no encontrar, como cada martes, esa sección de la vieja Casa de la Cultura, para trabajar. Tampoco la publicación semanal hizo su aparición en los días programados.  Eso alegró al maestro Graciel Macías Gantes, coordinador de otro buen taller. Sus integrantes sentían gran regocijo, pues sus principales competidores ya no publicaban. Además, pronto serían reconocidos pues un nuevo impulso recibían: se había incorporado con ellos un pálido joven que prometía mucho… se llamaba Ricardo, y era muy racional en sus argumentos.