Es lo Cotidiano

Kristin

Luis Fernando Alcántar Romero

Me enamoré de ella casi desde que la vi. Al principio conocí una parte de Kristin, me contó sobre sí misma.

Nos conocimos en un bar aunque fue algo fugaz. Aquella noche sentí que la había visto en otro lugar, como si la hubiera tratado previamente. Tenía sólo cuatro años cuando se dejó llevar por la música y su poder.

Eso fue al escuchar el White Album de Los Beatles, tomó clases de guitarra después de ese encuentro que la deslumbró.

No podía dejar de verla, me asombró su belleza. Seguí escuchándola embelesado. Habló sobre sus inicios en la música. Tardó diez años en aprender a tocar de forma competente. A los 24 empezó a componer. Leía poesía, dentro de sí guardaba una nómada de otros espacios.

Con su banda conformada por otras 3 mujeres, ya grabó un par de discos. Está por lanzar otro más. Pero olvidé el nombre de su grupo.

A los 32 años dice estar lista para ir hacia una nueva dimensión en su oficio de cantautora. Su otra vida la atenúa, embruja e invierte a la "real". Se mandó confeccionar un vestido entallado de látex de color negro que brilla entre las luces del escenario.

Le gusta llamar la atención, aunque con su timidez relativa. La veo: mientras toma un, está sentada con la mirada perdida en una botellas atrás de la barra, con sus piernas estilizadas enfundadas en unas medias negras con algunos agujeros en la parte de arriba. Su figura destila fragilidad.

Cada noche, sobre un escenario siempre está dispuesta a arrancar suspiros. A arrebatar almas y corazones con ese encanto irresistible. Le gusta escribir en su casa, cerca de la cocina. A veces se hace acompañar de una botella de vino tinto o whisky y sus cigarros.

Su mayor inspiración para escribir durante un tiempo fue su madre; ella murió cuando cumplió 18. Eso la dejó devastada. Es apasionada y entregada en lo que hace.

Hubo una época en donde quiso emular la voz de Grace Slick, vocalista de Jefferson Airplane. Hace gala de un vibrato teatral que suena como un murmullo nervioso. Si algo le sonaba bien en su guitarra acústica, le daba una señal de que era una buena canción. Probaba notas, acordes y melodías, durante horas, días o semanas.

Hacía poco inició una letra que hablaba del culto y del amor. Se inspiró en una exposición a la que había ido unos días antes. Encontró una conexión, una serie de fuerzas que no sabía explicar, en unas fotografías de hombres y mujeres amándose. En ese momento, en su casa, encendió un cigarro.

Se le ocurrió una nueva idea para una composición, algo que ver con Arthur Rimbaud, el poeta francés, uno de los "poetas malditos". Sentía algo de identificación hacia personajes de ese estilo.

Había visto en la calle una playera con la imagen de la mirada de Rimbaud. Estaba en un estante de una tienda. Reconoció aquellos ojos enigmáticos. Entre el humo garabateó un par de líneas. Textura rápida. Tomó su guitarra y le imprimió rapidez al rasgueo de las cuerdas.

Sonaba una tonada melancólica, con un núcleo oscuro. Sintió algo de liberación. Sus ojos despidieron un brillo intenso.

El escenario sobre el que estaba lucía de distintos colores con luces neón: azules y verdes. La música era algo muy importante en su vida. Eso la completaba. Tanto en el acto de componer en la soledad de su casa, estudio como mientras tocaba frente a un grupo de personas.

Salió de su zona de confort. Se inspira en estímulos que encuentra en su vida diaria. Aprecia las pequeñas grandes muestras de lo cotidiano: una grieta luminosa que explora como nunca antes lo había hecho.