Es lo Cotidiano

EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Sentidos y espacio

Matilde Hernández Solís

Tachas 08
Tachas 08
Sentidos y espacio

Un examen detenido de la pintura muestra cómo la percepción del espacio ha cambiado: analiza al arte rupestre del Paleolítico, el arte bizantino, el renacentista, los impresionistas y al pintos esquimal contemporáneo, entre otros. En ese examen resalta la distinción, por épocas, entre ‘mundo visual’ y ‘campo vidual’ (“lo que el hombre sabe que está ahí y lo que ve”, Edward T. Hall, La dimensión oculta, p. 108): una cosa es lo que el hombre ve en realidad y otra cosa es lo que él ‘restituye’ a la realidad o ‘supone’ que debe estar allí, porque la experiencia así lo indica. Resalta el paso de la concepción lineal a la tridimensional. Señala la distancia como un rasgo que separa a la pintura de la escultura. 

En la literatura, el acercamiento de Hall a la percepción del espacio es más bien breve. Indica, fundamentalmente, que la distancia en la obra literaria se fundamenta en la superposición de imágenes; digamos que como una especie de progresión allí →ahí →aquí.

En la literatura hispanoamericana y mexicana, dos obras han llamado mi atención por su planteamiento del espacio, que involucra, de distinto modo en cada una, una compleja relación inseparable de lo temporal: La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares y Palinuro de México de Fernando del Paso. Estaba tentada a decir que Bioy había sido el primero en trabajar la idea de ‘holograma’ en la literaturas latinoamericana, pero Horacio Quiroga dio un brinco de reclamo.

La visión, al igual que el lenguaje, implica un proceso de discriminación, de segmentación de unidades, funciona como sistema, de manera semejante al lenguaje, para la decodificación del lenguaje, sobre un continuo sonoro, se extrae información compuesto por cierto número de unidades discretas; para la visión, de un continuo visual, se extrae información compuesta por cierto número de elementos diferentes, de tal manera que se podría afirmar que hay un sistema visual, de la misma manera que hay un sistema sonoro.

Y por supuesto que la visión se hace selectiva de acuerdo con cada cultura: “En el Oeste, el hombre no percibe los espacios sino lo que hay entre ellos. En el Japón los espacios se perciben, denominan y reverencian bajo el nombre de ma hueco intermedio” (p. 96).

Hall siempre toma como referencia al norteamericano blanco, adulto, clase media del NE del país. De éste afirma que se siente turbado si está al alcance olfativo de su interlocutor, además, se le enseña a ‘no echar el aliento a la cara del otro’; en tanto, los árabes que no orientan el aliento hacia su oyente le están negando la condición de amigo, se están avergonzando de él.

Que un psicoanalista tenía bastante éxito en sus terapias porque “podía oler claramente el enojo de sus pacientes a una distancia de más de 1.80 m” (p. 60) no lo dudo  ni un poco.

Gracias al efecto de años de tabaquismo, se ha ido ‘adormeciendo’ mi sentido del olfato, lo cual agradezco bastante, porque vivir con / y con conciencia de / un olfato muy sensible es torturante en una sociedad que generalmente, no siempre, niega los olores o no se preocupa por ellos. Quien posee tal tipo de olfato es visto como bicho raro, forma un mundo aparte porque percibe al espacio y a los sujetos de manera distinta a la colectividad, además, cuando hace apreciaciones al respecto, los demás, o no entienden, o han sentido pero no decodificado tales sensaciones. Así pues, no me parece absurdo el oler el enojo o la preocupación de una persona con la que hay constante cercanía o física o afectiva.

El autor también afirma que, en Francia, por ejemplo, un coche a una velocidad relativamente alta puede ‘ser detenido’ por el olor a pan recién horneado, cosa que en la sociedad norteamericana sería imposible, pues “Con la tradición septentrional europea, muchos norteamericanos se han privado de un gran canal de comunicación: la olfacción” (p. 67).

En cuanto a la percepción térmica, opera de manera parecida a la olfativa. Puesto que no se puede controlar, más vale ignorarla, excepto, por supuesto, cuando requiere atención médica. Dice Hall:

 Como Freud y sus discípulos observaron, nuestra cultura tiende a poner de relieve lo que puede ser controlado y a negar lo que no puede serlo. El calor del cuerpo es algo muy personal y en nuestra mente se relaciona con la intimidad y con las experiencias de la infancia (p. 77).

La percepción táctil es, para el autor, “la experiencia más personal de todas las sensaciones” (p. 82). Entre el mundo oriental y el mundo occidental se da una clara diferencia en esta percepción. Se menciona que un lexicógrafo se fatigó porque entre sus materiales no encontró en arábigo término equivalente al inglés “rape (violación, estupro)” (p. 193), lo cual esboza una relación totalmente diferente del ego y el cuerpo que lo porta, es decir, en esta cultura ‘el cuerpo’ no es lo que para nosotros ‘el propio cuerpo’, no es un marcador de límites, pues “a medida que se va sabiendo más del hombre… se evidencia que la piel misma es una frontera o un punto de medición muy insatisfactorio” (p. 81).

Esta noción del cuerpo, cuando se encuentran árabe y estadounidenses, produce graves malentendidos: todo hombre tiene necesidad de estar a solas de vez en cuando, lo cual se puede lograr cerrando la puerta de la habitación o retirándose de la gente, pero, para un árabe, el estar en el extremo de un sala vacía no significa ‘quiero estar a solas’, se sirve de otros mecanismos para aislarse, por ejemplo, el silencio:

Decía un sujeto que su padre era capaz de ir y venir durante días enteros sin decir palabra, y nadie de su familia se inquietaba por ello. Mas por esa misma razón no entendió un estudiante árabe de intercambio, de visita en una granja de Kansas, que sus hospedantes se habían cansado de él cuando lo llevaron a la ciudad e intentaron hacerle tomar a la fuerza un autobús para Washington D.C., donde estaba la dirección del programa de intercambio que había sido la causa de su presencia en los Estados Unidos (p. 195).

Para la experiencia táctil, se ha referencia también a la versión cinematográfica del a novela japonesa La mujer de arena, en la cual se puede ‘sentir’ y casi ver al microscopio desde un grano de arena hasta una duna.

Para cerrar, quiero resaltar que la dimensión oculta me ha resultado un texto de muy lenta lectura, pero no por problemas de traducción o fluidez, sino por la reflexión o asociaciones que a cada paso me iba provocando. Procuré mencionar lo menos posible los capítulos dedicados a los estudios de los animales porque era/es tan ‘golpeadora’ —no encuentro otra expresión más descriptiva— la información, tan sobrecogedores los resultados, que de hecho quería subrayar y resaltar todo.

Hall hablaba de resultados de investigación animal y yo imaginaba/ejemplificaba con “Los Gavilanes” —el conjunto habitacional estilo cajonera más cercano a mi casa—; veía el barrio de la infancia hoy convertido en sumidero, en muchísimos aspectos: cuando se propone la revisión de la propuesta de Malthus, aquella que proponía que la población estaba en relación con las existencias alimenticias (p. 28), la ‘mente letrada’ dio una orden así como ‘asociar con Knapp → experimentos con monos → madres sustituidas  →diferencia ente los que proporcionan alimento y los que proporcionan calidez → preferencia por las que dan calidez → concluir, igual que Hall → ”la alimentación podría tener menos importancia de lo que creemos”” (p. 33); pero la ‘mente iletrada’ (¿pueden coexistir las dos?) asoció con el vecindario infantil: ‘es mi viejo aunque no me mantenga’, ‘pégame pero no me dejes’; lo de que el “comportamiento social que acompaña al hacinamiento puede tener importantes consecuencias fisiológicas” (p. 35), me hizo entender un poco más de lo que había creído entender, Los motivos de Luz.

Las madres de sumidero del estudio de Rockville no tenían en orden a sus hijos. Las carnadas se mezclaban; pisoteaban a los pequeñuelos y a menudo se los comían los machos hiperactivos que invadían los nidos. Cuando se descubría un nido, la madre se ponía a trasladar a sus hijos, pero dejaba sin completar alguna fase del traslado. Los pequeñuelos que llevaba fuera para trasladarlos a otro nido solía dejarlos caer, y se los comían otras ratas” (p. 41).

 O, por qué, en aquel espacio, durante el embarazo, ‘se la pasan con el Jesús en la boca’:

No puede tolerar el desorden y… necesita cierto tiempo para estar sola. Las hembras en el nido son particularmente vulnerables, como los pequeñuelos que necesitan protección desde le nacimiento hasta el destete. Además, si los turones preñados se fatigan mucho tiene más dificultad en llevar a feliz término la preñez” (p. 45).

Y, por supuesto, muchas asociaciones más que se quedaron en los minutos que consumía entre frase y frase.